viernes, 11 de noviembre de 2011

IV Concurso Literario "Profesora Alicia Chibán"

¡Ampliamos la convocatoria a la Universidad Nacional de Jujuy!

Fecha de entrega: hasta el 7 de diciembre





Bases

1. De la participación
Podrán participar todos los estudiantes inscriptos en cualquier carrera de grado de la Universidad Nacional de Salta (Casa Central y Sedes Regionales) y de la Universidad Nacional de Jujuy.

Los ganadores del primer premio de la convocatoria 2010 no podrán presentarse en la misma categoría en la que se presentaron en ese año.

2. De los premios
1. Premio en poesía: $500 2. Premio en poesía: $300
1. Premio en narrativa: $500 2. Premio en narrativa:$300

Menciones especiales.
Los textos seleccionados serán difundidos.

3. De las obras
Las obras que participen deberán ser inéditas y originales; deberán estar escritas en español. La temática es libre.

4. De la presentación y recepción de las obras Los trabajos tendrán
· Narrativa como mínimo 4 carillas y como máximo 10 carillas con uno o varios textos.
· Poesía como mínimo 2 carillas y máximo 10 carillas con uno o varios textos.

En ambos casos se seleccionará la antología completa.

· Sólo se podrá participar en uno de los géneros.

  • Los trabajos deberán estar escritos en letra Arial, tamaño 11, interlineado 1,5, hoja A4. En la primera página, se consignará el título de la antología.
  • Se presentarán tres copias de los trabajos, debidamente encarpetadas o abrochadas. Al pie de cada una de las hojas, se consignará únicamente el pseudónimo del autor.
  • Una vez conocido el nombre de los premiados, éstos deberán enviar por mail sus textos seleccionados a secretariadeletras@gmail.com
  • En un sobre cerrado se presentarán los siguientes datos del autor:
    - Nombre y apellido

- Fecha de nacimiento
- N° de documento y/o N° de Libreta Universitaria
- Domicilio
- Correo electrónico y/o teléfono
- Universidad, Facultad y Carrera, Sede

- Certificado de inscripción o de alumno regular

En la cara visible de este sobre cerrado, se consignará solamente el pseudónimo.

  • Los trabajos, junto al sobre cerrado con los datos personales, se presentarán en otro sobre, en cuya cara visible se consignará solamente la leyenda: IV Concurso literario para estudiantes. “Profesora Alicia Chibán” y la categoría en que participan (narración o poesía). El sobre será entregado en el Centro Único de Estudiantes de Humanidades – Facultad de Humanidades, Salta; por correo en: CUEH, Universidad Nacional de Salta, Av. Bolivia 5150. 4400 Salta o, en forma personal, en el horario de 10 a 13 y de 14 a 20hs.
  • Los trabajos se recibirán hasta el 7 de diciembre de 2011.

Los trabajos que no cumplan con estos requisitos, no podrán participar del concurso.

5. Las obras NO serán devueltas

6. Del jurado

  • El jurado estará integrado por tres miembros para cada una de las categorías.
  • El jurado determinará, si es necesario, otros aspectos que no estén considerados en estas bases.
  • Las decisiones del jurado serán inapelables.

7. De la entrega de los premios
Se comunicará telefónicamente o vía e-mail a los ganadores. Se publicará el listado de ganadores, y el lugar y fecha de entrega de los premios y menciones.


8. La participación en el concurso supone el conocimiento y la aceptación de estas bases.

Organiza: Secretaría de Letras del CUEH – Todo un Palo.

secretariadeletras@gmail.com

Facebook: Concurso Literiario

domingo, 2 de octubre de 2011

Textos ganadores 2010

NARRATIVA


1º Premio

Juan Manuel Díaz Pas, Pseudónimo: Felipe Punga

Quiero ver un cadáver

Ahí los veo pasar de largo, uno detrás de otro, en fila india y con las caras pintadas de tonos plomizos. A veces una llamada sacude y parte en dos la madrugada y luego es un arco que tiende la voz hacia una repentina soledad de presidio. La habitación permanece inalterable y como la rutina de mirar el techo dispusiera el espesor del tiempo, algo pesa en la boca del estómago, una presión sorda que aminora el ritmo de la respiración. De vez en cuando parece haber sueño y de repente ya estamos de nuevo en este lado de la deriva.

Yo pensaba morirme en otro lado, otra ciudad. Suponía que la sola idea de irse significaba además que uno andaba buscando el mejor lugar. Pronto me di cuenta de que si dinero sería improbable elegir con total libertad y decidí regresar a casa. O no a casa, a la casa de mis padres, que es casi lo mismo que morir.

Si bien después de todo era mi ciudad, en el sentido de que allí había nacido y crecido y vivido la mejor parte de mi vida, algo en ella me impedía sentirme cómodo. Es cierto, estaban mis amigos y en general todas las personas que quiero, pero todo eso se había transformado de una manera que a mí me resultaba un desencuentro tras otro. Sencillamente no podía volver. Cuando alguno tenía la ocurrencia de decir “es como si no hubiese pasado el tiempo”, por mi cabeza pasaba la certeza de un abismo, todos los abismos que pueden existir entre un ser y otro. Me sentía incapacitado para sostener una conversación que no involucrase problemas meteorológicos, los recorridos de los colectivos, los efectos de las drogas a corto plazo y lo malo que resultaba trabajar porque al parecer uno abandonaba el status de marginal para transformarse en un espécimen burgués.

De modo que ahí estaba yo una noche en una fiesta, rodeado de bocas que se movían y no decían demasiado. Yo quería hablar de algo, mantener una conversación, era inútil, nada salía de aquellas bocas. Eso me deprimió. Tenía dos opciones, volver a mi casa a encerrarme en mi habitación oscura a escuchar los pájaros cantar pidiendo lluvia o quedarme sentado entre la gente y soportar la mufa en silencio y, para peor, contra mi propia voluntad. Nada me ataba a ese lugar y me fui a caminar por la noche.

No guardaba esperanzas de encontrar a nadie en especial. Hice veinte cuadras y llegué a un bar irlandés donde habían comenzado a bailar una música horrible y alegre. Decidí quedarme a mirar aquellos desconocidos moverse y divertirse. Las mujeres despedían olor a transpiración y cerveza. Aquella gente simplemente existía sin pensar en qué o en cómo debe ser uno. En un momento vi que una mujer se detenía frente a mí y la miré sin reconocerla, sabía quién era pero no podía asociarla ni con el lugar ni conmigo en el presente, creía que ya no vivía en la ciudad o que no se acordaría de mí.

Hola Juan. Hola Sonia. Tanto tiempo, qué lindo verte.

Era lindo verla. Seguía siendo hermosa. Acababa de llegar a la ciudad. Estaba sola, cansada. Todos le parecían cretinos. Traía un acento difícil de resolver, no le pregunté dónde había estado ni ella a mí. Me tomó la mano y salimos a la calle. Caminamos unas diez cuadras y me dijo que quería ver un muerto. Al principio no entendí.

Caminamos hasta llegar a una sala de velatorios. Había hombres de pie, con trajes oscuros y baratos, sin corbata, charlando en voz baja y fumando. Luego había un grupo de mujeres taciturnas que miraban el piso con las manos unidas sobre sus faldas. Nadie lloraba. Eran las cinco de la mañana. ¿Entramos?, preguntó Sonia. No contesté. Ya estábamos adentro, de pie frente al cadáver.

Era un viejo de barba blanca, calvo. Tenía las uñas amarillas y gruesas. Parecía de yeso, muy seco. Sonia le tocó la frente y se persignó. Sacó una cámara de su bolso y le tomó una foto. Vi que uno de los hombres nos observaba algo molesto. Con el codo llamaba la atención de otro, que de inmediato se puso de pie y comenzó a caminar hacia nosotros. Le pedí a Sonia que guardara la cámara. Ella sonrió, lo hizo con delicadeza y se dirigió al hombre con la mano extendida. Él la estrechó algo incómodo y ella lo abrazó y le dijo algo al oído, luego ganó la puerta y giró para mirarme. Me apresuré y la alcancé en la vereda. Hicimos a pie el camino hasta el centro, en silencio. Paramos un taxi, fuimos a mi casa. Dormimos. Cuando me desperté, ella me estaba apuntando con la cámara.

La gorda

Fatalmente me sentí triste. En los actos escolares en Brasil los niños bailaban lambada, aquí, el gato y el pericón. Así nos va. También una mina me había dado salida. La depresión me duró dos días. Al tercero resucité y me puse en movimiento. La policía me había citado a comparecer “espontáneamente” en la seccional primera a fin de tomar conocimiento de la resolución por la infracción al artículo 78 inciso b de la LEY 7135/01. Traducido a nuestro idioma significaba que había caminado por la calle en vez de por la vereda. Me dieron a elegir del menú tres posibles castigos para tan tremendo delito: 10 días de arresto, 10 días de trabajo comunitario o el pago de 100 pesos. El cabo Suárez me preguntó cómo prefería curarle las nanas a la sociedad y se atribuyó la facultad de sugerirme una celda espaciosa. Por supuesto averigüé los horarios de las comidas, si debía llevar mi propia frazada y si podía llevarme unos cuantos libros, ya saben, en caso de tener que socializar, porque los libros no muerden pero pueden evitar que lo muerdan a uno.

Suárez se tomó la molestia de explicarme que de esa manera aprendería mi lección. Luego pensé en el trabajo. La cabeza me dio unas vueltas de solo pensar en las humillaciones que podría recibir si me enviaban a limpiar retretes en alguna comisaría. No, no, también podemos mandar a hospitales o a una escuela, dijo. Sentí que me quería vender algo y a punto estuve de comprar, pero ahí mismo me acordé que no tenía plata. Bueno, en ese caso, dígame cómo arreglamos esto, añadió. Elegí pagar, pero pedí un plazo de un par de semanas. Parecía una extorsión reglamentada.

Me concedieron el plazo y cuando salí a la calle abandoné mi espíritu en la esquina y proseguí con el cuerpo a cuestas durante media ciudad. Intenté una llamada inútil a la mina que me había botado en busca de apoyo moral pero era evidente, la garúa finita encima de mi cabeza signaba mi destino. Anduve en bici hasta el río Vaqueros y me puse a mirarlo tejer brotes de espuma chocolatada. Después agradecí que por lo menos ahora tenía un motivo para trabajar. De modo que tomé impulso y volví a casa.

En casa habían cortado el agua. Por suerte había pasado el aguatero de Aguas del Norte S. A. Había llenado el tanque del techo y un par de ollas. Me negaba a bañarme con esa agua estancada, pero al fin tuve que ceder ante el acecho de los mosquitos y el terrible vaho que me perseguía. Cuando caminaba un poco y me detenía, sentía algo parecido a haber pisado mierda o a un pedo silencioso. Uno se queda revisando las zapatillas y cuando no ve nada se acuerda que lleva una semana sucio y que su cara debe lucir como un recién salido de un estado de coma.

Le pedí prestado unos pesos a mi hermano. Lo suficiente para comprar el diario y pagar la guardería de la bici durante un día. Suponía que si me cortaba el pelo tendría más posibilidades de de obtener algo decente. Agarré la máquina y me puse en tarea. Cuando andaba por la nuca, estornudé y luego, con la ayuda de dos espejos, pude observar un cráter espantoso que me partía el cráneo por la mitad. En eso se cortó la luz y no volvió hasta la medianoche. Para ese entonces me había olvidado.

Al día siguiente madrugué. Llegué al centro y compré el diario en un puestito donde además vendían café con tortillas. Alrededor del viejo vendedor había tres remiseros conversando del quilombo de las licencias. Puteaban al intendente Isa. El vendedor puteaba a Isa. Una mujer se sumó a las puteadas a Isa y al café, sin azúcar ni tortilla, era diabética. Los demás parecían conocerla. Me aparé un poco y luego ya estaba caminando con la bici al lado en dirección a la guardería.

Abrí los clasificados y me zambullí de cabeza. El aire me duró dos cuadras. Fue suficiente. En Belgrano necesitaban un vendedor con experiencia para un negocio de ropa, medio día, presentarse a las ocho y media. Era muy temprano. Hacía un poco de frío. Di unas vueltas por la peatonal. Lo crucé a Monty, que había ido conmigo al colegio y ahora era policía. Me preguntó si todavía estaba en la universidad. Le dije que ahora era escritor y se despidió como si lo hubiera ofendido.

Me senté a fumar en la plaza 9 de Julio, Los pajaritos rompían las pelotas con su cantito y todo, en realidad todo era chiquitititititito y ridículo. Faltaban como cuarenta minutos. Pensé un momento qué estaría haciendo ella a esta hora, pero deseché el pensamiento a los dos segundos. De ahora en más lo importante era pensar qué hacía yo en ese instante, de hecho, en todos los que vendrían. Había escrito un par de venganzas para satisfacer mi necesidad de exorcismo y la verdad, se sentía bastante bien, sobre todo porque algunas eran confesiones reales de maldades muy exactas y secretas.

Poco importa eso ahora. Ya no quedaban cigarrillos. Leí las noticias. Un par de inundaciones, tres asesinatos por arma de fuego en el sur, un reviente en el bajo, el Senado de la Nación quedó pagando por culpa del Turco, como quien dice, les rompió el quórum, y no mucho más que eso. En mi cabeza había un piquete de ideas. Unas impulsaban para el lado de la nicotina. Otras procuraban la sensatez, si compraba cigarrillos, luego no podría retirar mi bici. A la mierda la sensatez, detesto a los sensatos ahora que me ha tocado conocer lo peor de algunos de ellos. Después de todo, con un paquete en el bolsillo caminar nunca parece un tormento.

Me gusta echar el humo por la nariz y mirar a las mujeres fumar en silencio, a solas y cuando no se saben observadas. Me gusta cuando camino y el humo es el único rastro de mi existencia. Y eso hice, deslizarme, escabullirme sin mayores señales. Habría de deslizarme en busca de aquel trabajo. No quería perder mucho tiempo. Llegué justo a la hora indicada. En la puerta no había nadie. Era un negocio de ropa para gordos. Es decir, gente que usa ropa holgada o no sé cómo los llaman, porque siempre te conocen por algún eufemismo miedoso antes que decirte lo que realmente piensan que sos.

Toqué el timbre. Me atendió una señora muy grande con un peinado parecido a la peluca de un payaso, con lentes gruesos y una sonrisa de mamushka. Su ropa parecía un pijama. Era muy blanca, se le notaban las venitas debajo de la piel. ¿O eran várices de la cara? Y en el cuello tenía celulitis o algo así, colgante. No supe qué decir y ella me ayudó: ¿venís por el trabajo? Sí, Pasá. Me explicó que en caso de quedar, porque primero tendría que ir un día de prueba, mi labor diaria consistiría en atender al público y mostrarles las prendas, asesorarlos en todo momento y ser tan amable e irresistible que diera ganas de comerme. Me reí para esconder mi susto. Ella estaba muy seria. Coloqué mi cara otra vez en stand by. ¿Entendiste? Sí, entendí.

Me mostró el lugar y me preguntó si antes había trabajado en un lugar así. Le dije que sí, en uno más pequeño. A la gorda no le gustó mi respuesta. ¿Cómo que más pequeño?, preguntó girando sobre sí misma para demostrar la estrechez del espacio donde debíamos atender a los clientes. Quise decir que en uno donde vendían ropa de bebé, mentí. Bueno, bueno, ponete detrás del mostrador y dejame verte.

Me puse detrás y me dejé ver. Su sonrisa era muy linda. Alguna vez había sido una mujer muy deseable y con certeza un fuck face no me haría daño. Pero la nueva vida que pretendía emprender demandaba concentración. No debía desviarme de mi objetivo, conseguir la plata para la multa de la policía. De todos modos estoy seguro de que la gorda pensaba que con su cara era suficiente para ocultar todo lo demás, es decir toda esa mole de carne que se le escapaba por todas partes y ella no parecía poder controlar.

A las nueve en punto abrimos. De inmediato entró un hombre gigantesco, calvo y barbudo, también con lentes. Fumaba un cigarro. La gorda, que se llamaba Nina, se escondió detrás de unos vestidos (no, no, creo que eran cortinas). Podías verles sus patitas de elefante sobresalir por debajo. El hombre tenía pinta de ser su marido haciéndose pasar por un cliente, lo cual me pareció sospechoso. Igual le pregunté qué deseaba. Pidió paciencia con la mano. Respiró con mucha dificultad. Comenzó a sudar. Tuve miedo de que se desmayara. Imaginé la escena: al caer, el teclado de la computadora saltaba, yo corría para evitar el golpe, me resultaba imposible, la gorda salía de su escondite, revelando la identidad de su agente encubierto y todo terminaba en un gran alboroto en la vereda, policía y SAME incluidos. No sé por qué me vi preso y ahí decidí cortar con la boludez.

Por fin dijo necesito que me mostrés unas camisas. Un arroyito le bajaba por el pescuezo. Señaló una de color amarillo con el cigarro. Esa. Y esa, agregó apuntando una azul con rayas blancas. Las bajé. Eran inmensas, para vestir un barco. Las famosas camisas de once varas. Pasó al probador. Abrió la puerta para preguntar cómo se veía. Adiviné que ahí estaba la prueba de fuego. Debía convencer al tipo de lo bien que le quedaba el amarillo, sobre todo porque así parecía una pila de crema pastelera recién sacada del horno. Tenés razón, dijo al notar mi silencio y volvió a meterse adentro. Salió hecho un hipopótamo azul con rayas blancas. ¿Y ahora?

Y ahora, ¿qué? ¿Qué podría decirle que no ofendería su salud? Esa cuesta doscientos veinte pesos. Lo decía la etiqueta. Pero ¿qué te parece?, me preguntó. Me parecía un hombre gordo adentro de una sábana azul. Me parecía un burgués con sensibilidad progre, que se fue haciendo fascista a medida que hacía dinero aunque no lo admitía en presencia de gente de menor rango social. Me parecía un tipo que moriría pronto de un accidente cerebro vascular. Me parecía que había comido demasiado en su vida, que de chico seguro le decían gordito para molestarlo en la escuela y cuando se hizo grande, le siguieron diciendo gordo, pero para entonces él ya había aceptado que ese cuerpo era él. Sí, era un gordito burgués que se aceptaba tal cual es, lo que le daba cierta confianza, podía comprarse una camisa de doscientos veinte pesos y además decir que se llevaría las dos y sudar a mares y ni aún así dejar caer ni un poco de ceniza en el piso de la tienda. Me parecía que era el esposo ideal para Nina, que también había sufrido en su adolescencia pero gracias al cielo, a ese mismo cielo que parecía cubrir al hombre, había superado sus complejos al encontrar a tan buen espécimen, tan bueno que hasta se le parecía y se le parecía tanto que le resultaba imposible juzgarla y esa era la clave de su amor. Me parece que le queda bien, lo hace más, dije.

¿Más qué, pibe?, quiso saber. Más idiota, más gigante y desproporcionado, más parecido a una carpa, más repulsivo. Lo hace más suelto. ¿Eh? ¿Suelto?, pensé al instante, no sabía lo que decía. Quiero decir, le queda bien, en verdad. Mientras tanto, mis carnes se ceñían contra mis costillas, parecía estar en un corset de huesos. Me costaba respirar, tenía hambre. Mi panza hizo ruido. Bueno, dijo por fin, te pago con tarjeta. Nunca antes había cobrado con tarjeta, asique el tipo me tuvo que enseñar. Lo hagamos en uno solo, murmuró. Por poco y termina poniendo la ropa en las bolsas él mismo. Salió. Habían pasado apenas quince minutos.

Nina salió de su escondite. Dijo que ya aprendería. Que le gustaba porque yo era chiquitito. Claro que lo era, parecía un gnomo en un jardín lleno de sábanas de todos colore. Y porque además tenía un corte de pelo genial. Ahí me di cuenta de que jamás lo había arreglado. Tuve un poco de vergüenza, pero se me pasó cuando me enseñó a cobrar los pagos con la tarjeta de crédito. Me invitó a tomar un café con leche. Nos comimos cinco medialunas de grasa cada uno. Se hicieron las once. Me informó que no venía mucha gente por las mañanas así que podríamos dedicarnos a leer revistas o charlar o tomar café con leche en el mostrador. Hasta podía poner música, la que más me gustara.

No paraba de sonreírme de muy cerca. Comenzamos a hablar de cualquier cosa. Ya nos estábamos riendo. Entonces vi una foto de una chica muy, muy linda. Estaba colgada de la pared a mis espaldas. Ella sonrió todavía más y sus ojos se le iluminaron. Es muy linda, dije ¿es su hija?

Dio la media vuelta y fingió inspeccionar mercadería, soy yo cuando tenía veintiocho, dijo discretamente. La cara se me calentó. Nos quedamos en silencio. Pensé adónde estaría esa chica y si podría rescatarla sumergiéndome en esta mujer. Es muy linda foto, dije sin pensar. Fue lo mismo que decir usted no siempre fue gorda. Sí, en esa época me sobraban los novios, dijo, pero lo más importante no es eso, sino encontrar un compañero que se queda con vos cuando ya no sos la de la foto. Me importó un carajo su reconciliación con el destino y el amor, para mí no había forma de conformarse con tan poco. Pero, en fin, yo estoy en la mugre social y he de confesar mi presencia más bien en lo podrido que en el resplandor obeso y feliz de la gente rosada.

Intenté saber si me pagaría ese día o si sería nomás de prueba. No se dio por aludida. A las doce y media anunció que cerraríamos hasta las cinco de la tarde. Luego en la vereda me tiró la idea de que fuéramos a otra parte, a comer y luego. Dije que no podía, me quedaban un par de anuncios que ver. Su cara era casi perfecta, a pesar de esas várices, no aparentaba su edad, alguna vez había roto muchos corazones. Propulsé mi edad unos cuantos años hacia el futuro, a mí también me dejarían con las ganas y apresuré el paso.

Restaurante

Un hombre atraviesa la puerta vestido de saco y corbata. Ocupa una mesa adornada con un florero rojo de cuello estirado y una flor de plástico amarilla del tamaño de un girasol. Huele la flor. Acomoda el nudo de su corbata. Coloca una servilleta sobre su pecho. Aclara su garganta. Levanta la mano. Aparece un mozo muy gordo. Acerca el oído hasta la boca del cliente y hace una cara de extrañeza. Se oye el susurro. Desaparece. Vuelve con una botella de vino, un vaso y una cesta de pan. El cliente agradece con un movimiento de cabeza. Se quita el bigote con gran parsimonia. El mozo retorna con un plato lleno de fideos. Se los viene comiendo a gran velocidad. Posa el plato vacío frente al cliente. Este lo mira con cierto rencor. El mozo tose y de inmediato le sirve vino. Luego hurga entre sus bolsillos y extrae una libreta, que pone en el lugar del plato. El cliente sonríe gustoso. Hace el gesto de “puede irse”. De inmediato se encorva y hunde el hocico en el papel. Comienza a escribir pero se da cuenta que le falta la lapicera. Levanta la mano enojado. El mozo lo asiste con celeridad. Se da un golpe en la frente y sonríe exhibiendo la lapicera, que le entrega a continuación. Mueve la cabeza de lado a lado sin dejar de sonreír. El cliente observa con cuidada atención el utensilio, lo sopesa, lo mide, estrangula un poco sus dedos con la mano libre y por fin se resuelve a escribir. Moja la punta de la lapicera en el vaso de vino. De vez en cuando le da un sorbo, sin dejar de escribir ni por un segundo. De a poco sus pelos se irán despeinando, su corbata se irá desanudando, la servilleta acabará siendo revoleada por los aires, deberá desabotonarse la camisa, quitarse el saco, entrar en calor, su mirada tendrá la majestad de lo inefable, del encuentro con lo sagrado. Mientras tanto el florero estalla y la flor crece, crece, de su tallo cada vez más alto nacen ramas. El cliente interrumpe su labor, arranca una rama y se la fuma. A continuación le crece una barba-césped tupida. El mozo se aproxima con un trapo e intenta limpiarlo pero el cliente no lo permita. Lo aleja a empujones y bebe todo el vino restante en el vaso de un sorbo. Por fin levanta la mirada con la libreta abierta entre las manos, como si estuviera listo para revelar su contenido. Después de meditar un instante con los ojos cerrados, decide levantarse. Camina hasta la puerta y se quita un zapato, lo analiza de cerca, lo huele, tantea la dureza de la suela. Con la mirada se limpia entre los dedos de los pies, la observa, está ensangrentada. Descansa sentado en el piso. Saca un clavo del zapato y comienza a martillar el tallo de la flor. Al hacerlo, de la madera comienza a chorrear vino. Llena otra vez el vaso y lo bebe de una sola vez. Luego se aferra al pequeño agujero y bebe directamente de ahí. El tallo comienza a desinflarse y el cliente cae borrachísimo. El mozo intenta impedir la caída pero es muy tarde. El cliente duerme debajo de la mesa con el zapato en la mano y la boca muy abierta. El mozo da vueltas alrededor, le limpia la saliva de la cara, le cierra la mandíbula pero como no sirve de nada, le practica un nudo alrededor de la cabeza como cuando uno tiene paperas o dolor de muelas. Se retira detrás de un mostrador. Busca y genera gran desorden. Se aprecian objetos volando por doquier. Cuando recupera su posición junto al cliente, coloca el oído cerca de su nariz. Lo agarra de los pies y lo arrastra, luego lo levanta y lo coloca arriba de la mesa, le abre la camisa, le quita el otro zapato y la media, le unta aceite de oliva en la frente, las palmas de las manos y las plantas de los pies. Se santigua, agacha la cabeza. Murmura pero no se entiende nada. La puerta se abre. Entra una mujer muy bella, muy gorda, tiene serios problemas para acomodarse en la silla. El mozo la atiende solícito. Le ofrece la carta. Ella señala algo y el mozo hace gesto de chuparse los dedos. Entran dos mozos más, se llevan corriendo la mesa con el cliente semidesnudo. La mujer encuentra la libreta en el piso. La recoge, la observa de arriba abajo, la da vueltas y la hojea apresurada. Está por tirarla cuando parece descubrir algo de suma importancia. Entonces llama al mozo y le señala con el dedo una página, de manera enfática. El mozo asiente y desaparece. Al volver lo hace con los otros dos, la mesa y el cuerpo del cliente asado sobre la mesa. La mujer pone cara de espanto, se lleva una mano al pecho, incrédula. Indignada pide la carta y señala con gran furia un punto del menú. El mozo sonríe aliviado. Hace una señal a uno de los mozos y éste sale corriendo para volver con una fuente de papas fritas. La mujer se muestra satisfecha y comienza a devorar al cliente asado. Después de un rato termina por dejar el esqueleto estirado sobre la mesa. No ha quedado ni una sola papa. Pide la cuenta. Paga. Deja una montaña de caramelos de propina. Ahora su trasero es dos veces la dimensión de cuando entró y le cuesta atravesar la puerta. Los mozos la observan inquietos, con lascivia, pretenden ayudarla, la empujan, le dan escobazos, emiten gemidos, a punto están de asaltarla cuando la puerta se rompe. Por fin le cortan unas tajadas a sus nalgas, que colocan con extremo cuidado en una fuente llena de fetas de jamón crudo. La mujer por fin consigue librarse y desaparece. El mozo principal coloca el esqueleto del hombre en un gancho para abrigos. Entra un niño pordiosero, macilento. El mozo le echa miradas de odio y le señala el camino por donde vino. El niño pone cara de perro regañado. El mozo le entrega el esqueleto. El niño se lo coloca en la espalda, encaja perfectamente, si hasta parecen sus propias costillas. Encuentra el bigote tirado en el suelo. Se lo pone. Sale contento, dando saltitos y silbando. El mozo sacudo sus manos y desaparece. Oscuridad.

Vidrieras

No tengo con qué pagar. Lo sé, no sé cómo, lo sé de primera mano. Nunca tengo plata. Estoy solo, me han dejado solo. Miro hacia la ventana, fingiendo una calma que de repente me ha abandonado. Por dentro enumero las veces que fui al baño, los tragos consumidos, las horas que llevo allí. Está por amanecer. Me habré dormido. Miro el aire al otro lado de la mesa. Intento descifrar las huellas de una presencia. Acaso un amigo, un compañero ocasional de borrachera. Miro al mozo pidiendo auxilio. Es todo cuanto puedo hacer. De repente llega una mujer. Ocupa la silla antes vacía. Me sonríe. Le devuelvo la sonrisa. Pregunta si pasa algo. Contesto que no. EL mozo pregunta si queremos algo más. Contesto que no. La miro a ello. Quiere una cerveza. No la recuerdo. Ella en cambio se muestra muy amable conmigo. Permanezco en silencio. Descubro que mi postura es la de alguien a punto de levantarse e irse. Es decir, de alguien preparado desde hace mucho para irse. Ella se da cuenta. Me dice que a dónde pensaba ir sin ella. Le digo que a ninguna parte, que estoy confundido. Bueno, si querés irte, no hay problema, dice. La miro de cerca. En verdad no la reconozco. Mejor dicho, puedo jurar que no la conozco en absoluto. En cambio ella actúa de lo más natural. Cuando el mozo trae la cerveza, ella me sirve un vaso y siento la obligación de quedarme. Pienso que soy un borracho cualquiera. Entonces me relajo y comenzamos a charlar. En un momento, ella me llama con un nombre que nunca escuché. La corrijo y esto la perturba. Se retrae. Me mira de cerca. Se levanta y trae la silla hasta mí. Me mira. Respira en mi cara. Entrecierra los ojos. Hace un esfuerzo. Dice, pero te parecés un montón, sos igual. Le digo mi nombre. Me parece ridículo decir mi nombre verdadero, pero lo hago. Se ríe, con las manos sobre el estómago. Me dice que ese es otro. Ella también lo conoce, lo cual me desconcierta. Entonces hablamos de él hasta que amanece. Para cuando ha amanecido por completo, hasta yo siento que lo conozco, que me conozco mejor. Por fin nos vamos juntos, en el bolsillo de atrás hay un bulto que me parece extraño, es una billetera. Pago. En las calles ella me abraza. Hago lo mismo. Al verme reflejado en las vidrieras descubro que no soy quien digo ser.


1º mención

Mirta Silvia Guaymás, Pseudónimo: Quizás Genia

UN DÍA LIGERO

Mientras doblaba el taxi vi aquellos trozos de cocina desparramados en la esquina, pensar que ayer aquel juguete había sido abandonado casi intacto en la vereda, ahora que lo veía, luego de la trasnochada, estaba hecho pedazos.

El sol que ya aparecía de entre los cerros, mi corazón roto por ella, que reía y jugaba dentro del auto, la cerveza se meneaba de un lado a otro dentro del descartable, el chofer que no entendía nada pero igual se prendía. Le pasaban una seca y él le entraba nomás, “que es tabaco Virginia”, le decían, y él se reía y tomaba un trago más.

Éramos seis en el auto contando al conductor, tres vagos y dos minas que veníamos de bailar, habíamos salido arrastrando las patas del boliche, pero teníamos ganas de tomar, sólo un poco más.

Cuando el chofer corrió la radio con su dedo y pasó entrecortada la frase “so…i’love you”, todos a coro le dijimos “deja ahí”, y la canción nos quedó en la mente todo el resto del día, ligero, suave como la piel de mi hijo. Nos quedó todo el tiempo quebrándonos el corazón, la voz enamorada del cantante pidiéndole a la novia Un poco de respeto.

El auto seguía doblando esquinas, y quizás cuántas más debería doblar antes de llegar a la villa, para pasar y buscar más, ya bastante esta vez porque no saldríamos de nuevo, “a la casa de Ivana” redije al chofer, pero ella le aclaró la manzana y el número del medidor; ella seguía feliz, sonriendo y manchándonos a todos con su maldito vaso robado en el boliche, “es que yo ni loca tomo del descartable” nos había dicho, y así le servían asta el tope, “ponle baranda”, le dije, pero igual me volvió a salpicar el pantalón.

Luego el teclado de Vince Clark lo arreglaba todo y volvíamos a cantar Un poco de respeto, como lobos aullábamos el famoso “to me” o el “don’t you tell me” repetido tres veces.

Las ruedas andaban y el cielo azul rodaba con mi corazón, “otrita”, decíale turco y entraba al auto con la botella sudada.

“Vamos pendejo, ¡vamos!”, le alentaba el pelado que ya estaba bien animado, yo la miraba a ella, veía cómo era de linda, como giraba su pelo en el aire con la ventanilla abierta, miraba, sentía y sufría como no me daba bola, a mí, ni a nadie más que a su propia alegría, que sin embargo, era contagiosa a todos; nos hacía más ligera la borrachera.

Ivana prendía y prendía, total, ellas eran las señoritas, y no se les puede negar. Yo contaba las nubes en el cielo, como corría mi amor detrás de ellas, como se veía mi alma en el retrovisor de las calles. Y la gente quería felicidad, se los veía felices ir al trabajo, ir a estudiar, montañas de guardapolvos, bolsos, carteras y zapatos con personalidad. Nosotros amanecidos y borrachos cruzando la ciudad, partiendo la tierra con nuestra generosidad, el chofer ya estaba prendido, aunque de tanto en tanto, se acordaba de controlar, el reloj no paró nunca de tarifar.

“No importa, no importa”, le decía el pelado, “yo te voy a pagar”. “Tomate un trago, hermano” le decía el turco rotundo.

En la otra punta de la ciudad, un hombre recogía los trozos de cocina y se sentaba con toda la paciencia a armar aquel destrozado juguete verde agua.

Seguía pensando cómo me la iba a levantar mientras la aguja del sol empezaba a subir sobre nuestras cabezas, lo único que se me ocurrían eran frasee de esa pegajosa canción, entonces, e quería decir “so…i here you calling…”, pero no salían de mi boca esas palabras, creía, de la locura que cargaba, que mis pensamientos se escribían en el aire, y que el éter estaba lleno de frases maravillosas para ella, pero nada, nada che.

Cuando el auto hacía salpicar el trigésimo charco, el pelado sacó el brazo por la ventana a la ve que decía “míralo, míralo, míralo”, y ya entrando el codo, nos decía “se han prendido un cigarro”. “¿Y qué? Le decíamos nosotros tapados en humo; era un día radiante, por la humedad y el agua empozada, nos dábamos cuenta que había llovido en la madrugada, cuando no parábamos de bailar en el boliche.

Entonces pensé que la misión en este bloom day era conquistarla a ella, a como de lugar. Pero el turco lo único que quería era chupar a lo loco, y no me hacía pata levantándose a la amiga, que abría el portón de alambre tejido para pasar a su casita; “¿tienes un cajón, tienes un cajón?”, le dijo arreciando e pelado, “no para, tengo cuatro envases de cerveza, pero me los cuidas yo quiero Gancia ahora, no voy a estar todo el día con esa agua de mierda”

El chofer dejó el Peugeot 504 en la vereda, cruzado para salir a la calle en cualquier momento, a cada rato decía “yo tengo que trabajar”, pero no se iba y las minas lo animaban haciéndole garra a coquear. “Préndete uno más, préndete otro, así este valija no se va”, le decía el turco al pelado.

Sentado a la sombra, el hombre de la paciencia, pegaba los pedazos de la cocina verde de juguete, casi intuía su forma, como un rompecabezas en tres dimensiones, el hombre se daba a la ardiente tarea de reconstruir un artefacto que alguien había tirado, mientras que otros jóvenes o niños se habían lanzado al trabajo de romperlo en mil pedazos; ahora este hombre de rasgos finos y morenos rearmaba el juguete de a poco.

Yo había pasado por el lugar como tres veces el día anterior, y recién al último pude adivinar que era una cocina plástica de juguete, me la iba a llevar, pero cuando lo consideré ya la habían aniquilado en innumerables trozos verdes, que ahora sí, no servían para nada, al menos eso creía yo.

Ivana que sale con las botellas y un compact viejo de Hit Collection, “aquí está el tema”, y lo empiezan a poner una y otra vez, mientras algunos se desparraman en el pasto, otros se echan sobre el sillón, con las piernas sobre el respaldo.

El taxista reniega de levantar gente que sale del boliche, se queja de que no le paguen y salgan corriendo a escaparse entre los monoblocks, “pero aquí nadie te está fuleriando, hermano”, le dice el turco, “toma, te pago y si querés irte, andáte”, “no, no yo no te estoy reclamando a vos, no, hermano, no, dame después”. “No, no, toma veinte mangos y dejáte de hinchar las bolas”, “no pero vos lo estás tomando mal”, “no, que va toma mal, el fernet lo voy a tomar mal”. “Bueno me voy”. “No, para” dice el pelado “vamos una vez más a la villa, abajo”; “mierda, cómo le meten estas minas, che”, dice el chofer; y cuando vuelven al toque entre risas y medio locos, yo no he podido hace nada para enamorarla, nos hemos quedado solos una media hora y lo único que he hecho es pone la música que a ella le gusta.

La mañana y el medio día pasa como agua, la tarde siesta es más pesada, perola heladera a full todo el tiempo nos proporciona un buena promoción de alcoholes. “Con esto de la vale otra no se puede”, decía el chofer medio baleado.

Las minas fresquitas con su Sprite + Gancia, al par ya estaban para atrás.

Al otro lado del valle, un hombre tranquilo y delicado, piruja como pocos, ya alcanzaba la mitad y un poco mas del juguete que estaba armando, tal vez a alguien se lo regalaría, el esmero que ponía en aquella simple e inútil labor era envidiable, la verdad es que a este lado del mundo somos muy poco productivos para el mercado, pero cuánta pasión se pone en lo que uno hace; a cada pieza le cabía un costado, y a cada ángulo un cierre, brillante, trabajo se divertía en sus dedos.

Habían desfilado como 18 cervezas y un par de Gancias, no se cuántos puchos, de todos los colores y etiquetas, el chofer trastabillaba cuando iba al baño, yo estaba machado pero bien, mejor dicho, el amor irresuelto me cortaba el pedo, la ansiedad se ocupaba del turco y el pelado, a mi me dejaban la ligereza de no poder tomarla y darle un buen par de besos en esa boca descalza, roja y madura, como una frambuesa que se ha caído de su rama.

Ivana era la más aguantadora para la chupa, pero de a poco nos íbamos desparramando sobre nuestros cuerpos, nuestras acciones iban a trasmanos de nuestros movimientos; el sol ya pasaba rápido de la cuatro a las cinco y de allí una carrera alocada hacía la noche.

Ella se desvanecía en el sillón, y un par ya no fumaba, Ivana cambiaba la radio y aparecía en el umbral siempre con la pregunta entre los labios “¿alguien quiere más?”; yo la veía perderse en su sueño de preciosa, dormir para alejarse definitivamente de mí. El turco que ya no le embocaba al inodoro, el pelado que vomitaba en el patio toda la base del día, éramos un pedestal sin monumento, sólo Ivana le metía, y el chofer se había escapado de sus entretelones que buscaban recobrar el billete de 20 pesos, “ya te va agarrad cundo esté sano, pendeja”, le decía prometiéndole la mejor revolcada de su vida.

Cuando salí como un sonámbulo con el corazón arrugado y la canción en la cabeza, vi las patas colgando del taxista afuera del auto, estaba desvanecido, y nunca había cortao el tarifador, 77 pesos con 10 centavos, decía el numerador, m cagué de risa, y metiendo la mano apagué el motor y el stereo, no vaya a ser que cuando se levante no tenga baterías para arrancar, pilas ya sabemos que no le quedan a ninguno, ni a mí, que me la pasé ilusionándome con la cara hermosa, de una mujer cuando está alegre.

En el otro extremo de la ciudad, un hombre terminaba su oficio de reparador de ambigüedades, lo cargaba en un carro ante la incomprensión de los espías y satélites, y se lo llevaba a casa mientras caía la noche sobe su espalda.

PESADO

Simplemente no podía con él, era mucho para mí, no se, todas las personas lo tienen adentro y es, medianamente, pequeño; lástima que no tuve esa suerte, era el mío era grande y pesado, no se que es peor, si el tamaño o tenerlo afuera, en el exterior, a la vista de todos.

Me refiero al corazón, cuando es así, como un inmenso globo de color, los Taxisco paran, en los cines no te dejan entrar, te echan de los bares, es más difícil cruzar la calle, es terrible conseguir un teléfono; yo no loquería tener pero tengo que hacerlo.

Los colectivos pasa frente a él y lo empujan, les caigo pesado a mis amigos, nadie quiere salir conmigo, y los entiendo, pues siento la incomodidad que causa andar al lado de alguien que le ha tocado la mala fortuna de llevar semejante corazón.

Cuanto mejor hubiese sido nacer ene mundo mineral, cincelándose con el viento, guardando silencio en las profundidades más oscuras de la tierra, siendo arrojado a río por un niño, descansando en la ribera; o ser casualmente parte de las bases de un gran hotel, terminar como revoque de alguna pared de hogar, o ser el brillo de los aretes de alguna hermosa mujer.

Cuanto mejor habría sido ocupar un lugar entre las plantas, ser una enredadera de baldío, yuyo agreste de matas duras que rompe el suelo para curtirse al sol esperando una esporádica lluvia. Pero no, no me tocó siquiera el reino de los insectos, que pican y vuelan, que se amigan con los rincones y hacen nata en la mugre. Es terrible ser animal, y peor aún, hombre.

Caer pesado, soñar despierto, dormir con los ojos abiertos, soportar la miseria de un NO, “no puedes subir”, “no puedes entrar”, “no puedes pasar”, “disculpe, ahora no podemos atenderlo estamos ocupados”, “se cayó el sistema, va a tener que ser en otro momento”, “no puedo salir contigo, tienes un corazón enorme, no puedo andar así por la calle”, “por favor no nos hagas pasar esta vergüenza”, “haga el favor de retirarse”.

Es grande, si es verdad, es grande, pero qué puedo hacer con él si cae tan pesado en todas partes, no puedo dejarlo, debo llevarlo conmigo, es mi corazón, qué voy a hacer, sin él no puedo vivir.

¿Castigarlo? ¿Dejarlo encerrado en penitencia sin su postre, escuchando música alemana, dura, triste, electrónica? No puedo, él odia el encierro, ama la calle tanto como yo, le gusta salir por salir no más, andar por ahí suelto como un pero vagabundo, sin nada que hacer, o mejor dicho, con mucho para ver, hacer, disfrutar, n placer irreconocible a los ojos del lacayo que se queda a torturar a los suyos en su casa.

Entonces tengo este corazón grande, así como algo inflado, de hule, pero no es liviano, es pesado, muy grande y pesado, no metafóricamente, sino en el sentido literal de la palabra, por eso causa tanta repulsión; imagina una persona parada bajo el alero de una casa sosteniendo un inmenso corazón, ¿caminaría con él, intercambiarías unas palabras corriendo el riesgo de que se vuelva tu amigo y quiera acompañarte a algún otro lugar?

Por ejemplo, los niños pasan y se divierten al verlo, quieren tocarlo, pero son arrebatados por sus madres que prefieren taparles los ojos cuando ellos les señalan la presencia del corazón, se los llevan con apuro, ruborizadas, casi al borde del escándalo.

¿Ves? Todos se alejan, ¿ves?, huyen de mí, tan sólo escuchar sus latidos, tan sólo sentir mi aliento, tan sólo vermis ojos, perdidos, inyectados en sangre, mi sonrisa que escapa por el aire, como una mariposa, ¿ves? Todos se alejan de mí, ¿ves? Cualquiera de mis actos los hace huir…

En ese momento es cuando más solo me siento, pues los animales, perros, gatos o palomas, no se acercan, los niños son los únicos que pueden franquear el cordón de la ridiculez. Algún ebrio me acompaña por la noche, pero dudo de que en tal estado pueda darse cuenta de con quien está. Lo más probable, es que vean mi corazón como una campera inflable o tal vez imaginen un rompevientos, alguna capa para la lluvia, un toldo, una mesa donde venden rifas y loterías, ya se sabe que los borrachos ven cualquier cosa menos lo que es.

Yo prefiero salir, aunque sea un monstruo para los demás, en mi casa me aburro mucho, en cualquier casa me aburro mucho, a veces pienso que las casas están echas para dormir durante la noche y aburrirse en el día, por eso escapo, no m gusta estar entre paredes, prefiero estar afuera donde los muros del universo no se ven, al menos no se siente su seca presencia.

Camino unos cuantos kilómetros al día, recorriendo las esquinas con el corazón ala rastra, hasta que llego a un lugar que me es familiar, y allí me quedo hasta la noche, saludando a la gente, tratando de hacer amigos, intentando abordar un vehiculo que me lleve de vuelta a casa, pero es duro, nadie para.

El corazón no es siempre igual, va cambiando con el transcurso del día, es inmenso cuando me levanto, y se enardece con las horas, a medida que se acerca la noche va achicándose, en la madrugada ya es más pequeño aún, fue en esas horas que se me acercó un hombre, le respondí con mi mejor sonrisa, me acomodé el cabello, y planché con la manos mi falda antes de levantarme de la escalera.

-Hola- me dijo- ¿Es tu corazón?

- Sí- le dije-

- Es grande.

-No, ahora es muy pequeño.

-¿Pequeño?

- Sí, antes era grande.

- ¡Oh! Debe ser todo un problema.

- Sí.

-¿Quieres tomar un café?

- ¿Ahora?

- Sí- me dijo él- ahora.

Fuimos, por momentos mi corazón se sentía amado, quiso despertarse y crecer pero le contuve, él me miraba con cariño, fue un momento agradable, conversamos, nos reímos un rato, sentí ganas de que me besara pero no sucedió, era un verdadero amor en ascenso.

La confitería era cálida, de otro lado de la vidriera llovía, me tomó la mano y nos quedamos en silencio, miró una gota resbalar en el cristal y volvió a mis ojos.

- Debe ser pesado ese corazón cuando crece.

- Sí muy pesado- le respondí.

Terminamos el café y salimos, me acompañó hasta mi casa y se despidió en el umbral.

- ¿Te veré de nuevo?

- Claro, seguro- le contesté

Entré, me abracé a mi corazón y dormí.

Al otro día lo esperé bajo el alero toda la tarde, no vino nunca, mi corazón estaba inmenso, desmesurado, extremadamente pesado; entonces es que me decidí a hacerlo, lo dejé en un contenedor de escombros, lo tiré a la basura, luego morí y me siento mucho más liviano, ya no molesto a nadie con mi corazón.

UN SUEÑO

Fue como un resplandor que de golpe se impregnó en el cielo. La luz se derramaba como una leche viscosa de color azul electrónico, violáceo en los bordes. Fue como despertar dentro de un sueño para volver a soñar. Habíamos estado fumando echados sobre una loma cubierta por pasto, había una tensa vigilia en las calles, era de noche, entre las nueve y las cuatro de la madrugada de aquel fatídico jueves. Sueño deslumbrante que guarda algo de pesadilla. Oscuro, negro por momentos, todo se desarrollaba en blanco y negro, los cuerpos eran de cenizas, pero la aparición abrupta de esas naves tiñó el espacio de luces violetas.

Todo sucedía como en una película, las imágenes eran claras a pesar de la noche, podía distinguir el rostro de mi amigo perfectamente, aunque después, en otra parte del sueño, se me perdió.

- ¿Qué pasa V…, no sentía algo extraño en el ambiente?- Me dijo parándose.

Claro que pasaba algo extraño, estábamos en medio del futuro, viajando en los pensamientos de Dios, viendo terribles guerras entre civilizaciones.

“Fue como una premonición, un sueño como los que tenían aquellos viejos profetas de la Biblia. Vi el futuro, tuve miedo a la abducción”, le había dicho a su mujer al otro día, pero como ella no entendía lo que significaba la palabra “abducción”, y además era medio sorda, se quedó callado y no le contó nada del sueño.

Teníamos sed y por eso buscábamos agua en la plaza, como de costumbre, había muchos policías, pero esta vez estaban retraídos por el sopor de la noche, no estaban atentos contra los marigüanos, una extraña preocupación los embargaba. No nos dijeron nada cuando cruzamos la plaza en busca de líquido, había más pibes en el bebedero, parecían los restos de un público que sale de algún recital, los miramos, nos saludamos; unos cuantos ómnibus de dos pisos descansaban a la vuelta de la plaza, parecía una noche normal pero estaba cargada de un luto incógnito, una rara penumbra.

Los focos amarilleaban un poco el paisaje, vida urbana que dobla en las esquinas con la música encendida, yo con el guillete en el bolsillo, mi amigo con el nombre de Diez en la casaca, teníamos un poco de pasto en el pelo, pero estábamos presentables, mirando las minurrias bajábamos por una calle, chispazo en la noche, calor pa’ los pulmones, y una noche tranquila pero inquieta.

- ¿Qué pasa man, qué son esas cosas en el cielo?

- Parecen naves- Le contesto, y la sed que no podía aplacar. Por eso después

cuando tuvo miedo a la abducción, se levantó y tomó agua como loco, ya no podía dormir y su mete fue sólo retos de una tétrica visión. “Tuve miedo de la abducción”, dijo al otro día y nadie lo entendió, bueno en realidad, sus niños eran muy pequeños para comprender, pero su mujer no, eso era lo fatal, ella nunca lo escuchaba cuando quería contarle algo, en el fondo, tal vez, se odiaban y no se amaban tanto como en los papeles se decía.

Cuando miré las naves ya había perdido a mi amigo, Diegote desapareció del sueño, pero eso es común en los mismos, así como aparecer desnudo golpe, o correr mucho y avanzar poco; en este sueño todo era nítido, el cielo negro, las naves en formación virando hacia el oeste, la maniobrabilidad de sus máquinas; no cabía duda, eran extraterrestres, naves que no podíamos detener, ni siquiera reaccionamos, ya estaban ahí cuando empezaron a disparar. Vomitaron un fuego azul, un haz de energía desconocida para nosotros, disparaban para el lado de Lesser, pero su potencia se expandía como el desencadenamiento de la energía nuclear; pero era un destello azul eléctrico, oleaginoso, tal vez; no destruía ni quemaba las cosas, más bien parecía secarlas, congelarlas, extraerles todo vestigio de vida por medio de una singular parálisis azul, era como la fuerza de un maremoto que sumergía las casas y los árboles bajo esa luz.

Justo cuando descargaron su láser sobre ciertas zonas del oeste, un edificio colosal por su magnitud y grosor de las paredes, se erigió ante mí, empecé a subir corriendo, porque ese movimiento me parecía una posible protección, vi a muchos morir en las calles a medida que avanzaba la ola azul, a otros los alcanzaba menos pero después supe su mortal efecto, estos últimos quedaban convertidos en sus marionetas, eran infiltrados en la tierra, pasaban a transformarse en seres de otro planeta.

Después del impacto sorpresa, había que organizarnos, ya nos veíamos con la intención de resistir, era demasiado evidente, estábamos sufriendo una invasión; ya nos veíamos con palos en la mano y los carros de infantería por primera vez trabajaban para el pueblo, tuvo que pasar semejante desastre para vernos pobres y unidos juntos en la miseria. Ya participaba activamente en las comisiones, y ese edificio que soportó el golpe fe nuestra fortaleza para vencer al enemigo, instalamos baterías en el techo y nos dimos cuenta de que eran vulnerables a nuestras armas.

Cuando arremetieron por segunda vez, nuestros aviones los interceptaron en un vuelo recto que cortó sus trayectorias, algunos misiles dieron en el blanco, y supimos que la guerra iba a ser larga.

Sin embargo tuve miedo de la abducción y desperté. Le preparó la leche a los niños, le hizo caricia en el cabello a su mujer, la quería, a pesar de todo; tuvo miedo todo el día, las imágenes cruzaban su mente, no se pudo reponer con una siesta, esperó a que el futuro se equivocase, y que aquellas visiones del sueño no fuesen más que un bagaje del inconciente.

Cuado me pasaron la pala para cavar la última trinchera, que sellaba nuestra línea de defensa bien en el borde de las riberas.


2º Mención:

Eduardo Leonel Zenzano, pseudónimo: Nopue

Es claro que en estos Estados, donde es vergonzoso conceder sus amores a quien nos ama, esta severidad nace de la iniquidad de los que la han establecido, de la tiranía de los gobernantes y de la cobardía de los gobernados...

Platón – Συμπόσιον o de la Erótica

Rométa y Juliéo


Advertencia preliminar

La siguiente historia transcurrió por el año 2000, en la ciudad de Salta, capital. Por el tenor de los hechos y la protección de sus actores reales, nos atenemos aquí solamente a referir nombres y apellidos, mencionamos también una de las zonas por donde sucedieron los últimos hechos; jamás nos atreveríamos a dar direcciones, revelar los colores de sus casas, menos aún confesar el número de frondas con las que cuenta el helecho de aquella maceta que reposa sobre la entrada de la casa de los Robismata.

de lo que se accidentó]

Luego de algunos años, a la salida de un opulento Shopping ellos se reencontraron accidentalmente, y como suele suceder, distraídos de tanto cansancio; que ajetreo de bolsas llenas de mercadería, que parece que el botón se dio cuenta que me robé el pack de pilas, que mañana me cortan el cable, que... ¡bum, plaf y crác!, las bolsas se desplomaron en el suelo entreverándose ligeramente toda aquella abultada mercadería, incluso los “dos por uno”. En un acto instintivo se lanzaron a manotear las súper ofertas, coincidiendo al tiempo en mirarse. Y dieron ellos, ellos y sus fotos, sus huidas, sus besos, sus coitiadas, sus llantos, sus destierros... Cinco minutos más tarde y se encontraban ya en una confitería cercana al opulento Shopping, hablando desenfrenadamente de todo, recordando infinitos momentos, mientras un yuto pasaba por fuera tarareando una canción de los piojos... pero y eso qué importa ahora!, lo que cuenta son aquellas dos almas que por momentos, dejaban escapar una que otra lágrima. Es que se trataba nada más y nada menos que de los hermanos Rométa y Juliéo.

Desde hace tiempo que no se rostreában, es decir, que no se salpicaban los rostros llenos de recuerdos. Una historia muy fuerte en el pasado los había separado violentamente, habían sido condenados, pero y ahora, rostreábanse en un café.

de lo que no se sabe si hay que saber]

La historia fue más o menos así. Por aquella época Rométa tenía 22 años, Juliéo, su hermana, apenas 20. Vivían juntos, como buenos hermanos de buena familia y etcéteras. En aquellos tiempos Rométa tenía... o no, mejor no, digamos más bien, andaba con una hermosa mujer, o sea, estaba de novio. Un buen día decidió súbitamente cortar la relación, pero Julieta (la novia), no estaba de acuerdo, y por tal motivo, comenzó a dificultar la vida de Rométa: lo buscaba por cielo y tierra, frecuentaba los bares por donde sabía que Rométa acudía con sus amigos y cuando lo ubicaba, encaraba borracha y le decía cualquier cosa, a veces lo insultaba armándole un gran escándalo en el lugar; ora lloraba, ora lo abrazaba, ora lo escupía, ora pateaba sus genitales, ora lo babeaba y le pedía por favor que no la dejara. En fin, cansado ya Rométa de todas estas escenas, se le ocurrió un buen día planear una farsa, para zafar por siempre de las garras de esta obsesiva mujer. Pidió a su hermana que fingiera ser su “nueva novia”, seguro daría resultado pues Julieta, en el año de relación que llevó con Rométa, jamás había pisado la casa de éste, por tanto no conocía a su hermana Juliéo, ni a “nano”, el perro de la familia, tampoco a esa horrenda fosforera que descansaba aburrida al lado del calefón. Ergo, a nadie ni nada de los Robismata.

Planearon entonces con la hermana salir una noche y sorprender a Julieta con esta postal, pensando que así, una vez impactada con la imagen de “la-nueva-novia-de-Rométa”, enloquecería y no volvería molestarlo. Las cosas sucedieron tal cual lo planearon, salvo un detalle. Aquella noche Julieta los vio, enloqueció, corrió, y se casó. Pero además, aquella misma noche, esto de andar simulando ser novios terminó por enamorarlos, sí, Rométa y Juliéo se enamoraron.

Los meses corrían y la cosa entre ellos se ponía cada vez mejor, hasta que un día, fueron descubiertos por los tatas. No puede describirse certeramente cómo es que se hallaban en aquel momento; si acostados, si sentados, si de pie, si haciendo una tumbaloya... el problema fue que dieron con ellos completamente desnudos. Pronto la noticia trascendió las paredes de la casa, y así se convirtieron rápidamente en la ignominia del barrio. Fue muy triste, realmente patético. Los vecinos mancomunados, decidieron cortar toda relación con la familia Robismata que, al pasar por casa de estos, escupían la vereda como símbolo de repudio a esos inmorales, a esa depravada familia que quién sabe qué “valores” habrían inculcado a sus hijos de pequeño. Nadie en el barrio los quería, los niños emularon el acto de los mayores salivando y orinando la vereda, a tal punto que nadie quiso transitar por ella por temor a resbalarse.

Esta familia que en otros tiempos gozaba de una tranquila reputación, pues los padres eran ambos profesionales; tan profesional en aquel tiempo era todo que, hasta “nano” -comentaba un viejo del barrio entendido en las ciencias y las artes- tenía cierto acento francés “al emitir el guau”, esta misma familia era la que hoy, había quedado reducida a una vil caricatura porno, eran “una manga de depravados”, Robismata se convirtió en sinónimo de incesto, lujuria, hedonismo, hasta ¡cosa del diablo!

Sumidos en aquel desasosiego, los padres decidieron consultar a una pareja amiga, los Puicheto. Y fue muy embarazoso lo que sucedió. Estando al tanto de la situación los Puicheto (si bien no vivían en el mismo barrio), les negaron la visita personal. Era evidente, qué diría el vecindario si viese ingresar a los Robismata a casa de los Puicheto, acaso planearían una orgía?, serían de esas cosas raras de hoy que llaman “swinger”?, en fin, pese a una gran amistad de largos años, les vedaron la presencia personal, sin embargo, concedieron una breve consulta por teléfono. El consejo de los Puicheto fue que enviaran a Rométa y Juliéo a un psicólogo, estos chico necesitaban atención profesional urgente.

Luego de revisar el tema, nuestro idóneo en la materia aconsejó a los padres separarlos, para bien de los dos (Rométa y Juliéo), y además, por sobre todo, para conservar la integridad moral del apellido.

del dícese]

Y quién puede decir qué es el amor... un idiota abre el diccionario y lee, amor: dícese del afecto por el cual busca el ánimo el bien, verdadero o imaginado, y apetece gozarlo // atracción sexual // esmero con que se trabaja una obra deleitándose en ella. Pero el idiota jamás encontrará contenido en el concepto, el universal abstracto aquí no sangra, jamás podrá leer algo como: del sentimiento que a veces termina por enredar hermanos, en lo posible, respondiendo a nombres como Rométa y Juliéo... Tampoco hallará aquí términos como gay, lesbiana, sin embargo, tan pronto como encarnan vida estos antónimos-del-amor, puede vérselos asomar con los párpados agotados en una ciudad que los persigue con antorchas y tridentes.

El amor, en tanto que testigo de su época, pone sangre en la Historia. Y un poco más abajo de amor puede leerse amoral: de la persona desprovista de moral... perogrullada nomás, más abajo todavía encontramos amortiguador... pero, y qué tiene que ver esto ya!

de como habíamos partido]

Como comenzó la historia, ellos se reencontraron y se rostreáron. Tan ansiosos estaban que el mozo del café hubo de correrlos amablemente del lugar, era muy tarde. A la salida Rométa propuso a Juliéo que continuaran aquella feliz colisión en lo de su casa, y así lo hicieron. Actualmente Rométa tenía 26 años, Juliéo 24, exactamente entonces hace cuatro años que no sabían absolutamente algo uno del otro. Ya en casa de Rométa, Juliéo sugirió beber moderadamente unos copetines. En pose de perro de caza, Rométa paró la cola y señaló el Whisky con su hocico, ella asintió feliz con su cabeza y continuaron hablando. Ambos estaban de novio; Juliéo, conoció un joven en un boliche y a las dos semanas ya estaban juntos; Rométa por su parte, una tarde invitó a Rosa, una cajera de uno de esos hiper-súper-macro-muy-mucho-mercado a salir luego del trabajo por unas copas, y así después novios.

Por momentos permanecían callados, luego reanudaban la conversación con temas aislados, como queriendo apagar el silencio. Lo que era evidente es que ambos no estaban bien, es decir, se extrañaban. Pero qué chota es la sociedad -pensaba por dentro Juliéo-, en aquel momento a Rométa se le piantaron un par de lágrimas; el Whisky le había llegado al alma. Juliéo se acercó y lo abrazó sollozando. Permanecieron mucho tiempo abrazados sin decir una palabra, el silencio ahora, era más importante que el mundo. De repente un yuto pasó por fuera de casa tarareando una canción, en una de sus manos llevaba un Parral, en la otra, un cigarro, colgaba también de él una flácida mochila color gris, dentro de ella había otro Parral más una de esas sodas posmodernas de ahora, también, un paquete de galletas y una lata de picadillo, un elemento más, y este yuto se nos convertía en ekeko. Pero... y todo esto qué importa!

La noche empujaba por detrás de los cerros una enorme Luna color rojiza, en una ciudad en donde no hay cabras para amarla. Unos hermanos por ahí remendándose las almas y de vez en cuando un yuto que otro pateando las calles, lleno de ausentes en la noche.

Mientras nuestra Luna parecía decidida a prenderse fuego, Juliéo propuso a Rométa chuparse los dedos, lamerse los pechos, masthurgarse, decirse, apretarse, amarse, etceretearse también. Y qué larga noche aquella.

Al romper la madrugada se despidieron melosamente posados en el umbral de la casa. Rométa trabajaba para una agencia de encuestas y Juliéo vendía cosméticos a domicilio. Prometieron verse dos días después en aquel café donde el buen mozo los había corrido.

de las consecuencias de insistir con el play]

Como a eso de las diez de la noche del mismo día, Rométa volvía del trabajo. Mirando al cielo, caminando en la nada, jugaba con atrapar cada instante de aquel reencuentro con su hermana, atrapaba uno, y volvía a darle play el muy cargoso, tan absorto iba en aquel juego que, sin percatarse, de repente dio con las narices de Rosa. Indudablemente, tan intenso había sido todo que este muchacho olvidó por completo estar de novio. Posada era Rosa sobre la puerta con sus brazos cruzados y de aspecto malhumorado. Rométa cayó del cielo y nervioso preguntó qué sucedía, ella replicó en tono furioso que habían quedado en salir para festejar su aniversario de novios. “Uy!” -dijo Rométa- y llevándose las manos a la cabeza pidió disculpas, luego entraron a casa. Una vez dentro, Rosa se tranquilizó un tanto.

Cómo festejaron su aniversario?, pues compraron unas pizzas hechas, un par de cervezas, unos cariñitos de vez en cuando y más tarde volaron hacia la pieza para los etcéteras, pero al arrojarse sobre la cama algo sonó, sí, algo como a vidrio roto, Rosa dijo: “¡ay!”, Rométa: “¡qué hay!”, inmediatamente se desplazaron hacia un costado de la cama y dieron con unas botellitas de perfume rotas. La novia miró con seño al sujeto, al que éste respondió: “¡...!”. La verdad es que Rométa también interpretaba nada de lo que estaba sucediendo. Juliéo había olvidado esos malditos perfumes ahí, sobre su cama, eso fue lo que ocurrió. Pero... ¡cómo, en qué momento y para qué sacó Juliéo de su cartera aquellos perfumes!, ¿tal vez habrían fantaseado con aquellas botellitas..? Rométa no podía hacer memoria, y titubeando improvisó una breve explicación: se trataba del regalo sorpresa que le tenía preparado por el aniversario, “¡pero qué opa -dijo Rométa reprochándose enérgicamente-, había olvidado el regalo en la cama!”. Rosa no quedó muy convencida, es que Rométa había demorado algo más de un instante para ofrecer una explicación rápida y precisa de aquellos perfumes. Sacudiéndose los vidrios del traste se levantó y miró fijamente a Rométa, al que éste respondió con un rotundo: “¡...!”

de lo que el “ay!” produce]

Ay, ay, ay, y cómo quisiera que esto no hubiese ocurrido nunca, pero fue así: al día siguiente Rosa descifró rápidamente aquel misterio de las botellitas rotas en el culo, y se armó nomás. La vecina del frente, almacenera de la cuadra, la popular “Pepa” contó todo, con lujo de detalle le reconstruía la escena aquella del baboso beso que estos desvergonzados se daban en la puerta de casa. Rosa preguntó desesperada que si sabía desde cuándo se veía Rométa con esa mujerzuela, Pepa no supo responder, pero le adosó ahí nomás que le daba la impresión que desde hace un año que se veían con esa sinvergüenza. Ella corrió, enloqueció, y casi se casó.

A Rométa se le armó tal merengue en la cabeza que los padres decidieron asistirlo no sólo ya con el psicólogo, a su agenda se aumentó: un psiquiatra, un chamán, y un odontólogo. Bueno, es que también tenía una infección en las encías; a veces el cuerpo manifiesta de formas muy obscuras lo inefable.

Luego de algunas sesiones con Rométa, el psicólogo citó a sus padres, a los que les subrayó enfáticamente la necesidad de abandonar la ciudad, o bien Rométa o bien Juliéo, daba igual ya; por otro lugar, el psiquiatra comentó a los padres que se trataba de un caso muy interesante, recomendó que lo mejor sería que Rométa y Juliéo viviesen cerca y con la puerta sin llave; el chamán por su lado advirtió un poder maléfico sobre Rométa, un “mal de ojos” arrojado sobre él seguramente por alguna novia del pasado, prendió sahumerios, realizó unos conjuros y entregó en sus manos un puñado de “piedras energéticas” comentándole al oído que tenían conexión con el cosmos, vía satélite!, Rométa dijo: “¡qué!”, y el chaman contestó: “cien pesos m’ hijo”; por último, el odontólogo dijo: “cuarenta pesos, chango”.

Los padres siguieron el primer consejo, y así fletaron a Juliéo a Tucumán; le inventaron una carrera para comenzar allí, el psicólogo hizo rápidamente uno de esos rebuscados test vocacionales y apuntó a los padres que las aptitudes de Juliéo daban para emprenderse como profesora en Botánica, según el test, sería una excelente profesora en la materia. A Rométa le prohibieron la entrada a Tucumán, y, en caso de tener que atravesar dicha provincia para trasladarse a cualquier otra, debería de hacerlo por avión y con los ojos vendados, por si le tocaba ventanilla. El centro vecinal del barrio de los Robismata declaró a Rométa persona no grata para “el medio ambiente”, gesto último éste que no fue aprobado por los padres, quienes opinaban, era de muy mal gusto.

Cuando se calmaron las aguas Rométa fue visitado por la madre de Rosa, su ex suegra. Le lloró, le suplicó que haga un último intento por volver con Rosa. Llevando en las manos un mocoso pañuelo, enredado a un travieso rosario, doña “Tita” era postrada implorándole una última prueba con Rosa. Rométa entendió el mensaje y fue a ver a Rosa. Ella lo perdonó, antes lo escupió, lloró, lo abrasó, y ya se imaginaba en el altar toda vestida de blanco.

Pronto asomó la feroz caza, casamiento. A Rométa lo cazó un cura, como mandan los preceptos blancos, luego el derecho civil lo puso en la parrilla. Y como también es bien visto después de aquellos rituales, tuvieron tres hijos, plantaron un árbol, y cuando mueran van a donar sus órganos.

Este desdichado hombre vive hoy en los alrededores del Parque San Martín. De vez en cuando puede vérselo transitar con un coche en mano, una mujer a su lado, y dos pibes pateando una pelota de fulbo.

Una joven noche de Navidad, como a eso de las ocho, un yuto caminaba ebrio esquivando apenas unos árboles, luego de un buen rato de no acertar su destino, se sentó en un banquito del Parque San Martín, abrió pacientemente su mochila sacando de ella su verde Parral del infierno, con cuidado sirvió de él en su cáliz, luego agregó un ”touch” de soda y, paciente, fue entrándole. Balbuceando una canción y con sus ojos desorbitados pitaba un cigarro medio destartalado. De repente Rométa pasó por enfrente, lo vio sentado y ligeramente cruzó en dirección a él. El yuto pensó que se trataba de otro más de esos giles canas de civil que vienen a agitar un porro para luego llevarte a patadas en el culo. Sin embargo, sin quitar la vista de Rométa permaneció tranquilo. Rométa se acercaba cada vez más, y ya a unos metros dijo: “disculpá vieja, ¿tené fuego?”. Él sonrió, y sin apuros fue incorporándose para perder la mano en el bolsillo y atrapar una maltratada caja de fósforos. Peleando con la cajita Rométa aprovechó el silencio y preguntó: “¿qué andá haciendo solo, vieja?” El yuto se limitó simplemente a responder: “nada, no sé...”. Rométa dibujó una tímida sonrisa en su rostro, como dando a entender para dentro que recién caía que este sujeto estaba muy borracho. Apenas prendió el cigarro se fue diciendo dos veces “gracias”, él contestó: “no, de nada”. Al alejarse Rométa, el yuto rumió: “pensar que parecía un botón, pero tiene rostro humano, y una mirada trilce”.

Luego tomó su mochila y enfiló para aquella larga avenida llena de luces y propagandas; también por si acaso una “averiguación de antecedentes”.

del “ay!” al cuadrado]

A veces las noches en Salta devienen así; frescas y saturadas de estrellas, uno aquí, otro más allá, rodando sin remedio. Divagando como locos, como a esos locos-leprosos de la Alta Edad Media cuando se los arrojaba, en un acto de purificación-exclusión, a la inquietud incesante del mar, sin dios ni patria, navegando errantes por las inmensas aguas de los profundos océanos; tal son nuestros héroes. Rométa, sin saber dónde ni cómo decir “no!” o, “ya no, por favor!”. Juliéo, “la profe de botánica” y su amor en estado vegetativo, que todo cuanto toca lo marchita, quién sabe hoy qué savia corre por las venas de nuestra heroína. Y el yuto, sin poder mirar atrás, es un toco el pasado, pero además sin su horizonte, cubriéndose los costados, errando calles, camina mucho el pozo este muchacho. Un tango esboza una atroz sentencia, podríamos llamarle: la neantización de “la bombachita colgada de la canilla”; Bukowski descifró la señal y escribió un día: “el infierno es un lugar solitario”.

Así pues, caminaba el yuto su avenida cuando nuevamente fue alcanzado por Rométa, ¿lo habría seguido?, mientras no se sabe ya qué hablaban, fueron perdiéndose por aquella infinita avenida de reyes y virreyes; de ambos lados las ventanas lucían promoviendo sus arbolitos de navidad, escupiendo luces a diestra y siniestra, unos papás noeles también por ahí. Ellos ahora eran un punto borroso casi al final del horizonte, algo así como un “dos por uno”, Aristófanes también tiene su versión del dos por uno... “¡Viva la familia!” decían las ventanas, mientras dios desde lo altísimo... cuidaba la patria.

fin, o si ustedes prefieren, ya ta


3º Mención

María Fernanda Salas, pseudónimo: Clown’s eyes

Mucho tiempo hace que me atormenta este secreto. Cuando lo hizo, una fuerza inexplicable la llevó a ese lugar, hacia él y a mi también. Lo cierto es que no empezó inmediatamente. Pilín lo llamaban en el barrio, nunca supe su verdadero nombre, no sé si alguien lo sabía, quizás los vecinos de al lado de su casa. Ahora que lo pienso, Castañares nunca hubiera sido lo que es sin la presencia de Pilín: ágil en los pequeños robos a los vecinos, raro como pocos, feo y sucio como ninguno. Eso fue exactamente lo que le atrajo, sólo a una loca desquiciada como ella podía atraerle ese. Lo veíamos acercarse a la casa y salíamos corriendo del miedo, caminando siempre con una mano en el bolsillo, balanceando el otro brazo, llevando el compás de las piernas que iban casi como en un rengueo, casi raquítico, quizás por el hambre o por una enfermedad que tuvo de chico, no sé toda su familia tenían la misma cara huesuda, la misma existencia pequeña, arrugada, aunque él era joven y fumaba mucho.

Una tarde a ella se le antojó que fuéramos a los tubos de los departamentos a fumar unos cigarrillos, para que no nos vean. Siempre lo hacíamos pero esta vez cuando llegamos, estaba él en el tubo donde siempre nos sentábamos, yo me quería ir corriendo pero ella fue directo, se sentó al lado con los brazos cruzados como desafiándolo. Él se puso en frente de ella en el estrecho lugar acercó su nariz filosa a la de ella y empezó a tocarle sus brazos cruzados hasta llegar a sus caderas, ella no se movió porque era más porfiada, puta le dijo él y se fue corriendo.

Se reía orgullosa de su triunfo pero así comenzó porque después de ese episodio comenzamos a ir más seguido, a veces fumábamos nomás, otras no, pero siempre lo veíamos a él que nos espiaba desde una pared de los departamentos. Lo veíamos ahí con su mano en el bolsillo rascándose con fuerza, agarrándose como si no nos diéramos cuenta. Entonces comencé a notar una cierta excitación en ella, se reía a carcajadas como una tonta. Que ¿te gusta Pilín? No, me decía, pero se le notaba.

Otra vez fue peor, ella ya no se contentaba con mirar y reír, algo iba subiendo desde más debajo de su ombligo, la enrojecía, la calentaba, tenía que hablarlo y lo hizo aunque la deje sola, tengo que arreglar cuentas con ese, me édijo. La deje en la placita de vuelta de mi casa, después me contó que cuando no había nadie ella se le acercó y le dijo qué mierda tenía él que decirle y tocarla. Pilín la tiró de espalda y se le puso encima. Ella nunca pudo imaginar que ese flacucho podía tener tanta fuerza, supongo que eso la excitó más, y entre forcejeo y forcejeo terminó besándolo, sí, ella a él.

Después de eso los encuentros fueron mas frecuentes y los golpes nunca faltaban, brotaba un lado perverso que nunca supe que tenía esa niña a quien nadie en el barrio se atrevería a decirle algo por miedo a su papá. Yo le insistía que no lo haga, los moretones eran cada vez mas difíciles de disimular, era raro que en su casa no los notaran. Además, ya casi no nos veíamos y yo me aburría muchísimo, no me daban ganas de ir sola a los tubos ni a ningún lado. Y cuando estábamos juntas no hacía mas que contarme lo que hacía con el raquítico ese.

Una vez se les fue la mano y ella fue a pedirme si podía quedarse en mi casa, no quería volver a verlo y él la amenazaba con contarle todo a su papá. Yo le dije que lo dejara ¿Cómo sus papás iban a creer que alguien como ella se iba a meter con Pilín? Pero no me escuchó, terminamos yendo muy tarde a las vías, nos tenían terminantemente prohibido hacerlo, pero me arrastró con ella. No entendía que estaba pasando, decía que habían quedado en verse ahí para que nadie los vea, que iban a hablar y me prometió que todo iba a terminar ahí, me lo juró por Dios.

Cuando Pilín llegó no quiso escuchar ni un apalabra, la agarró con todas sus fuerzas, puta le dijo, como la primera vez, pero ella ya no rió, agarró una piedra y le pegó en la cabeza para zafar, yo lloraba y escuchaba sus gritos, miraba para todos lados para ver si alguien podía ayudarnos. No había nadie y estaba oscureciendo, los gritos se hicieron gemidos.

Te dije que no me llames puta gritaba, y le pegaba histérica. En ese momento agarró un palo de escoba que estaba tirado al lado de la vía, el pobre inconsciente ya no decía nada. Después lo puso de espalda le bajó los pantalones y el calzoncillo todo sucio. El puto sos vos.

No volvimos a hablar de eso, no volví a verla y cuando por fin encontraron el cuerpo de Pilín, nadie volvió a nombrarlo.

Entro al aula y lo veo ¿cómo resistir? Basta que me siente para recordar esas palabras: Sí, salís a buscar la noche (estamos todavía en el siglo pasado) en mi época las mujeres que querían casarse con un militar pasaban por un examen físico, psíquico y moral y si tu mamá se casó conmigo es porque pasó el examen. Al final no importaba lo que dijese, todo termina en lo mismo. Pero por más que se quejaran, por más tilinga que me llamaran yo seguía. Y hasta me gustaba. Yo sólo dejaba entrar entre la pollera de mi uniforme, la fría y dura pata de la mesa del pupitre y pensaba en las noches.

Arrodillada junto a su cama (de él) y en lo oscuro calculaba los segundos que le tomaban dormirse. Mucho había estudiado ese momento antes de decidirse (eso había sido lo más difícil) y sabía perfectamente cómo sucedía el sueño de ese individuo. Se estiraba sobre su lomo, unas cinco veces frotabas sus pies grandes y peludos, su boca se abría tan grande en el bostezo, entonces estaba listo el ronquido. Antes de levantar ese objeto recordó por qué lo hacía, volvió a ver sus manos en la espalda de ella y bajar, volvió a sentir el terror en los ojos por descubrirlo y lo vio la última vez que jugaron juntos en la plaza. No pudo hacerlo, la nena había naturalizado el amor por su padre.

Y de tanto cavilar se fumó todos los cigarrillos de la casa y atacó la heladera. Y como todavía no había resuelto nada, vació la alacena. Pero aún le quedaba una noche entera sin almacenes, entonces, emprendió la complicada tarea de masticar los muebles, cortinas y cuadros. Lo vegetal, mineral y animal. Fotos, cuadernos y pisos. Y como el hambre persistía tan feroz como su angustia y tenía por delante un fin de semana con dos domingos vio sus dedos y empezó a masticar sus uñas, de las manos y de los pies, a roer su carne y sus huesos, a beber su sangre, de aquí y de allá. Y como no fue suficiente y le quedaba una bocaza y una soledad inservible, la soledad se lo devoró.


POESÍA


1º Premio

Rubén Darío Liendro, pseudónimo: Insomne

EL COMENTARIO PATAFÍSICO

XXI

Una tarde cualquiera pasa por mi casa

a discutir de poesía, y de las noches

en las que nunca vimos

ni a Sinatra ni a los Roling;

Tal vez repitamos la intimidad del tiempo

y del insomnio:

quien sabe esto de preguntarnos cosas

nos puede llevar hasta el borde de la cama

o de la muerte

hasta el borde del amor

o de la guerra;

aunque de todas formas ya no soy el soldado

de los soles, la juventud se pierde

entre las pantallas de un discurso

y yo prefiero la paz de la sangre entre las sábanas.

Una noche cualquiera pasa por mi casa

a reflexionar sobre los dioses que encierran las ciruelas

la imposible sensación del mar y su destino;

ese Carpe noctem con instinto de paloma

y de cerveza,

quien sabe, tal vez nos ataque el escritorio

o las viejas fotos de la escuela

te sorprenderá saber que tengo dos empleos

y que mi papelera no está llena de pasado

ni siquiera conservo las sombras y destellos

de las veces que nos acostamos

cerca del viento y de la noche,

tan solo esos papeles o poemas

que hablan de la luz en los infiernos

los enemigos del jardín entre las nubes.

XXII

Hay que desparramar el sur

entre las sábanas

mi diosa del venado

mi revolución encogida

mi saludo de la tarde

porque el viernes…

el viernes es la luna onagia

el sabor de las mentiras

después…

después viene la marcha,

las golfa perdices

la luz de los conejos

y el lunes del minotauro

y la memoria…

Y la memoria literaria

(ya sabes) es el rosa

entre las piernas,

es asar por el amor

y por la guerra

pensando en un poema

que no “sale”

Que no sale.

COMENTARIO PATAFÍSICO I

Muerte te extraño…

y todavía me parece verte

entre los ojos de la gente

detrás de los diablos azules de la tarde

como un carpe noctem en el espejo.

Muerte extraño tus alas de mosca

que se llevaban las heridas del verano

tu gesto efímero, tu simpleza de pato…

tus verdades de niña.

Muerte has terminado este romance

y ya no soy poeta

¡Y ya no soy poeta!

ya no se como construir las verdades

del lenguaje…hay un pozo…

y no hay pozo…

hay una voz

y hay sangre pero no tiene el secreto

de tus voces, ese beso patafísico

entre las noches del verano.

NOT DANCING

Estoy nocherrimo

y estoy bolero

pero el amor no danza

con las verdades imposibles

tal vez los signos de la edad

tal vez el presagio del poeta:

en mi barrio hay fiestas importantes

pero no me invitan.

He pensado en escribir este secreto

pero los versos no enamoran

ni tampoco resucitan.

Tan solo cantan bajo tierra

como anticipando un tercer día

como anticipado el breve instante de la vida

acaso la tempestad de los azules

acaso la profundidad de los pájaros…

Y yo aquí, ahora con esta alma nocherrima

que baila entre los sueños

como una búsqueda absurda de un tiempo rojo.

COMENTARIO PATAFÍSICO II

Primero: acto patafísico por el poema,

su vida de barco a la deriva

su función de conejo a la inversa

que resiste la duración oscura.

Acto patafísico por su voluntad confusa

de comulgar con los muertos

de entender a las mujeres

de cambiar el mundo.

Segundo: acto patafísico por las fotos

aladas de la muerte

por la venganza de las voces

no se puede sin canciones

no se puede sin amores

no se puede sin papeles

Tres: también verdad que hay otro juego

y otro silencio que no entiendo

es una promesa entera,

las otras tardes de la gloria,

una pulsión de muerte y de ojos

que no renuncia a nada

salvo la palabra vida.

LLEGANDO TARDE

Me lo han dicho en las reuniones de los viernes

y también en las citas con las putas que frecuento

que la poesía está siempre un poco retrasada

y al auxilio del olvido y de la sangre

Lo cual es pura lógica y un poco de blues cantado

por eso no sorprende que todavía se hable

de las cuestiones del siglo XIX

o se discuta el largo de tu pelo ceniciento

y tu estas por así decirlo

más divergente que la luna.

Yo siempre con mis cosas

porque en el fondo es tan lindo hablar

de las tonteras de la vida

y perder el tiempo en la misma esquina de tu casa

contemplando la misma bolsa de basura

descubriendo que otra vez me han desvelado

las flores de tu cuerpo

y que una vez mas, voy tarde

a ninguna parte.

RAZONES POR LAS QUE NO SOY RICO

Me atraen los insectos perdedores

y las historias de la tele.

Tengo especial tenencia a ostracismo

y las estaciones que transcurren en mi cama

tampoco me resisto a los colores

ni a los ojos de la luna.

Mi padre me advirtió una vez

que no es bueno buscar

el resplandor claro de la muerte

que se aloja en los bestiarios y oficinas

pero que creen, todavía soy rebelde

y siempre vuelvo a los insectos

a las brújulas erradas

alas conferencias proyectadas

Demi propio hado en la penumbra

A los apuntes que echo al mar cada tanto

Cuando sospecho que no tengo un yate

ni siquiera un caramelo en mi bolsillo

que me distraiga de estas cosas diminutas

y me evite preguntarme ¿Por qué?

Porque no soy rico.

DESDE CASA HASTA EL TRABAJO

La calle con su alma gris sobre el asfalto

con su actitud de tiempo en retroceso

con las decisiones del viernes a la noche:

“Que me abandonas

que me comes

que las botellas

que tu madre”

La calle con su desencanto azul como de araña

con sus amores quijotescos de la esquina

vistiendo de humo

vistiendo el rojo

vistiendo un cuerpo amanecido

de tanta muerte, de tanta vida.

La calle: otra vez en esta parte del mundo

volviendo del trabajo

recorriendo mi casa

desde el esqueleto hasta los cabellos

solo unos cuantos cigarrillos

unas botellas sin barquito

unos angelitos en acordes

y yo al borde del aplomo

pensando que mañana otra vez

desde mi casa hasta el trabajo.

SOBRE OTRAS OBSESIONES

Alguien me ha dicho que ser perverso

es parecido a masturbarse en la mañana

pero nunca he despertado

con otras manos que no fueran las mías

recorriendo los orcos diarios de mi vida.

Confieso por momentos

que odio mi apariencia y mi escritura

que odio mi soledad de marginado

pero no me pesa escribir sobre otras obsesiones:

No me pesa inventar mil historias que justifiquen mi existencia

No me pesa fantasear con hombres y mujeres

No me pesa ser soltero cada noche entre las sabanas

A estas alturas ya no duermo ordenando las ovejas y conejos

sino que debo hundir mis cabellos

hasta alcanzar la pequeñas ciruelas

que encierran las musas de la noche.


1º Mención

Luis Ferrario, Pseudónimo: Basalto

PALABRAS A JUAN RULFO

Si pudiera llegar hasta la oscuridad

donde tu cuerpo busca sus raíces

liberado por fin de los contornos

que ciñeron su carne tanto tiempo,

si pudiera instaurar el cauce de tus huesos

tras mi espesor de arcilla cristalina

encontraría quizás el fuego

que te alimenta ahora bajo tierra

y alza tu corazón de jugos tiernos

hasta el aroma de los árboles,

te recuperaría

como después de amar la soledad

en los espesos matorrales

que ha tendido la lluvia en sus riberas,

como después de comprender

la incertidumbre de los hombres

en la clarividencia diamantina

de las cosas que pulveriza el tiempo.

Pero habitas ya demasiado oculto a mi ignorancia,

ya demasiado inconquistable para este vago anhelo que persigo.

Sé que tu corazón sigue impulsando el latido de las piedras

y tu osatura indiferente cuaja en el polvo denso que la embarga

tal como lo quisiste en la silenciosa contemplación de tu alegría

o en los bruscos recuerdos de tu infancia crecida con la noche:

aire de amor antiguo, tierra calcificada en la pobreza,

bruma de lirios rotos bajo la piel callada,

regresaste al profundo manantial de tus requerimientos

para ondularte dulcemente, fusionado en la savia redentora.

Desde esta orilla estoy nombrándote

y me asalta de nuevo el hechizo de tu voz,

nuevamente te escucho

como si tu palabra me llegara en la noche impenetrable

atravesando el rojo aliento de los perros que buscan la distancia,

las malezas del sueño donde anidas y agolpas el misterio

que haces crecer hasta la hondura del pozo en que subsisto.

En algún sitio estás

inevitablemente libre de tu peso,

libre de la disolución que a diario avanza entre los vivos,

perfectamente fijo en la igualdad del mundo y tu sustancia.

Cómo decirte ahora, Juan, de la profundidad con que llegaste

mientras tuviste la poesía junto al cansancio de tus brazos,

mientras tuviste la palabra para abrirte senderos en la sangre

y la conciencia de la gloria que aguardaba en el barro de la lluvia;

si pudiera llegar hasta tu corazón

que va fluyendo lentamente entre las flores,

pero ya poco importa,

ya poco importa la distancia que me separa de los muertos,

ya poco importa esta cerrazón de musgos apretados

desde donde recuerdo tantas cosas perdidas para siempre.

Un día, Juan Rulfo,

me encontraré contigo para hablar de la vida.

EL HIJO

Tan sólo el hombre que ha tenido un hijo

es vulnerable.

No puede el hombre ser deshecho

ni enajenado totalmente

mientras no tiene fuera de su cuerpo

su propio cuerpo, en otra piel,

en otros huesos y otra sangre,

mientras no tiene el corazón

en otras ansias inocentes

más el peso terrible

de ser la causa y no el efecto.

Sólo el dolor del hijo es dolor propio.

Nadie puede decir

de otro dolor sobre la tierra

ni de otro amor como el del padre

que ya cedió su identidad

y se va por el mundo

con otros ojos para contemplar,

con otra voz para nombrar las cosas,

mientras el cuerpo originario

permanece en silencio y detenido.

Oh, Dios, ¿cómo puedes

soportar tu dolor?

EL HECHO INVARIABLE

La musa de Quevedo pudo haber sido

generosa para la historia de la poesía

pero su dueño fue más bien miserable

con Luis de Góngora, quien lo superaba en talento.

Cuentan que cuando éste se empobreció

y no pudo seguir pagando el alquiler

su mortal enemigo compró la casa

para complacerse en echarlo como un perro,

la terrible disputa lingüística

se proyectó entonces a las cosas

y lo que era nada más que palabras

pasó a traducirse en un hombre en la calle,

con lo duro de la invernada en Madrid

no resulta grato imaginar el hecho

ni podemos simpatizar con el arranque

de quien hizo pesar así su poder,

y es que el suceso no perdió actualidad

ni lo perderá aunque pasen mil años

por más esfuerzo que haga nuestro corazón

para cambiar la vida en esta tierra.

MADRUGADA A LA ETERNIDAD

En el oscuro pueblo de Víznar

debió pasar su última noche,

entre un grupo de gente del pueblo

con la que siempre había comulgado:

un maestro de escuela, un herrador,

un campesino labrador de las eras,

todos hombres acostumbrados al trabajo

y a la austeridad de una vida sin ambiciones.

Lo reconocieron porque ya habían oído

los cantos populares a los que entregara

la claridad de su magnífico genio

y el fervor antiguo de su sangre,

por eso le pidieron que recuerde

algún poema y él recito “cuando yo me muera

enterradme con mi guitarra bajo la arena”

sabiendo que ya nadie en el mundo

iba a modificar un punto las cosas.

Con la madrugada salió acompañado

por esos buenos amigos hacia la eternidad

y respiró el aroma profundo de los campos

y escuchó por última vez el viento entre los olivos.

LENGUAJE DE PIEDRA

Cuando el tren estaba llegando a Rosario

atravesó una ciudad de miseria,

miles y miles de taperas de lata

entre el desorden brutal de los escombros,

una chabola descomunal cruzaba

frente a los ojos pasmados del viajero

instalada allí, desde hace muchos años,

definitivamente fija en el mundo,

kilómetros y kilómetros iguales,

basura, muladar, vida sin futuro

y lo que es peor aún sin un presente

que le haga espacio a un viso de humanidad.

Y entonces se dejaron oír las piedras

como puñetazos de plomo contra el chasis,

el estampido salvaje de la furia

que ha percibido la injusticia total:

los niños ensayaban así

un lenguaje grotesco y lleno de odio,

la única forma de representar

que viven en un infierno sin salida.

FEDERICO II

No sé por qué me produce nostalgia

tu nombre en este largo ocaso.

Será porque te encantaba el sol

del Palermo azul de tu infancia

y la vida te llevó tan lejos

de su infinita claridad.

Será tal vez porque yo quise

un cielo igual en mis sueños

y conocí la absoluta pérdida

de las rosas de la inocencia,

o es que tu vida fue tan plena

como hueca y sin gloria la mía.

POR EL EFECTO DE LA NOSTALGIA

Para entender la soledad

hay que atravesar los sueños del alba

y percibir en ellos el susurro oscuro

de aquella voz que no está contigo.

Hay que convocar en las sombras

las líneas de ese cuerpo olvidado hace mucho

palpitando su entrega traspuesta

sin cesar entre laberintos y fantasmas.

Y despertar con frío entre las sábanas

donde ella nunca estuvo ni estará

y comprender que la sigues amando

y que jamás la volverás a ver.

AMARGO ATARDECER

Este es un largo atardecer,

larguísimo y amargo.

Mientras subsiste la conciencia

se sabe del dolor y la angustia

y el mar inmenso del olvido

no llega con su dulce piedad.

Restos de todos los naufragios,

huellas del látigo en la carne,

todo se junta como un gran río

de rocas volcánicas que van

persiguiendo las desembocaduras

con su marcha desgarrada y lenta.

VOLVER A VOS

Volver a vos, adonde estás,

a tu región de árboles verdes,

entre la llovizna mansa y suave

que impregna el aire con su brillo,

volver al zumo de las raíces

cuajadas de sal y barro

y al aroma límpido y salvaje

de la savia surtida en flores,

amor de entonces, de ese tiempo

de ser feliz como un potro

sobre las praderas y los pastos

de la inocencia esplendorosa.


2º mención

Luis Martín Cagnoni Pseudónimo: Settembrini

H

Me fuma el cigarrillo

ansioso

en lentas pitadas

mufa cotidiana

y en cúmulos

moroso

va en bocanadas

el humo de los días.

Absorbe su boquilla

húmedos labios que se consumen,

perfumes

encendedores de deriva,

embriones ebrios de ceniza

boqueando

tóxico tedio

en sorda combustión.

Se retuerce la colilla

saudade íntima

sobre las ascuas,

espanto sacude,

postuma resplandores

filtrados de distancia.

Colores esfumados

de sabor ido

envuelven en volutas jarcias agónicas.

Sella la boca la última seca.

Secreta inmundicia

Estabas brusca, clorada

como esa inmundicia secreta entre las lunas

temblando de merecer

el asunto tenebroso.

Estabas rota, inundada

en el periódico reflujo de la condición humana,

herida y halagada

mareada en niebla.

Estabas absorta y desaforada

de otra vos misma disfrazada

en el jardín que se vuelve extraño

al atuendo de Eva emergida.

Estabas rara como encendida

calculando las repercusiones de tu andar de señorita

casi feliz… a penas.

Nexo

Nueces tu boca

dulzor

almizcle suave desvelo

manantial fragante

fulgor

frescura explosión tu pelo.

Ríos tus labios tonel

exquisito

vino magnífico nexo

ebrio batallar ternura

necesito

néctar tu divino plexo.

Tu forma artificio solar

pinto

vagando lunar belleza

mejillas montañas muslos

laberinto

sonrisa tu luz mi tristeza.

Vidatango

Recluta se levanta

del espejo

a veces antes

que el gallo cante

aun sin querer

-pero ahí siempre pantuflas-

sin más quehacer

más que pacer

rezongos.

Piloto con paso lerdo

casi automático

al punto prepara el mate

mientras la luz incendia las cortinas

filtrada por las crestas de la urbe

y nubla oníricas

reminiscencias.

Con o sin hambre

al mediodía

la faena considera del almuerzo.

Luego la siesta

en turbio silencio extiende

como un pálido alarido entre vocablos oscuros.

Aproximándose a las cinco

bebe su taza de niebla

religándose en su mundo

de mansos lujos vulgares.

Recién a las siete se tiñe

su piel color del poniente

sentado en austeras certezas amargas

ramoneando entre cervezas

tirano del control

tirado en el sillón

remoto.

Como culpa retorna

puntual como la muerte

cerca de las nueve

la misma cantinela del sustento.

Café y cigarro

y plena panza

tarareando encama

sin dios mediante

su vidatango

“…derramada, fatalmente derramada…”

Dudosoneto

Cuando vengan los gusanos a surcar la carne pasajera

y esponjosa tierra fértil cubra la piel desvencijada,

cuando el terror y la esperanza no iluminen la mirada

y al cuerpo sumerjan en la cobija de madera…

Dizque la energía no cesa

cuando cesa de pulsar aliento,

que no desaparece un momento

tornando al río de naturaleza.

Cuando la Parca decida cortarnos el hilo

y se sustraiga el ente al dónde y al cuándo,

cuando el tiempo inmortal nos haya barrido

¿En recuerdos y en qué tendremos asilo?

¿Seguirá este mundo girando y girando?

¿Amaremos por fin haber sido?


Princeps

Antes que el sol

suma luz

nombre el verso

o la pálida

perla hermosa

de mareas ritmadora de mareas

o el pigmento de la rosa,

el titilar o las estrellas,

el íntimo perfume de la amada…

Antes que la desdentada

sonrisa de la única certera

cante las nubes pasajeras

en variar constantes,

las efímeras migrantes,

las aparentemente calmas

que de pronto dan tormenta,

las tan leves… semejantes

al espejismo del poeta,

a la comedieta humana.

Romántico

Ramo vetusto romántico exquisito

detalle explosivo de rosas añejas

seca lágrima vierte tu llanto marchito

contra un fondo intacto de pintura nueva.

Cintas púrpuras te ciñen, ramito remoto

vestigios del fervor de dulces manos…

El eco poderoso de los años ahora noto

en tu fulgente ofrenda de belleza, no en vano

pulsás color indefinido

que inunda mi memoria

y turba mansamente…

Racimo de un amor perdido,

concentrás pequeña historia

de fantasmas que saturan el ambiente.

Misterio

Misterio meridiano

de nube y sol pleno

de lo que escuece.

Medido en desmesura

de tibia luz infinita

mismo Misterio siempre.

De férreas costumbres

de tanto nombre y empeño

amenizado en yunques

Misterio de grama que crece.

Doméstico y universal

Misterio azul incesante

oculto en transparencia.

Versus

Poema contra las circunstancias

adversas, fiebre, mosquitos; bueno

para aplacar catarros, ambulancia

de palabras palabras palabras

silencio.

Antídoto contra la distancia

de los cuerpos que se esperan,

estimulante, simpatía, repelente,

poema para cepillar los dientes,

conjurar cielos, bendecir patas de gallo,

destrabar tornillos, desplazar montañas

y hasta enamorar morar orar.

Extracto del Vencedor de la Pitón,

Celso, Paracelso, Galeno, Quirón,

Hipócrates, Asclepio, concentración

armoniosa de los elementos, gran receta

para adelgazar el tedio sofocante

y despistar al estómago hambriento.

Poema contra la peste, con cosquillas,

canción que ahuyenta la guadaña.

Singular ungüento antioccidante

divulgado hoy por oferta única

pa’ que todo el pueblo lo lleve.

Poema para sanar circulación

para la desinfección del bazo,

exterminio del empacho, matavirus

envasado en blancura fulgente,

pequeño rubí del pantano,

río encantado, arbusto perenne,

poema contra las mareas.

SETTEMBRINI


3º Mención

Belén Scigalszky, Pseudónimo: preludio etc

Historia de una elipsis

Anabido no leyó Descartes ni es nominalista,

no vivió nunca en el futuro, como ninguno,

usa anteojos para ciclopes,

y cita la página de la mudez digestiva.

Su disciplina, ¡Oh disciplina!,

esconder los turnos del presente

para no encontrarlos, dentro de aquel dios…

llorar sin electricidad, mientras

en el burdel la sorpresa se espera,

y las hipótesis son onomatopeyas.

Siempre un pie en la laguna,

el otro en la disconforme tierra,

y el último en una maceta.

Simultáneamente peinando,

toda ésta y esa sangre contigua.

Anabido colecciona las lagañas tomadas del día,

y las de la noche,

sabe que la llave de los libros es no abrirlos,

y ella nunca ha escrito su nombre,

apenas tenía mandíbula y el placer del tacto,

de la yema a la cosa, a la yema…

es especie, Anabido, embalsamada y mudable.

Había una vez… y ahora otra.

Historia de otra elipsis II o IV

Nos anti-dotamos para el mundo,

en la sala de espera casi todos se ven las caras,

centrípeta apariencia, cuando lo eterno es sinécdoque del aborto del silencio.

El compañerismo del muro, una virgen sentada en el muro,

ladrillos de perspectiva en la espera…

cuando el amor cuida los vientres

y decide con argumentos del miedo,

todo se va a la mierda (típico tópico)

si tan solo pudiéramos llorar en la ranura de una puerta…

los hijos son tejidos con todas las hebras perdidas de sangre.

la brújula es la polea del retorno o viceversa.

Así diseccionamos los pies de la tortuga,

para entender el talón gangrenado de Aquiles,

que se divide siempre en tanto dure un milímetro;

el bisturí por supuesto antes del supuesto,

es el tiempo o hálito, gemido de un mito.

Y antes que los brazos puedan crecer y adaptarse,

tornamos…

NO

nos tornaron, ellos

las alas de terrestres del insomnio consciente

del párpado techado,

era el irreductible dorso de Ser, el individuo sólo se cuenta su cuento, sangría.

La historia recomienda, entre párrafos recurrentes:

el coito de la elipsis y los puntos suspensivos…

Tercera Historia de la misma elipsis

“anidamos la joroba

anudamos la jornada

arrojamos la mañana

prevenida”

Uno dos y treinta y tres, y… ya.

Dictado de errores con muletas en la tibieza del tiempo.

Reintegrarse a la obsesión de estar siendo

dentro de zapatos nuevos.

la intención requiere de los porcentajes tradicionales

de todo lo siempre dicho,

el silencio desprendió sutilmente su corpiño

para que sordos pechos,

el nulo tránsito de la nodriza,

reclam-andando su identidad…

Laaaaaaaaa aaaaaaaaaaaaaaaa voluntad corta.

ignora el esperma del ruido (y es aquí donde…

Anabido aparece entre axilas y paréntesis deplorables,

sabemos que ella colecciona, pero no comprende el hábito,

cose con alfileres la hora que,

es hora, sin necesidad que deba serlo luego.

La estaca, el estarahí durmiente en la dedicatoria para la historia,

Anabido en la abreviatura de un olvid…

Invención de la selección, por Apolo”

incineración de un Piano en primavera

sabía,

que no debías librarte,

me esperaste en la esquina

para que te viera.

… de la primavera,

feliz día

¿Quién te ha encendido

sahumerio de melodías?

como fiel al amor, te diste

y ahora tus pedales

en clave… al sol.

Antes,

sordinas de los pasos del hombre

¿Quién,

qué nombre ha podido?

la facción de la putre

era peor que en un cadáver

como Juana de Arco

sin Juana, arco o lira

dos arpas superpuestas,

in-tactas tus notas

sin tacto.

recuerdas, la analogía morbosa

de tu cuerpo con la del pájaro muerto

sus plumas naranjas, tus cuerdas de espanto.

Aquellas escalas,

te saben a carbón

sin escalones dibujados.

… del pentagrama,

feliz día

en él soñá tus sueños

y matá con la mudez

al que con un fósforo

te clavó en Fa-llecer.

garganta quemada

musical sahumerio;

ahora crecen en mis palabras

tus últimos gritos…

concedidos, escuchados

hasta la próxima!

donde tu voz sea del aire

y no del fuego,

donde puedas felicitar

… una primavera.

El tacto de la ausencia

¿Cómo anuda el manco

la cuerda de su horca?

¿es esa la mano que invisible

saluda la muerte?

¿o es la otra concreta

que se tiende para ayudarte muer?

el decoro del cuerpo

la educación de todas las mañanas

sirvieron, si, esa única noche

para descubrir que el cuello

es la mano que sostiene el cráneo

manco se es siempre

y así se saluda

con respeto

a la muerte.

Desde sus bigotes, contagio pediculosis

(A Friedrich Nietzsche)

Hipnotiza el fuego matutino

de tus pensares.

Adiestraré mis pies,

parascitar

sobre sus cabezas

o en algún epígrafe.

Na-ser, la nada encarnando

nomenclatura del amanecer.