viernes, 9 de octubre de 2009

Bases convocatoria 2009


PREMIOS
Primer premio:
Narrativa $400
Poesía $400
· Menciones especiales
· Difusión de los textos premiados

NUEVA FECHA
RECEPCIÓN DE LOS TRABAJOS:
HASTA EL 15de diciembre DEL 2009
Centro de Estudiantes de Humanidades
FACULTAD DE HUMANIDADES DE 10 A 13 Y DE 14 A 20 HS

BASES
1. De la participación
Podrán participar todos los estudiantes inscriptos en cualquier carrera de la UNSa (Casa Central y Sedes Regionales) con textos narrativos o poéticos.

Los ganadores del primer premio del concurso de la convocatoria 2008 no podrán presentarse en la misma categoría del año anterior.


2. De los premios
1. Premio en poesía: $400
1. Premio en narrativa: $400
Menciones especiales.
Los textos seleccionados serán difundidos.


3. De las obras
Las obras que participen deberán ser inéditas y originales; deberán estar escritas en español. La temática es libre.



4. De la presentación y recepción de las obras





  • Los trabajos tendrán
    · como mínimo 4 carillas y como máximo 10 carillas con uno o varios textos para narrativa.
    · como mínimo 2 carillas y máximo 10 carillas con uno o varios textos para poesía.
    (Sólo se podrá participar en uno de los géneros)
  • Los trabajos deberán estar escritos en letra Arial, tamaño 11, interlineado 1,5, hoja A4

  • Se presentarán tres copias de los trabajos, debidamente encarpetadas o abrochadas. Al pie de cada una de las hojas, se consignará únicamente el pseudónimo del autor.

  • En un sobre cerrado se presentarán los siguientes datos del autor:
    - Nombre y apellido
    - N° de documento y/o N° de Libreta Universitaria
    - Domicilio
    - Correo electrónico y/o teléfono
    - Carrera
    - Certificado de inscripción
    En la cara visible de este sobre cerrado, se consignará solamente el pseudónimo.

  • Los trabajos, junto al sobre cerrado con los datos personales, se presentarán en otro sobre, en cuya cara visible se consignará solamente la leyenda: II Concurso literario para estudiantes de la U.N.Sa. “Profesora Alicia Chibán”. Los mismos serán entregados en el Centro Único de Estudiantes de Humanidades – Facultad de Humanidades; por correo en: CUEH, Universidad Nacional de Salta, Av. Bolivia 5150. 4400 Salta o, en forma personal, en el horario de 10 a 13 y de 14 a 20hs.

  • Los trabajos se recibirán hasta el 15 de diciembre del 2009. Para los trabajos enviados por correo, se considerará como fecha de entrega la que figure en el matasellos.
  • Los trabajos que no cumplan con estos requisitos, no podrán participar del concurso

5. Las obras NO serán devueltas


6. Del jurado

  • El jurado estará integrado por tres miembros para cada una de las categorías.
  • El jurado determinará, si es necesario, otros aspectos que no estén considerados en estas bases.
  • Las decisiones del jurado serán inapelables.

7. De la entrega de los premios
Se comunicará telefónicamente o vía e-mail a los ganadores. Se publicará el listado de ganadores, y el lugar y fecha de entrega de los premios y menciones.


8. La participación en el concurso supone el conocimiento y la aceptación de estas bases.

Organiza: Secretaría de Letras del CUEH – Todo un Palo, conducción del CUEH

secretariadeletras@gmail.com

todounpalo-humanidades@hotmail.com

1ª convocatoria del concurso

En la primera convocatoria participaron 47 estudiantes de todas las facultades de la Casa Central y de las dos Sedes Regionales
NARRATIVA

En la ciudad de Salta, a los quince días del mes de noviembre de 2008, los miembros del Jurado de narrativa del I Concurso Literario para Estudiantes de la UNSa "Prof. Alicia Chibán", Liliana Bellone, César Antonio Alurralde y Santos Vergara, deciden otorgar el siguiente orden de mérito:

1° Premio

Alejandro Luna, pseudónimo: Jeremías el Payaso


Onanie.

Recordar es empezar a morir.

I
Quizás acá comienza la noche.
Voy desde mi cuerpo al silencio. Voy desde mis partes a tu cuerpo. No he podido desembarazarme del recuerdo.
Voy herido, casi a la manera blanda en que el alma comienza a carecer, y duele en su más tranquila amenaza, porque si nos damos cuenta, qué otra certeza más bella que la de saber que somos perecederos, qué certeza más blanca, más devastadora es tener este impulso de destruir todos los monitores, todas las pantallas, las publicidades que muestran los culos como grandes globos donde uno no se puede morir, porque la muerte es cosas contraria a la esfericidad, la muerte se explaya, se expande, no restringe su negrura ante la forma. En la curva de la línea no hay muerte, en los muslos, en tus muslos, en tus senos no hay muerte, y no debe haberla. Pero ¿qué es proseguir en el placer callado de la masturbación entonces? ¿Adonde está la vida? ¿Adonde me estoy yendo?


II
Nos embolábamos mucho, peor aún los domingos que dormíamos hasta tarde y después comíamos como pavos, pedazos grandes de la comida que había, comíamos en silencios que ya no eran agradables, o en otras ocasiones hablábamos mucho pero ya no de las grandes cosas. Ahora es que recuerdo cuando aprendí a irme.
Hablo de la verdadera posibilidad de irse, esa que es primero una teoría medio insulsa y que se va endureciendo de otras pequeñas ideas que le van dando cuerpo.
Fue ese día en el que me dí cuenta de la inmovilidad, de la constante inmovilidad, fue como en esos cuentos de terror en los que el monstruo se ve al espejo y, sabe que no le queda otra que asumir la violencia que le han deparado por ser tan feo, y yo era feo, y era peor, era terriblemente feo en mi capacidad de autocomplacencia, en ese irme acomodando de a poquito en el envejecimiento de mi ropa, quería cosas feas.
Fue ese día en el que vi claramente que el equívoco no era un problema en la vida. Equivocarse es parte fundamental de ser hombre. Elegir o no, daba igual, la cuota de error la da la vejez pensé y me salvé. Hacerse viejo es comenzar a pensar que todo lo elegido estaba para la mierda, es hacer constantes retrospecciones para ver con bronca lo que no se hizo, o las pibas que no se curtió, o con los chongos que no se dejó y, yo pensaba en tu cara y en todo lo que vos decías, porque al fin y al cabo toda tu ternura se me estaba haciendo una cosa insoportable. En algún momento me ibas a hacer pagar tanta ternura y esa cara de que te ibas a morir si yo no estaba. El viaje es el camino.

III

_Señor, hemos notado una merma en la atención de las actividades que usted realiza diariamente en su labor de acomodar las mesas, y de levantar los utensilios, o de colocarlos. Creo que en este punto me es necesario decirle que de seguir con estas distracciones se lo enviará a otro sector del restaurante. Entenderá que en este tipo de negocio, como es el de la comida, no debe existir el menor descuido. Éste es solamente un llamado de atención para que usted señor, no incurra en ese tipo de error que puede acarrearnos una denuncia legal de parte de los que asisten a este local.

IV
Pienso en un tango, mi memoria es medio vieja y eso que ahora soy medio joven, no te olvides de mi, de tu Grisel, o, en ven triste me decías, que en esta soledad no puede más el alma mía. Pienso que la memoria de la certeza es más débil que la memoria del presente, la memoria de la certeza es como un chispazo que nos viene algunas tardes, la memoria del presente es un fárrago en el que discernir lo claro de lo oscuro es tarea perdida.

Quería viajar solo, y para ello fue necesario limar y limar. Toda relación amorosa es una celda de una precisa arquitectura. La ternura que mantiene su efecto coercitivo, el cuerpo predispuesto al placer y los recuerdos como la única manera de sobrellevar el insoportable futuro. Yo pensaba en tu sexo, como piensa un viejo a su perro, como el viejo del extranjero de Camus, y ya no quería pensar así. Yo pensaba en tu amor como un gran amor y lo era, pero ya no quería tener esa voluntad que requiere la ternura. Lo escuchaba a mi amigo Cristóforo cuando me decía: yo amo a la mujer con la que me casé pero también me quiero coger a otras minas, loco. Pensaba que tu amor y tu gran ternura no valían el mundo que estaba abierto para mí como una casa, sólo por un tiempo. Además me estaba haciendo viejo.
La vejez ahora es más cruel, más si no tenés guita. Las pibas te comienzan a tachar a cierta edad. Ahora pensaba en nuestra gran prisión que con un cuidado de la mierda habíamos hecho, pensaba en nuestra cama, en el viaje y en tu esperanza de que yo no vaya. Eso era lo malo en vos: tu esperanza, tu inmensa esperanza, tu gran bondad hacia las cosas adversas, como esa vez que te rompí la lámpara por llegar borracho y vos decías mañana voy a comprar otra, no te preocupés. Te vi la cara y estaba rota como la cerámica de la lámpara. ¿Qué podía hacer sino abrazarte? creo que a todas las minas les gusta que las abrasen. Vos llorabas como si se te hubiese muerto un padre o algo así, vos llorabas porque entendías que toda luz no se debe romper, porque es el anuncio de una oscuridad, vos llorabas porque en el fondo necesitamos de la superstición y de la magia y yo lo estaba poniendo todo en evidencia como no se debe hacer. Eras una niña, mejor dicho, éramos dos niños abrazados, que no entienden que la noche va a durar.
En la mañana te fuiste a tu casa, a la tarde te fui a buscar, estabas esperando con te.
Ya nunca somos alegres, pensé, pero me engañaba, nunca habíamos sido personas alegres. Teníamos un cuarto de tener relaciones, teníamos tu ternura y la voluntad de abrir heladeras para que alguien tome agua, teníamos ganas de matarnos del aburrimiento, teníamos un amor grande como los de las películas, pero estaba mal la cinta, se estaba corriendo y dejaba ver parte del truco. Ahora a la celda le quedaban pocos barrotes, cabeceaba fuerte y me tumbaba algunas noches contra las borracheras más insólitas, a ver si en una de esas la vida me hacía perder la memoria de la certeza, pero ya era tarde. Nunca habíamos sido alegres. Tu memoria comienza siempre en la certeza del dolor. Tengo fotos tuyas, algunos libros, y la cabeza que me traiciona como a tantos otros que nunca pueden volver por el camino, porque al pan del cuento se lo come un enorme pájaro, y alimentábamos ese pájaro de la desesperanza una tarde triste como tu cara de preguntar, si me voy.
_Si.

V

_No puede pasar por este lugar, acaba de ser atropellado un hombre y están haciendo las verificaciones correspondientes.
_pero señor tengo que pasar, vivo en la casa que se encuentra justo en ese sector.
-En ese caso lo acompañaré para que no pise alguna marca o rastro que pueda ser significativo para la investigación de este accidente.
-Me contó recién el almacenero que es el mozo de la esquina, el chico que además es estudiante de filosofía, que nunca respeta nada y que se cruzaba la calle sin mirar. Hay gente que cree que todavía vive en un pueblo. Espero que se reponga ¿y no le llegó noticia de cómo se encuentra?
- Mire lo único que sé es que no había sufrido lesiones internas graves, pero que evaluaban la posibilidad de amputarle la pierna por el daño que le hizo el auto al arroyarlo.
_ Pobrecito.

VI

_¿Por qué hacés eso? Yo también quiero ir con vos. ¿Por qué planeás un viaje solo? ¿y yo que soy en tu vida acaso? ¿Acaso no soy nadie? Sos un hijo de puta.
VII

Detalles en cada cosa, todo ha recuperado su antigua dureza. Alzo la taza y es dura. A la vez el líquido se deja caer en mi boca después de mucho tiempo. El líquido tiene la consistencia de una seda en la garganta. ¿Cuándo es que se transforma la materialidad en esa desagradable gracia de aparecer? ¿Cuándo es que una ráfaga de objetos se vuelca hacia nosotros con todo irrespeto, cuando es? Ahora la manija brilla en opaca firmeza, y toco cada suave borde de su desportillada pequeñez. La mañana es también clara y la luz incluso es un cuerpo alegre, y punzante. No creo poder recuperar la antigua inconciencia de las cosas ¿Acaso esto es la derrota del amor? ¿La vuelta al mundo en ochenta miserables sudarios de soledad?

Ayer, con mucho esfuerzo, salí a comer en el viejo restaurante donde trabajaba. Comprobé la insidiosa mancha en una pared mientras caminaba asistido de un par de maderas que se me clavan en las axilas. Tanto tiempo allí y yo ciego a esa constelación de imágenes marginales, como si algo en este tiempo me estuvo tapando la mirada, y tan cansado de ver esta ciudad y de no registrar cambios cuando todo era un moverse de manchas, de humedades, de bacterias que empollan sus huevos en cada casa, en cada hombre, en cada diente. A veces creo que estamos a salvo, me has devuelto lo que no debías, le has dado al día desde entonces toda su dureza ¿Estoy cansado sabes? Estoy terriblemente triste, pero he descubierto nuevamente la aspereza de la borra del café, y las patas traseras y vellosas de las arañas que corren cuando abro las repisas o las alacenas. Vuelvo a insistir en esa fortuna de la inconciencia. Tengo poco que perder en esta tarde, porque ya todo lo he ganado en mis sentidos. Este dolor de no percibir bien si vos sos una aparición que llega y que todo lo pone más claro, todo lo arma como si el mundo fuese un pobre cartón caído ante mis ojos, y de golpe se eleva en una estructura sólida. Tomo la taza. Su intrincado pozo no es más que el despliegue de la utilidad para los hombres. Ahora viene seguro la desgracia de acordarme que alguna vez sorbiste de la misma, y que además te estás descascarando con cada sorbo, en los días que te presiento lejos de toda piel mía, lejos de cada pensamiento mío, como si hubieses eyectado de los que a mí me hace tanto bien. Vuelvo y reitero lo irrecuperable de tus labios asentados en la taza, y también me descascaro en ella, asiento los labios y algo se queda de mí. Somos como dos reptiles, alguna vez convulsos como sapos, víboras, crótalos, o pequeñas lagartijas, asumimos que la única resurrección posible es dejar las partes.
Me descascaro, amor. Me caigo a pedazos sobre las tazas, los días, los resumideros, y en interminables vueltas caigo en la desesperada amargura del fondo de las aguas que ya no vuelven a los hombres.


VIII
La metamorfosis es la frustración del viaje: su síntoma

Che y te fuiste a Bolivia, dijo Cristóforo.
_No, se enfermó mi vieja justo cuando iba a salir, y andábamos mal de plata en la casa.
_ ¿Y Natalia? Preguntó Cristóforo con vos de poca voluntad.
_ hace un año que no estamos juntos, yo me mande una cagada, la deje por otra mina. Tenía para elegir ¿y viste como es cuando te sebás? pero bueno, después de lo del accidente muchas elecciones no tengo.
_¿Y como pasó lo del accidente?
_ yo estaba volviendo a la casa del laburo, y no escuché el ruido, viste que acá no es muy transitado, entonce crucé sin mirar. No sé en que venía pensando, pienso que estaría afligido por los parciales porque no me daba tiempo para estudiar. Me acuerdo que sentí un golpe en una pierna, y no me acuerdo más, me desperté recién en la sala, tenía tubos hasta en el culo.
Fue a verme Natalia, y se tuvo que ir al rato nomás porque llegó la otra piba, y antes de irse me miró con una pena, tendrías que haberla visto.
Yo no sé cual de las dos minas tenía más tristeza en esa sala, mi vieja se daba cuenta, y además notaba como la piba nueva me miraba un poco con miedo, como si estuviera mirando un espectáculo de circo, jaja.
_¿Che que hora es ya loco? Dijo Cristóforo.
-No sabes como la extraño, la otra mina después de lo del accidente me dejó, dijo que yo era muy posesivo.
_Voy a la cocina, dijo Crístóforo, ¿Querés que te traiga algo?
_no sabes cómo la extraño, de verdad, no a ella, sino a Natalia, porque era una buena mina, en serio, además hace mucho que no frecuento gente, porque el médico dice que la recuperación depende del reposo, y ni guita para una loca ¿sabes?

_No te preocupés, ya vas a ver que cuando te mejores vas a volver a ganar, de verdad _ dijo Crístoforo_ con la extraordinaria pena del que da ánimo, mientras le golpeaba la espalda con una mano, y se resistía para no mirar la pierna tiesa del amigo.


IX

_Mozo después de que termine el servicio ¿podría acompañarme un café? estoy un poco triste, y no tengo con quién hablar.
_ ¿Como es su nombre, señorita?
_Dana.
_ ¿Sabe una cosa? si quiere podemos ir a otro lado, porque de hecho que en este lugar me llamarían la atención de estar intimando con los clientes.
_ ¿Como no? usted me parece un joven muy agradable.
_La verdad que soy todo lo contrario señorita.


X

Hay pliegues que me gustan más que otros, hay olores que me gustan de vos entre los muchos de vos. Los que dejás en tu ropa, por ejemplo. Un día entré a tu baño y encontré la remera que te habías sacado al bañarte, entonces la agarré como un animal increíblemente tierno. Como ese gorila que se queda al lado del niño caído en la jaula y que lo científicos pasaban horas hablando del sentimiento maternal del gorila. El gorila estaría embolado observando como el pendejo parecía un pequeño juguete. Arruinarlo de un manotazo sería una pena, aunque pensándolo bien el gorila no tendría que haber tenido tanta consideración con terrible animal.
El animal comienza allí donde no te encuentro, allí donde estamos desnudos y se te ponen los ojos blancos como a esa virgen barroca en éxtasis; allí donde yo pensaba en la caridad de tu gesto y vos en la cara de la luna, en donde no hay sonrisa pero hay gato. Allí comienza el animal siempre, en lo imposible del escarabajo que tenemos en la cabeza y que ninguno de los dos se atreve a mirar por miedo de que las patas del escarabajo que tengo no coincidan con el tuyo.
Comienza el animal, le crecen pequeñas alas o patas, o pelos, o angustias.
Un día esta licantropía será una cosa mortificante o nula. Estamos lejos de llegar a la casa. Damos una vuelta del brazo por la ciudad, caminamos y subimos por la calle menos transitada. Un hombre cierra las persianas de su negocio. Vemos grandes casas y edificios, vemos como la ciudad crece en puentes, en luces, y como nos estamos muriendo. Mudos bajamos por allí con pasos acostumbrados a la lentitud de la provincia. Comienza el animal. Alguna vez me voy a ir te digo, y vos me crees a media, y te reís y te repito, me voy en serio.
_vos decís que te vas a ir, siempre decís lo mismo, y nunca te vas a ningún lado.
Me quedo callado.
Me gustan tus olores de las tardes cuando crecés en dulzuras hasta incontenibles razones de antropofagia y pienso en tu sexo simplificado el corazón.
Te miro una de las zapatillas y no te importa que esté desatado el cordón. Me soltás la mano como si estarías incómoda. Me transpira la mano, decís. Te garro del hombro. Estamos como cansados de llevarnos, seguimos subiendo. Lo bueno de estas ciudades pequeñas es que podemos volver caminando.
A mi me gustaría vivir en Buenos Aires, digo, y es mentira. Mi vieja vivía allí y viajábamos a veces dos o tres horas en un solo colectivo. Pero esto de haber pasado una vez más por la casa con el duende ese que ríe nos está pudriendo.
Te suelto del hombro. Vamos cada uno en recta paralelas evitando el contacto.
Estoy cansado, digo.
Quiero irme a mi casa ¿como estarán mis viejos? decís.
La pieza es caliente en el verano, insoportable. El techo es de chapa, todavía no nos ha llegado la modernidad, somos unos posmodernos retruchos. Por eso hacemos pedazos las cosas a medias, no nos vamos a morir ahogados de un vomito, tampoco de una inyección de heroína, pero nos gusta pensarlo todo el tiempo.
Estamos atravesados por innumerables rayos. Estamos doloridos y sin embargo nos quedamos exhaustos en placeres de furias y pelos, en fluidos y en succiones de todo tipo, hasta que nos interesamos por la formidable aventura de una hormiga que atraviesa el techo. Mirá la hormiga, me decís. Habíamos inventado el mundo nuevamente, o mejor dicho, lo habíamos empezado a recordar. El mundo es esa cosa que uno nunca mira, pero vos lo hacías constantemente, y cuando te comienzan a hacer ver que el mundo existe es cuando te comenzás a moquear. Porque el mundo estaba allí abierto y nunca me había dado cuenta hasta que apareciste vos. Y decías cosas como paredes, hombres, mujeres, orgasmos, calles, focos, pequeñas llaves, y cuando me di cuenta, ya me estaba alejando de vos.
Éramos ingenuamente pequeños en el trayecto que va del yo al mundo, y eso lo descubrí después.
Ahora es que veo como pasa esa hormiga, y queda el olor de vos y el mío como un acido en el que se impregnan o impregnarán los días posteriores. Pienso seriamente en cómo se debe masturbar un hombre. Pienso en tu sexo con la variante ahora de no simplificar el corazón. Estas reducida al animal que te hice ser para no encontrarte, sino de manera agazapada.
Te abrís en la recta de mi ondulación. Toco tu humedad y, das miedo. ¿Cómo se debe masturbar un hombre?
Hemos aprendido a andar solos y del brazo como viejos que ya no se besan en la boca, ahora el tiempo es casi palpable. Te miro y no encuentro el suave brillo en la nariz que tenías esta mañana. La vuelta y el calor de la tarde nos han puesto el rostro sudoroso.
Un hombre en soledad se masturba con imágenes, con fotos, con recuerdos, con revistas, videos.
Quiero masturbarme con una radiografía tuya, quiero que me lastimés los músculos membranosos en las astillas recortadas de tus huesos ¿Estás ahí?
La hormiga sube en pequeños agarrones, porque si la ves está patas para arriba, y se agarra de las patitas como puede, y vos decís, lo fácil que es para esa hormiga subir así ¿cómo se vera el mundo así de a vueltas? Camina y llega al final. Desciende por la pared. Entonces pienso en el pliegue más oscuro de vos. Cuántas veces estuve allí de maneras casi insanas. Menos tu vientre todo lo demás es claro, le retruco a Miguel Hernández que tose en su celda con agujeritos en los pulmones.
Giro en espirales luminosos de penas y todo, todo es una tumba de olores agrios. Allí me sepulté una tarde ya casi noche; allí moré y resucité de la oscuridad para comprender tu suavidad que te venía como tierra mojada.
Quiero masturbarme con una toalla tuya y derramarme en líquidas pulsaciones a tu dermis ya muerta. Eso estamos quedando, amor. Toallas, ropas interiores gastadas, elásticos sueltos, jabones mañaneros, dentífricos aplastados, platos sucios, pelos de cepillos. Te toco los dientes. A vos no te gusta, pero te los examino con intenciones de bicho omnívoro. ¡OH Berenice, Canto a tus dientes¡ Porque no se salvarán ni las más pequeña durezas, ni las cavidades edorosas en tu noche de caer al suelo del mañana. Estamos entrando en la ciudad que los niños inventan al último, estamos venidos de diversos naufragios, todavía no me he ido, espero. Y saco los dedos de tu boca, mejor aun de tus encías claras y anémicas. ¿Como vinimos a parar en tanta desventura de conciencia? ahora es cuando de golpe las casas que miramos dejan ver sus musgos dentados y homicidas. Y disminuimos el paso, no hacemos el intento de restituirnos las manos. Tenemos los brazos bajos y puede que sea el calor, como les pasa a los boxeadores en el último round. Estamos de vuelta, a pasos de la casa, a dos casas, a dos extensas casas, porque todas las casas deben ser un infierno en mi barrio, y la señora del frente pasa caminando y no nos saluda. Caminamos hacia el pasillo la casa está oscura como si alguien medieval viviera en ella. Comemos algo y nos vamos derechito a la cama, sabemos bien lo que tenemos que hacer y eso me está afectando y a vos también, aunque ahora me tenga que masturbar y no sepa con qué mierda hacerlo. Nos desvestimos como sacándonos oxidados yelmos. Te hiero, a veces creo que te hiero y me herís para la posteridad del objeto que buscamos en cada otro y que finalmente no es inalcanzable, nos es continuos y reiterados espejismos. Entonces hacemos enchastres como quién tira tres puntos y cualquier orificio nos es propicio. Y me sostengo en la incomodidad del olor, en cómodas cuotas, más despacio, me decís. Será más adelante, pienso, mi magdalena escatológica, me sentare en mi baño una tarde y seremos en el recuerdo involuntario un amor tan excitante y sucio.
Ahora pienso en tu sexo, yo te habité, me digo, yo he resucitado, y mi carne ha sido restituida en su función de hebra, músculo a músculo. Hasta mi lengua se ha adormecido en esa desesperada oscuridad. Ahora es que necesito una calma de poner el cuerpo en separadas partes, es decir, los brazos por un lado, los pies y los muslos por otro, el falo apartado del cuerpo casi lejos, y aguardo que la muerte no respire sobre mis pausas biológicas consumiéndome en interminables masturbaciones. Estás jugando con el enemigo. Ahora pienso en cómo debés ser con otros tipos. ¿te cogerán igual o parecido o mejor? ¿ te pondrán en poses en las que te harán desdecir la vida y toda la muerte que aprendimos en el ojo de un perro que nos hizo aspirar la inmensa perturbación, de que la vida también es eso que no queremos ver ni oler? ¿Te enseñaran a ser feliz? ¿O acaso un semental frota tu sexo de formas monstruosas y lo irritara? ¿Dará con vos en posiciones habituales en crueles golpes contra tus huesos de la entrepierna que me pinchaban un poco la pelvis? ¿Te romperá con su inmenso sexo en partes en que te desmayás del dolor y el éxtasis? Pienso en el correcto modo en que un hombre se debe masturbar, sin que exponga su tristeza de especie, sin que comulgue con la desesperación y el olvido.
Ahora, justamente necesito de cosas tuyas, de tus platos de almorzar, de aquellas cosas que no intuís que te contienen, tus medicinas, tus algodones, tus ropas que dejaste en una esquina, tus electros cardiogramas, tus ecografías cuando te dolía el estómago y yo te fui a ver al hospital y sólo era un difuso sangrado que imaginé sin poder amarlo, como tampoco podrás amar en este momento mis lesiones, mis suturas, mi ya para siempre extraña pierna derecha, como una hojita caída en desgracia desde su nervadura hasta su clorofila más tierna e irrecuperable. Me tengo que hacer una paja, amor.

1°Mención

Rafael Eduardo Caro, pseudónimo: Anubis

Cancerbero

El niño se detuvo a los pies de la colosal estatua del emperador Tiberio. El pequeño Marco se sintió casi insignificante ante la magnificencia del soberano de Roma inmortalizado en mármol. En aquel momento se juró que su imagen estaría entre la de los Césares.
Las proezas militares que realizaría serían escritas en mármol para que fueran recordadas por las futuras generaciones logrando que su nombre jamás sea olvidado.
Apenas tuvo la edad suficiente se alistó en las legiones romanas. Tras duro entrenamiento el cuerpo delgado de Marco adquirió la musculatura del dios Apolo. El joven anhelaba probar su valor en batalla y Roma pronto le concedería su deseo. Combatió a los bárbaros defendiendo los territorios del Imperio. En medio de la lucha, Marco se sentía invencible, cebándose ante la vista de la sangre de sus adversarios.
Había nacido para la guerra y en pocos años tenía legiones enteras bajo su mando. Su habilidad como estratega y su valor lo llevaron en pocos años al grado de General Supremo de las legiones romanas.
Sus aspiraciones de llegar a ser alguien importante se habían hecho realidad. Sin duda los dioses lo habían favorecido. ¿Acaso los mismos dioses no habían peleado por lograr el control del Olimpo? Las deidades se habían enfrentado entre sí en muchas ocasiones. El poderoso Júpiter destronó a su padre gobernante desde entonces, controlando el destino de dioses y mortales. La suerte de las batallas era decidida por los dioses. Así, bajo el capricho divino había caído Troya. Incluso había un dios de la guerra, Marte que seguramente estaba complacido ante la gloria que Marco y sus legiones le había al Imperio y a las divinidades romanas.
Durante casi toda su vida, el general había combatido, pero ahora, a los cuarenta años se sentía algo cansado. Se iniciaba un período de paz y las ciudades florecían. Por todas partes se levantaban templos majestuosos y los poetas cantaban las hazañas del general Marco sin embargo, al genial militar lo invadía un sentimiento de insatisfacción. No estaba hecho para la tranquilidad y caminaba por los pasillos de mármol de su residencia como un animal enjaulado. Una noche, mientras recorría los pasillos de su fastuosa morada, oyó la melodía de una voz femenina resonando suavemente por los corredores de su morada. Se dirigió lentamente, cautivado por la voz hasta los jardines internos y se apoyó contra una columna.
Se trataba de una de sus esclavas. Era apenas una niña y su cuerpecito esbelto y frágil se deslizaba por l vegetación internándose en el patio en dirección a la fuente. De pronto, Marco recordó a sus perros. Eran animales sanguinarios los cuales lo acompañaban en sus cacerías y su cuerpo se tensó lanzándose a la carrera hacia la jovencita. Sin duda los perros se desplazarían en un instante si él no los detenía. Los inmensos mastines emergieron de la espesura lentamente como criaturas de pesadilla. Marco comenzó a correr hacia ellos con el corazón enloquecido de pavor. La niña los vio frente a ella y siguió cantando encaminándose hacia los perros. Éstos inclinaron dócilmente sus cabezas mirándola con dulzura. La pequeña los acarició mientras continuaba con su canción. El general se detuvo atónito. Sus tres perros sólo se sólo se mostraban cariñosos con él, atacando a cualquier otra persona que fuera lo bastante insensata como para acercárseles cuando no estaban encadenados y a una distancia prudente de las fauces capaces de matar a un jabalí adulto.
Aún algo agitado, Marco dijo: – No deberías acercarte a mis perros así, niña. Ésta giró interrumpiendo su canción y al reconocer a su amo se inclinó suavemente y susurró con voz temblorosa: – Disculpe mi señor, no creí…
Marco inclinó una de sus rodillas ene l suelo y le posó suavemente una mano sobre el hombro. Sonriendo le dijo: – No tienes que disculparte. ¿Te encuentras bien? Pensé que mis mastines te atacarían.
La niña levantó despacio su cabeza mirándolo con sus enormes ojos negros. El general la miró, era delgada y su piel era morena, de grandes labios, sus cabellos oscuros enmarcaban el óvalo delicado de su rostro. No recordaba haberla visto antes, lo cual no era extraño dado la cantidad de sirvientes que tenía.
– ¿Cómo te llamas? –preguntó Marco.
– Ashaali –respondió la esclava.
– Esa canción, ¿de dónde es?
– Es una canción de mi tierra natal, mi madre solía cantármela. No recuerdo mucho de esa época. Fue antes de que… -Se interrumpió Ashaali volviendo a mirar al suelo.
Marco supo lo que había querido decir. Antes que los romanos saquearan su aldea. Probablemente masacrando a todos. Tal vez ella era la única sobreviviente de toda su familia. Se preguntó si Ashaali odiaría a los romanos y a él por eso. Después de todo Roma había sido responsable de la muerte de su familia, la había arrebatado de su patria, reduciéndola a la esclavitud. Es extraño que nunca antes se detuviera a pensar en la manera en que la expansión y dominio imperial afectaban los destinos de millones de seres humanos. Sin embargo, era el precio que la Pax Romana exigía, por lo tanto no debía cuestionarse. Los pueblos sojuzgados serían beneficiados con la protección y civilización que les proveía el Imperio. A cambio, sólo debían jurar lealtad a Roma. Además de los consabidos tributos que debían pagarse por gozar de la protección de sus benévolos amos.
Marco tomó con delicadeza el mentón de Ashaali y mirándola a los ojos, adivinado el temor detrás de ellos, musitó: – No temas, no serás castigada. Sólo háblame de la canción que entonabas. No reconozco el idioma pero me pareció muy hermosa. A ellos también parecía agradarles. –dijo el general señalando a sus perros. Ashaali rió divertida y abrazó el pescuezo de uno de los canes.
–Sé que les gusta, son mis amigos y a veces vengo a jugar con ellos. Mi madre la cantaba mientras me arrullaba hasta que yo me dormía. No recuerdo demasiado, sólo imágenes vagas, sensaciones como las de un sueño.
– Háblame de ellas, Ashaali.
– Recuerdo que jugaba con muchos niños a orillas de un río. Hacía mucho calor siempre. Nos bañábamos junto a animales enormes que se refrescaban arrojándose chorros de agua sobre los lomos con sus largos hocicos flexibles. Olvidé el nombre que tenían pero sus cabezas eran las mismas que las estatuas que se encontraban dentro de enormes edificios de piedra. No sentíamos temor de ellos y jugábamos a su lado.
El guerrero había oído de que en los lejanos confines hacia el Oriente del Imperio existían templos antiquísimos en medio de la selva cuyos habitantes adoraban a esculturas con cuerpos de hombres y cabezas de animales. Tal vez los animales que describía la esclava eran los elefantes y la deidad sin duda se trataba del dios Ganesh. Marco se incorporó reflexionando sobre la inmensidad de los dominios romanos.
– Parece un lugar bellísimo. Y ya que mencionaste los baños va a que preparen uno por mí. –dijo Marco mientras acariciaba la cabeza de Ashaali. La niña se inclinó respetuosamente y desapareció corriendo por los pasillos.
Los sirvientes ya habían preparado el baño y uno de ellos despojaba de las túnicas a Marco y otro desataba sus sandalias mientras otro esclavo verificaba que la temperatura del agua fuera la adecuada.
Aún ahora el cuerpo del general era firme y musculoso. Tenía gran parte del mismo surcado de cicatrices. Aquélla en el muslo derecho producida por la lanza de algún guerrero franco durante la campaña militar en las Galias. O la otra en el hombro izquierdo de una espada vándala durante la expedición a Hispania Y aún recordaba lo cerca de la muerte que lo había puesto esa flecha sajona en el pecho y que casi alcanza su corazón. Acarició esa cicatriz con su mano. Su cuerpo era el relato de todas sus campañas militares en las que participó durante su vida. Eran demasiadas marcas, demasiadas batallas y lugares para poder recordarlos a todos.
Sumergió su bien proporcionado cuerpo en el agua y cerró los ojos mientras pensaba- Pensaba en sus perros y en Ashaali. Había algo enigmático en ellos. La niña había hechizado a sus fieros animales sólo con el poder de la música. Con una canción traída de los exóticos confines del Imperio. Había un relato sobre cómo un perro guardián de los infiernos fue hechizado por la música de algún dios o una musa. La bestia que debía vigilar la entrada al reino de los muertos se quedó dormida permitiendo el paso de los vivos al Hades. Seguramente se trataba de algún cuento de viejas charlatanas. No obstante, había algo que lo inquietaba. Algo en los ojos de Ashaali, algo que ella y los perros parecían compartir.
Veinte años habían transcurrido en la vida de Marcos desde aquel incidente con Ashaali. Ahora era emperador. No había sido fácil llegar hasta ese puesto. Debió luchar peleas más encarnizadas que las libradas durante su juventud. El campo de batalla fue el senado romano. Fueron combates más crueles y despiadados donde un amigo se tornaba en feroz rival al día siguiente. Una guerra donde la espada era reemplazada por la diplomacia, las intrigas y la hipocresía. Las palabras eran más mortíferas que el veneno usado ocasionalmente para librarse de algún competidor indeseable en el ascenso al trono.
Pero finalmente lo había conseguido. Marco había dejado atrás un tendal de enemigos que lo adulaban mientras complotaban para arrebatarle la corona de laureles. A veces se preguntaba si tantas muertes habían valido la pena. Incluso en este período de paz el pueblo seguía reclamando sangre y él se las proveía mediante combates de gladiadores en el Coliseo. Roma parecía un monstruo con una sed inagotable de vidas humanas. Se sentía cansado. Decidió recostarse, su cuerpo, antaño magnífico, era ahora débil y enfermo.
Ashaali lo ayudó a recostarse. La esclava se había convertido en una espléndida mujer y atendía con devoción a su amo. El emperador la contempló, aún podía ver esa pequeña niña en esos ojos azabaches.
– Ashaali, dime ¿qué crees que ocurre después de la muerte? – Ella lo miró sorprendida deteniéndose un momento mientras acomodaba los almohadones bajo la cabeza del emperador.
– Estoy segura que Júpiter se lleva las almas de los emperadores al Olimpo.- dijo la muchacha.
– No me digas lo que repiten todos. Dime lo que realmente piensas. Lo que puedas recordar de la religión de tus ancestros – prosiguió el emperador.
– Según decían los textos sagrados que leían los sacerdotes de mi tierra uno recibía un premio o castigo a través de sucesivas reencarnaciones, según las acciones en este mundo.
– Explícame mejor
– Tal vez sería mejor que descansara, mi señor – sugirió la esclava.
– Haz lo que te pedí – ordenó el amo de Roma.
– Pues uno encarna en un ser superior a través de muchas vidas. Una forma mejor que la anterior de acuerdo a cómo haya vivido. También puede reencarnar en una forma más baja. Al completar todo el aprendizaje de esas vidas podrá el alma del hombre se esa cadena de esa cadena de reencarnaciones – explicó Ashaali.
– ¿Y qué crees tú que sucederá conmigo?- inquirió el soberano.
Ante el silencio de la esclava, Marco le aseguró: – Sabes que puedes ser honesta conmigo sin ser castigada. Ashaali lo miró con angustia en el rostro.
– Mi señor, creo que su destino y el de Roma es el mismo.- Ambos han causado dolor y sufrimiento a través de sus luchas por el poder. Seguramente un castigo sobrevendrá sobre usted y sobre todo el Imperio.
– ¿Me odias Ashaali?
– No, mi señor. Creo que los dioses nos han puesto en este mundo para aprender algo. Si no lo hacemos nos concederá nuestra propia incapacidad de aprender y no ellos. Yo acepto el destino que nos depararon. Usted y yo sólo somos instrumentos divinos para un aprendizaje mutuo.
– Gracias Ashaali, ya puedes retirarte a descansar.
– Aún no es tarde. Si se arrepiente, los dioses sabrán que han aprendido que la lucha sólo ocasiona dolor y lo librarán de un castigo terrible – suspiró la bella esclava.
– Déjame – susurró el anciano cerrando los ojos.
Ashaali se deslizó en silencio perdiéndose en las sombras.
El soberano meditó las palabras de la joven. ¡Sin guerras Roma no sería nada! Qué podía saber una esclava. Los dioses estarían satisfechos con la sangra ofrendada a ellos ya su pueblo por él, por todos los legionarios y gladiadores. Pero una vez más se percató que su cuerpo era el reflejo de la historia de Roma. Una Roma ahora decadente y enferma. Una Roma cuyo fon se aproximaba lentamente. Sólo que él desaparecía primero. Su nombre sería recordado tal como se lo había propuesto siendo niño. Su vida estaba narrada en los manuscritos de las bibliotecas e inscripciones de incontables monumentos que conmemoraban sus triunfos. Pero ahora se percataba que toda su obra quizás no serviría de nada en el Hades. Exhaló por última vez.
En las perreras del palacio, los mastines lanzaron un aullido y Ashaali se cubrió los ojos llenos de lágrimas. Todos sabían que el amo había muerto.
Transcurrió una fracción de eternidad. De repente, la conciencia del emperador emergió en las tinieblas. Su inteligencia se había desvanecido casi por completo pero aún era capaz de percibir emociones. Sintió que lo elevaban por los aires y aunque escuchaba sonidos ya no podía interpretarlos. Su cuerpo temblaba y trató de gritar pero sólo pudo emitir un débil gemido.
El hombre había levantado el cachorro y se lo mostraba a su amigo.
– Mira qué hermoso ejemplar. Es el único macho de esta camada. Seguro me hará ganar una fortuna.
– ¿Entonces lo entrenarás como perro de pelea?- exclamó el otro hombre.
– Claro que sí. Será uno de los mejores ejemplares de mi jauría. Tiene manchas extrañas en su cuerpo, como un mapa de cicatrices pero no importa, pronto las tendrá de verdad.
Ambos hombres rieron a carcajadas.

2° Mención

Marcelo Alejandro Gareca, pseudónimo: Marcos Ferrera

Sobre la decisión de Aquiles

Imaginé… una obra platónica, hereditaria, trasmitida de padre a hijo, en la que cada nuevo individuo agregara un capítulo o corrigiera con piadoso cuidado la página de los mayores.
Jorge Luis Borges

Los fragmentos que recopilamos y presentamos a continuación fueron hallados dispersos por el mundo en diversas épocas. El original se ha perdido pero la historia de Aquiles fue reconstruida gracias a citas de diversos eruditos o a copias conservadas en piedra. Sólo dos pedazos, el primero y el último, son de la mano del autor cuyo nombre desconocemos. Algunos investigadores sospechan que no se trata de uno, sino de varios escritores inspirados en la misma musa. También existe una teoría que sostiene que el autor sería un ser inmortal escribiendo un fragmento en una época distinta y repartiéndolos por los cuatro extremos del planeta en sus innumerables viajes.
Nosotros, humildes recopiladores, les presentamos estos fragmentos incompletos que a duras penas hemos buscado y seleccionado para que conozcan lo que Homero no cuenta. Sepan perdonar la mala traducción y el escaso conocimiento de los hechos que quizás algún día podamos completar a satisfacción de ustedes y nuestra.
Fragmento 1 (encontrado en Mileto, en el año 600 a. de C.)
Sobre la decisión de Aquiles, el hijo de Peleo y de la diosa Tetis, cuéntame Señora Guardiana del Conociomiento…
Fragmento 2 (encontrado en Esparta, durante las Guerras Médicas en 480 a. de C.)
…En el reino de Fita, subía por unas escaleras que el tiempo ha borrado hacia la santa colina, un guerrero cuyo nombre nadie ha olvida. Imparable como un león ansioso por cazar y devorar la carne de su presa, así Aquiles se dirigía a buscar las armas que, después de haber sido forjadas por el artesano Hefesto, se guardaban en el templo de Diosa de la Guerra. El muchacho soñaba con luchar junto a sus hermanos griegos, enfrentarse contra feroces enemigos, y regresar a casa con unos bien merecidos trofeos. Hasta quizás le levantarían un monumento similar al de su glorioso padre Peleo…
Fragmento 4 (encontrado en Alejandría, por un joven rey macedonio, en siglo IV a. de C.)
Su camino fue detenido por la aparición de su divina madre que le interpuso estas palabras:
– ¿A dónde vas, muchacho ingenuo? Sólo sueñas con aventuras sin detenerte a pensar en que tus actos pueden tener terribles consecuencias. Antes de partir hacia la lejana Ilión, escucha atentamente mi profecía y mi advertencia: “Si te marchas a combatir a la lejana Ilión, tu nombre será sinónimo de gloria y tus hazañas se repetirán por siempre. Pero el precio de todo eso será una muerte prematura: jamás volverás a la casa paterna y nunca tendrás la dicha de formar tu propia familia, tener hermosos hijos y morir tranquilamente de viejo en una cómoda cama del reino de Fita. Grandes son tus deseos de conquistar fama y fortuna, pero piensa en tu padre, ya estaba viejo y enfermo. Mucho lamentaría la partida de su único hijo y sufriría eternamente tu muerte.”
Este vaticinio sembró la duda en el corazón del héroe. A una seductora presa debía renunciar el león griego para salvar su vida.
Fragmento 3 (encontrado en China, quizás transportada por alguno de los compañeros de Marco Polo en el siglo XIV de nuestra Era)
…de aquella TROYA, tan distante y casi-invencible, debía olvidarse, de sus inmensos muros de granito habían sido construidos por los sempiternos Poseidón y Apolo. Ellos los habían dotado a la ciudad de una resistencia y una belleza nunca vuelta a ver sobre la tierra. Sin embargo, para su ruina, para que un héroe pudiera destruirla, en la construcción también participó un esclavo, un humilde mortal cuyo nombre ningún humano recuerda. Justamente, ese pequeño hecho contaminaba toda la estructura y brindaba el único punto débil a la fortaleza…
Ah… pero no se me ha pedido hablar de esta majestuosa ciudad…
Fragmento 4 (encontrado en España por un soldado viejo y manco, en el siglo XVI)
Aquiles desvió el rumbo del templo de la belicosa Atenea al lúgubre castillo paterno.
…al acercarse a la morada de Peleo, contempló la magnífica estatua que conmemoraba las innumerables conquistas del guerrero que ahora había sido derrotado por la edad. Aquellos bellos rastros del rostro y aquellos fuertes brazos eran solo recuerdos conservados por la piedra.
–Caro hijo mío, las fuerzas me están abandonando. –se lamentó Peleo– Mi juventud, que fue corta y bella, es tan lejana. He perdido todos los dones que me prestaron los dioses. Tu madre, siempre hermosa e inmune a la crueldad del tiempo, se ha olvidado de mí. Así me lo advirtieron los sabios: el precio por amar a una diosa es perderla en la vejez. Sólo los sirvientes se acuerdan del viejo Peleo. De vez en cuando, las chicas nobles me miran con ternura y compasión, y las mujeres ambiciosas me acompañan por interés. Ese colosal monumento frente a mi puerta que muy fuerte se ve, también será consumido por el tiempo. Dentro de algunos años, la lluvia y el viento todo lo derrumbarán y, al igual que al viejo Peleo, nadie lo recordará, como tampoco los sueños, ni las conquistas, ni siquiera los errores de este hombre que buscó la inmortalidad. Ese es el precio, dijeron los sabios, de tener una esposa divina y un hijo comparable con los dioses del cielo.
Luego, caminó hacia su hijo, lo abrazó y contemplando el horizonte, le aconsejó:
– Si tu deseo es ir a Troya, te doy mi bendición pero recuerda: por todo lo grande y hermoso hay un precio equivalente a pagar.
Al oír estas palabras, Aquiles marchó al templo de la diosa Atenea, recogió sus armas y, como el águila que quiere conquista su libertad en los cielos, partió con viento favorable a encontrarse con sus compañeros: el ingenioso Ulises, el valiente Diómedes, el fuerte Ayax, el noble Menelao, el poderoso Agamenón y otros muchos guerreros que “ni con mil bocas y mil lenguas podría terminar de nombrar…”

Fragmento 5 (encontrado por un bibliotecario ciego en Buenos Aires, Argentina, 1960)
Su nombre ya era leyenda cuando se enfrentó a un enemigo muy distinto a los anteriores: era pequeño pero ágil, no muy fuerte pero extremadamente inteligente. Luchó muy bien y aún así no fue rival para la afilada lanza del feroz Aquiles, que atravesó el corazón del troyano.
Al caer en el suelo ese cuerpo moribundo, se despego el casco que protegía una cabeza femenina. En ese momento, Aquiles pudo ver el rostro más bello de Asia. Había matado a una reina amazona que luchaba del lado de los troyanos.
Se llamaba Pentesilea y tenía los ojos con tanto brillo que hubiera iluminado el solitario corazón del guerrero griego. Cuando esos ojos rápido se oscurecieron, entonces Aquiles recordó la profecía de su madre y el precio del que le había hablado su padre.

Fragmento 6 (encontrado en Salta, en 2000 d. de C.)
Aquiles de Peleo yace muerto…

3° Mención

Jorge Rolando Acevedo, pseudónimo: Elefante Rojo

Noche de reyes

Para esta fecha los niños del Barrio Alberdi suelen colocar algunos calzados, un poco de comida y una lista interminable de pedidos en la ventana de sus casas o en el arbolito de navidad, luego se van a dormir muy temprano. Esta noche no haré nada de eso: ni pondré mis zapatos número treinta y dos en la ventana, tampoco juntaré agua y pasto para que beban y coman los camellos. ¡Que se encargue otro de eso! ¿Una carta a los Reyes Magos? Si dicen que vienen de Oriente, no creo que sepan el idioma castellano. Nunca supe que hubiera Reyes Magos. Si son reyes tienen que gobernar sus reinos. ¿No sé qué andan haciendo por acá? Si son magos tienen que estar trabajando en un circo. Además cuando habrán iniciado el mentado viaje a Tartagal, si Salta no más queda a un día de viaje en el coche motor del ferrocarril General Belgrano.

Esta noche observé las estrellas acostándome en el patio de casa abrazado a mis muñecos, ellos sí tienen caramelos en sus panzas: el canguro Julio tiene caramelos de frutilla por eso es rosado; el conejo Rogelio tiene caramelos de ciruela, el elefante tato tiene caramelos de banana, naranja ananá: miraré las estrellas y también la luna, aunque Pascual intente llevarme a la cama a las dos de la mañana… Para quien no sabe, Pascual es el rey de los bostezos…

Dicen que los Reyes Magos se llaman Melchor, Gaspar y Baltasar, que saben de astronomía, astrología y un poquito de teología. Yo conozco un Melchor que es carpintero, él hace de una tabla de una madera una pistola, un rifle con balas y todo; también conozco a Baltasar, él es hermano menor de Pico y Gonzalo; Gaspar es el fantasma que vive en la casa abandonada del vecino. Dicen que vienen trayendo mirra ¿Si aquí no se murió nadie todavía? Dicen que vienen cargados de oro, ¡entonces que dejen un poco! Dicen que ofrecen incienso, eso puede ser: por aquí hay muchos altares populares y misachicos.

Quizás mis amigos saldrán mañana a mostrar los juguetes que le trajeron los Reyes Magos, en cambio yo les contaré que vi el inmenso universo con sus las lunas y estrellas; ni Don Pepé, el almacenero, ni Don Gualterio Ansaladi, el cura del pueblo, me van a creer cuando les cuente que tuve el mejor de los regalos: contemplé a mi padre sonreír cargándome en brazos como nunca antes.

4° Mención

Noelia Pandolfi, pseudónimo: Ángel Gris

Carta del Amor a la Ausencia
Yo, que estuve en boca y corazón de todos. Yo, el causante de las locuras más insospechadas. El que prestó su nombre para las vergüenzas y crímenes más grandes de todos los tiempos. El experto jugador, que conoce todos los trucos, y tiene bajo la manga el as que todos esperan; el as de corazón. El que usa como baraja a todas las sensaciones. El eterno amigo del deseo. Mirada, tacto, gusto, oído y olfato. Cómplice de los secretos más profundos. El que sabe de cada reacción, de cada emoción. A veces tan culpable, a veces tan inocente. La eterna pregunta sin respuestas. El que regala confusión, el que dona interrogantes. El motor para miles de canciones, versos y rimas. El que eleva, pero también sabe hundir en lo más bajo. Yo, al que quisieron manejar con la razón, pero el instinto y la pasión fueron más fuertes. El que para algunos se bebe con perseverancia y para otros con resignación. Soy yo, el que humildemente viene hoy a hablarte a vos.
Vos, hija del Destino, o quizás la Casualidad. Siempre con tus tijeras para romper los lazos que tanto me costó unir. A la que juega a ganarme en cada nueva travesura. La dama vestida de negro, con manos heladas y tristes en los ojos. Tus armas dolorosas echan como saldo la Soledad, el Temor, la Desesperación. ¿Cuántas redes tejiste con el Recuerdo para que el Dolor crezca y se haga fuerte en miles de corazones? ¿Cuánto es el precio que te pagan las Lágrimas para que las ayudes a salir de aquellos ojos solitarios, echados sobre una almohada que ya no será compartida? Sé mucho de vos. Podés ver no hay cosas que esconder. Nos conocemos bien.
Llevamos encima de nuestras espaldas tantos años como el mismísimo Tiempo. Recuerdo que, desde el primer momento en el que nos conocimos, empezaste a prestar pelea. Siempre tan dispuesta a contrariar todo lo que digo. Sin embargo este, nuestro “tire y afloje”, es el que hace entretenida nuestra relación. Si habremos tenido peleas… Batallas ganadas por los dos bandos. Eligiendo al azar nuestras víctimas para acercarle todas las Sensaciones que tenemos en nuestro poder.
Sabés bien que hasta los más grandes se vuelve pequeños ante nosotros. Los más valientes, los mejores luchadores. Ninguno puede escapar de nuestras garras. A todos hicimos pernoctar a veces en crueles y fríos brazos, otras tantas en mis cálidas manos ¡Cuántas victorias! ¡Cuántos fracasos! ¿Cómo podemos regalarle nuestros recuerdos al desinteresado Olvido? Por eso te propongo que dejemos a nuestras mentes que vuelen y recuerden. Recordemos juntos para que los buenos momentos un mueran en esa oscura fosa olvidadiza que traiciona a la Memoria.
Desde el momento en que nos conocimos estamos atando y desatando cabos. Y sin duda la lista de historias es interminable. Táctica y estrategia, ante todos. Yo uniendo y vos Ausencia vengativa, llamando a tu amigo el Rumor, o a tus amantes Celos. Es sonido de la ilusión cayéndose en mil pedazos es la música de tus oídos. Te fascina seducir a mis enamorados para después embriagados de vos, embriagados de Ausencia.
Siempre te escondiste en la desunión y en la pelea para instalarte en nidos que quedaron vacíos. Y también recuerdo otros momentos que fueron mejores. Como en aquel instante en que nos unimos para lograr lo que quisimos. Revivamos el momento en el que clavé mi punta de oro y deseo en el corazón de Apolo. Y me aconsejaste como si fueras mi madre. Abriste mi mano y me diste la flecha de la indiferencia, para que clave el hierro en Dafne. Todavía Apolo cicatriza la ausencia de Dafne, quien en forma de laurel, deja a sus hojas jugar con el viento y el rocío.
Parecen que son pocos los días que nos separan de aquellas horas en las que me sentía invencible, tanto como para jugar con Edipo y Yocasta. ¿En qué momento pensé en unirlos? Menos horas nos separan de todos los demás. ¿Los recordás? Son tantos…
Todavía puedo reconocer a Romeo besando los labios envenenados de Julieta. A Calixto paseando por última vez en los jardines de Melibea. A Marco Antonio despidiéndose de su Cleopatra.
Penélope desteje su manto ante cada luna. Y luego aparece El Quijote recordando a Dulcinea. Y Adán probando la manzana de la mano de Eva. Detrás de cada uno de ellos, nosotros,
Regalé besos, enseñé cómo acariciar, cómo hablar, cómo seducir. Mientras que muchas veces, al mismo tiempo y a mis espaldas, vos, presentabas otros manjares para que pruebe ¡Cómo sufrió Catulo por nuestra culpa! Jugamos de la peor manera, trayendo comensales a mi mesa, para que degusten los dulces sabores que les podía ofrecer este viejo Amor. Almorzaban conmigo centenares, pero luego compartían un amargo licor con vos, quedando sólo con Ausencia.
Estos últimos recuerdos me sirven para decirte lo que busco. Siguen pasando los minutos y el Tiempo despiadado no perdona a nadie. Nosotros seguimos con nuestra rutina, improvisando las mismas historias, tomando a dos del montón para que se conviertan en amantes. A vos te digo que no te resistas. Tu Soledad, tus ganas de dejar a miles de corazones abandonados, todos tus intentos sabés que duran poco. Podés ganarme un par de batallas. Siempre habrá algunos en el mundo que mueran en su solitario nido, sin tener una compañía firme a cada hora. Pero absolutamente nadie muere sin probar lo cruel y lo benévolo a la vez del Amor. Son más aquellos que confían en mí, y los que luchan por encontrarme. Nadie se va de mí sin regresar. Podés robarme contadas almas, como mi niña Safo, pero son más los que me invocan y esperan mi socorro. Recordá siempre lo que te voy a decir: nadie está condenado a cien años de soledad. No pretendo desahuciarte. A pesar que tus intentos mueran rápido, y saque saldo a mi favor; te pido Ausencia tan insistente que te quedes conmigo, presentándome batalla. Ruego que no te vayas. Es este Amor que le pide a la Ausencia que no se aleje.
Vos, que separaste tantas parejas, que sabés cómo y cuándo faltar, te pido que sigas conmigo. No te canses de ver que los amantes vuelven a mí, con esperanzas de intentar de nuevo. Todo se volvería vano y aburrido si algún día dejás de enfrentarme. Te quiero conmigo.
Creas o no, al fin me doy cuento que no está mal una dosis de tu Soledad en las almas de los hombres. Hoy los hombres no valoran lo que tienen hasta que lo pierden, son ellos los que nos necesitan juntos para ganarle a la Avaricia, al Desinterés, quienes son nuestros verdaderos enemigos ahora, ellos junto con el Orgullo nos están dejando cada vez con menos peso en la vida del mundo.
Ausencia querida, soy yo el que ahora recuerda con nostalgia nuestras buenas épocas. Los que ahora reposan olvidados somos nosotros. Sigamos eligiendo a dos del montón, enseñémosles las lecciones que deben aprender y sigamos sumando historias a nuestro archivo de recuerdos juntos. El Amor necesita de los elixires de la Ausencia. Tus trucos, hechizos y jugadas. Por último, llenemos las copas de mis deseos y tus trampas. Levantemos los brazos con tus frías manos y mis cálidos y tiernos dedos. Nos miremos a los ojos para comprendernos de la manera más cómplice que jamás se haya visto. Y brindemos por lo que fue… y brindemos por lo que será.

5° Mención

Eduardo Leonel Zenzano, pseudónimo: Charlo

Todo eso y nada más
Morir no basta: hay que morir a tiempo
Jean P. Sartre


Un día, en donde el sol no conocía rincones oscuros, me escupieron de un billar a las doce y treinta horas, y en lenta retirada a casa, de repente en una esquina me encontré con Susana, madre de Sebastián; con quien menos ansié encontrarme a cinco meses de su historia. Sonriéndome suavemente, pero con un rostro que pedía en tono muy bajo, piedad, misericordia, al torrente de locura y dolor que no podía superar, me invitó un café.

cinco
Sebastián llegó a casa, subió a su dormitorio y cerró la puerta sin decir una palabra. En un escritorio lleno de diarios, revistas pornográficas, y encendedores en desuso, comenzó a redactar su indeclinable decisión:
Querido Satanás: he tomado medidas ya sobre el asunto, que por cierto me es muy sería, y/ como tal, ocupé el tiempo suficiente para responderte por la entrega de mi alma (espero no te ofendas si te tuteo). En fin, yendo al grano te cuento que he decidido de una vez hacer el trueque, y es porque justamente la propuesta de Chinga, me pareció interesante. Te cuento que esto de andar así por la vida, sin motivos, hace de ella mi infierno, y justamente, pensé en estos últimos días en que podrías darme a cambio: una pasión. No aguanto más, este infierno me está matando Satanás.
Bueno, por el momento creo que eso es todo, ahora, espero muy ansioso tu señal.
Sin otro particular, lo saludo a Usted muy atentamente.
Sebastián
Tomó la carta, buscó desesperadamente el tacho de lata, perdió la carta dentro junto a un corazón de palomo virgen y, roseando todo con un poco de alcohol, le prendió fuego hasta la carbonización. Esto fue para completar el tramo final del "correo satánico".
A partir de este último hecho, su vida había cambiado por completo. Comenzó primero por levantarse temprano, deambulaba sin pausa alguna por su pequeña pieza a puertas cerradas, no paraba de fumar, y el maldito tic nervioso de hurgarse los genitales con la mano izquierda había aumentado aún más. Siempre atento a la "señal", repetía estos mismos hechos todas las mañanas. Pero "la señal", nunca llegó.
Desesperado, no podía comprender dónde estaba el error. Había hecho todo en orden paso por paso, según como le había indicado Chinga, la curandera del barrio; luego de haberle sacado cincuenta pesos del bolsillo que, por supuesto, era lo que valía "la receta secreta del correo satánico".

cuatro
Frustrado y después de varios días de incesante espera, decidió desistir de la idea en busca de "la señal". Pero lo peor para Sebastián aun no había pasado; eso de seguir por la vida con un apathés que no hacía más que ponerlo inmóvil. Frente a la resignada espera de la señal satánica, decidió una mañana comprar una pistola y volarse las reflexiones, al menos eso haría que su miserable vida cambiara por completo.
Una vez convencido, acudió una tarde a su madre y le exclamó:
-¿Mamá?., necesito trescientos pesos.
-¡El qué! -dijo la madre muy molesta, esperando escuchar el disparatado argumento.
-Escucha mamá -continuó Sebastián sin dar respiro- no importa para qué, sólo te digo que los necesito urgente...
La madre, que para nada contenta vivía al lado de su hijo, puesto que Sebastián no trabajaba desde hace nunca, incluso jamás quiso estudiar puesto que "ninguna ciencia" -según sus propias palabras- le despertaba interés alguno, por lo tanto, estaba entregado desde hace tiempo a una vida cuasi vegetativa: lo único que hacía en casa era dormir, comer, y por último, por una obligación fisiológica, caminar hasta el baño. La vida entonces llevada por Sebastián, no era para nada agradable a los ojos de su madre que, molesta con este nuevo antojo, le respondió en tono muy molesto:
-Si querés plata hijito, a la-bu-rar, ahí te espera la calle con los brazos abiertos, y no insistas con tonterías, ¡menos todavía con plata!, sabiendo que nunca hiciste algo para contribuir con la economía de esta casa.
-¡Entonces no importa! -contestó gritando desesperadamente-, ¡voy a conseguir el dinero aunque tenga que vender mi cama! -así habló Sebastián.
Ahora sí, su situación había empeorado. La madre estaba dispuesta a no contribuir con su muerte, que en realidad, si supiera: ¿aportaría al menos la mitad? De todos modos, Sebastián, muy ofendido con la respuesta de su madre, decidió orgullosamente conseguir el dinero por sus propios medios.

tres
Así entonces un día, el chico saltó de la cama, y tropezando con todo mueble habido en su camino, bajó apresuradamente las escaleras de su casa y se perdió en la calle.
Sebastián había recordado a uno de sus pocos amigos, Carlos, quien podría en este case ser el único que lo ayudase. "El Tuque" (padre de Carlos), solía tener una gran escopeta.
Cada vez que comenzaba la "temporada de vizcachas", Tuque insistía religiosamente con
Sebastián; le suplicaba por su compañía, pero las invitaciones desde luego eran siempre rechazadas, pues qué interés le podría despertar la caza cuando siquiera veía el sentido a los animales, vivos o muertos.
Camino a casa de Carlos pensó cuál iba a ser la excusa que argumentara el pedido de la escopeta. ¿Se la daría el Tuque sin pretexto alguno?, y si le preguntara el por qué, pues desde luego era de esperar, ¿qué se suponía que iba a responder? Pero frente a estos lógicos interrogantes Sebastián se dijo por dentro:
No importa si a fin de cuentas no me animo a pedírsela a Tuque, en todo caso le digo a
Carlos que se la robe, con tal, ¡para que están los amigos!
Contento de ver la imposibilidad de obstáculo alguno, llamó a la puerta de su casi escopeta hurgándose los genitales con la mano izquierda.
-¡¡Ya voy!! -exclamó la madre de Carlos atravesando el living apresuradamente.
Abrió la puerta y sonriente dijo:
-¡Pero si es el desaparecido de Sebastián!, ¡qué sorpresa tan agradable!, pasá, pasá, que ya te lo hablo al otro vago.
Sebastián se sentó en el sillón de siempre, un sillón de desagradable color púrpura, madera fina y tranquila comodidad. En la ansiosa espera de su amigo, Sebastián comenzó a sentir de pronto un extraño y desagradable adiós a esa costumbre: la de sentarse siempre en el mismo sillón aguardando la presencia de Carlos, gozando siempre de la comodidad que le brindaba aquel horrendo sillón púrpura. Confuso lo asaltó una nostalgia y pensó:
Qué es esto de pensar en algo que ya no voy a sentir dentro de poco... Bah, ya pasará, ya nada me dañará al recordar algo, una vez que me vuele los sesos, todo cesará.

Mientras tanto, apareció por fin en escena Carlos. Descalzo, de un somnoliento aspecto y con sus acostumbradas lagañas llenas de ojos. Muy malhumorado, por haber sido interrumpido de un fascinante sueño; hurgándose la nariz y jugando con un par de mocos en los dedos, amasándolos lentamente en forma circular, preguntó:
-Sebastián... ¿sabes la hora que es?
-Sí, ya sé, o no sé...quiero decir perdóname, realmente no me di cuenta, pasa que tengo un problema y te necesitaba con urgencia.
-Y vos, desde cuando tenés problemas, o más bien, ¡desde cuándo tenemos nosotros
problemas! Déjate de joder Seba...
-Hablo en serio Carlitos, y si no me querés ayudar, me voy nomás -contestó Sebastián mirando al suelo.
-¡Caramba, jamás te vi tan serio!, haber...-continuó Carlos con tono irónico- contáme entonces, quiero conmoverme.
Sebastián alzó la vista y dijo:
-Mejor vamos a tu pieza, en realidad no quisiera que escuche tu vieja nada de lo que te diga.
A Carlos se le pasó la ironía y dando vueltas la cabeza, buscó rápidamente a su madre, que por suerte, se hallaba en el baño tramitando el desayuno.
Así entonces, luego de la seria y misteriosa objeción de Sebastián, marcharon silenciosamente hacia la pieza, entrando en ella como si estarían invadiendo territorio enemigo. Carlos cerró la puerta, y la intriga aún le duraba, pues se conocían desde hace tiempo y era muy fácil entre ellos descubrirse en el rostro algún rastro, pero Carlos estaba definitivamente perdido.
-Sentáte, ya vuelvo -dijo Carlos.
-¡Pero adonde vas! -replicó Sebastián alterado-, te estoy diciendo que es importante lo que tengo que decirte, ¿y me querés hacer esperar?!
-¡Ya vuelvo! -contestó Carlos molesto-, voy a poner la pava para unos mates.
Sebastián se tranquilizó mostrándole un gesto mudo de aprobación.
Al desaparecer Carlos por la puerta, en Sebastián volvió nuevamente esa angustia, una sensación extraña de saberse responsable de perder para siempre la costumbre de las infinitas tardes que pasaba mateando junto a Carlos; los dos encerrados en la pieza, sin mover un dedo, puesto que eran amigos por abrazarse a la misma causa: hacer lo mínimo.
Pero precisamente era esto lo que ahora a Sebastián lo estaba acorralando; los días se le venían encima cada vez que entraba a casa, siempre lo mismo: ¡cuándo va a ser el día que hagas algo, vago de mierdal Mi vagancia me mata -pensaba día tras día angustiado-, o también me matan todos los que hacen algo en esta vida, y me llevan en contra de mi vieja, pero es inútil, cómo hacer algo si no le veo el sentido a nada. Si no puedo soportar a mi vieja por sus constantes reproches, si no puede soportar mi vagancia y, si ni si quiera puedo soportarme ¡me mato!., ¿me qué?..
-¡Listo!, ahora sí -entró de repente Carlos al cuarto con la pava en mano, el yerbero y la infaltable bolsita de "cigarrillos negros armados" que siempre le robaba a Tuque-. Ahora sí Seba, contáme tranquilo qué te sucede.
De pronto, al darse cuenta Sebastián que no sabía cómo iba a comenzar, inmediatamente se puso incómodo, y el muy bruto escupió de una vez su necesidad.
-¿Carlos?. ¿Cacho?., eeh. eeh. ne. necesito laaa. laaa ¡escopeta de tu viejo!, ¿puede ser? -terminó atragantándose con la ultima gota de su saliva.
Carlos, inmediatamente endureció y puso una cara como si de pronto se encontrase en un enorme y lejano desierto, rodeado sólo de rostros oscuros, desconocidos, sedientos a la espera de ¡arrebatarle el celular! Era el impacto de no saber cómo interpretar las palabras de Sebastián. ¿Qué es lo que se le ocurriría hacer a Seba con una escopeta en sus manos?
Totalmente desconcertado por el pedido, Carlos le respondió:
-Pero, cuál es el la idea de la escopeta, Seba...
Sebastián, frente a la obviedad del asombro que le mostró su amigo, endureció entonces también, y se dio cuenta que su pedido podía suponer cualquier cosa, hasta darse cuenta de su verdadera intención. Pasmado atinó a balbucear en tono bajito y cobarde:
-¿Pero es que acaso nunca te pidieron la escopeta?..
-¡La verdad que no! -respondió Carlos sardónicamente esperando escuchar el intrigante sentido.
-Es simple Carlitos -dijo Sebastián tomando aire-, la escopeta es sólo para matar a
unaaaa, unaaaa... rata, ¡es que no la deja en paz a mi vieja!, ¿me comprendes?
-¿Pero es que vos sos bruto?! -contestó Carlos muy molesto y prosiguió inmediatamente-. Y vos, ¿pensás matar a una rata con la escopeta?, encima esto me hace pensar de que...¡pretendes ayudarla a tu vieja en algo?!, y si fuese así, venís a las nueve de la mañana con ese aire tan misterioso cosa que me puso muy del culo, tenso, tan tenso que me despierto del todo, tratando de prestarte atención y queriendo olvidar el sueño que tuve hoy... que por cierto hacéme acordar después que te lo cuente... en fin, todo este puto melodrama solamente para decirme que querés la escopeta del Tuque para matar una rata que jode en tu casa?! ¡No comprendo el misterio de todo esto! Por otro lado te comento que lo de la escopeta va a ser un poco complicado porque el inconsciente de Tuque, en la última casería con "sus amigos", perdió la escopeta, la carpa, la bolsa de dormir jugando al truco. No sé Seba... podría sugerirte que te consigas unaaaa... ¡honda!, o no sé, la verdad que no sé...
Al instante de lo propuesto por Carlos, a Sebastián le surgió por dentro el interrogante: Y con una honda... ¿podré matarme?., no, tendría que tener mucha puntería el que lo haga, a demás de fuerza...¿y dónde me apuntaría?., ¿y quién se animaría?..
Quedándose absorto en aquel último pensamiento, mientras tanto, Carlos lo observaba con asombro y disgusto a la vez, hasta que le puso un breve coscorrón en la cabeza y le dijo:
-Está bien Seba, te perdono toda la boluda ocurrencia de hoy, ahora, antes que me olvide, te voy a contar lo que estaba soñando hasta antes de que llegués.
Cuando inmediatamente Carlos se proponía a comenzar su relato, Sebastián lo miró y le dijo sin querer ofenderlo:
-¿Sabes una cosa Cachito?, en realidad... hoy no tengo ganas de escuchar alguna cosa.
Pero Carlos lo interrumpió rápidamente para explicarle que lo que había soñado esta vez, no tenía nada que ver con lo de siempre. Sebastián lo contempló con lástima, y contestó resignado:
-Bueno, dale...
A Carlos se le dibujó una sonrisa en la cara y comenzó ansioso a relatar aquel extraño sueño.
-No vas a poder creer -comenzó sonriendo-. Resulta que estábamos en mi cuarto, como ahora, cuando de pronto se nos ocurrió salir a tomar unas cuantas cervezas a lo del negocio de Fernando, ¿te acodas de Fernando?
Sebastián puso cara de desubicado, inmediatamente enojado Carlos le dijo:
-El negocio de Fernando boludo, ¡el vago éste que le comprábamos dos y te regalaba otra!, y que cuando lo invitábamos a tomar, se colgaba con nosotros y nos contaba historias de fútbol despegándole las etiquetas a los envases...
Sebastián recordó rápidamente y sonrió diciendo:
-Ah!, ya sé, ya sé, el "gordo Fernando".
Carlos continuó entonces rápidamente para no perder la concentración de su relato.
-Bueno, te decía entonces que salimos a tomar unas cervezas a lo de Fernando. Bien, resulta que por la segunda se acercó el gordo y se quedó a charlar con nosotros. Por la cuarta cerveza, comenzamos de pronto a discutir, éramos Fernando y yo, discutiendo con vos. Lo raro de todo este sueño es que no discutíamos de fútbol, la discusión rondaba siempre en el tema de la muerte ¿sabes?, fue una sensación muy extraña, y más que extraña diría desagradable, porque lo peor de todo es que no me acuerdo por qué era que discutíamos sobre la muerte, bueno, en fin, lo que quería contarte era solamente lo feo que me sentí en ese momento del sueño, y también cuando desperté seguía sintiéndome raro...¿es loco no?

Sebastián, sin hacer el menor gesto, se levantó y enfiló rápidamente hacia la ventana de la habitación quedándose ahí con la mirada perdida en el horizonte. Algo andaba mal, o no andaba. Mientras tanto Carlos comenzó a asustarse, es que Sebastián le había sido indiferente a sus palabras. En su preocupación, le preguntó:
-¿Sabes qué Seba?.. te noto realmente raro. ¿Acaso seguís preocupado por lo de la rata esa que jode a tu vieja en casa?
Sin mover una pestaña Sebastián contestó fríamente:
-No.
Peor se puso Carlos con la respuesta de aquel que, compenetrado en la no sé qué cosa, mostraba que algo no andaba bien, o no andaba. Y volvió a insistir:
-Entonces estoy un poco loco porque realmente te noto muy diferente...qué te pasa Cachito.
Sebastián giró la cabeza y sin mirarlo a los ojos dijo:
-Me voy, tengo que resolver este puto problema.

Así entonces, salió lentamente Sebastián de la pieza sin siquiera mirar por un momento a su amigo, y como si nada, el otro se quedó contemplándolo fríamente hasta verlo desaparecer de su pieza. Por último saludó a la madre de Carlos con un tierno abrazo y luego se perdió definitivamente a la calle.

Se habían hecho como las dos de la tarde y Sebastián enfilaba para su casa en busca de la ya casi absurda subsistencia. Por esas calles saturadas de sol pensó preocupado en el sueño que le había relatado Carlos.
Pero qué raro -meditaba caminando-, realmente jamás me hubiese imaginado a Carlos soñándome así. Qué diablos es esto de los sueños... para el colmo yo nunca pude si quiera recordar los míos...
Chupado así, en esta suerte de admirable confusión, atravesó las calles sin despegar la cabeza, su mirada, y todo lo qué sé yo del suelo.

dos
Comió, sí, comió. Callado llenó su estomago sin sentirle gusto ya a la vida. Levantó su plato llevándolo a la cocina mientras escuchaba por detrás los gritos que daba su madre diciendo eso de: \ni siquiera "eso"!, \ni siquiera lavás el plato sinvergüenzal
A todo esto, Sebastián ya no sentía nada, los gritos de su pobre madre le eran un zumbido sordo y lejano. Estaba abrazando la idea.
Luego de la diaria puteada del plato, marchó a su pieza subiendo lentamente las escaleras. Como de costumbre cerró la puerta, se tiró en la cama -como de costumbre-, y alzó su vista -como de costumbre- en dirección a una vieja telaraña que sobrevivía en uno de los rincones de su habitación. Muerte, muerte, muerte -se repetía en su cabeza-, luego pensó:
¿Cual es el método más fácil para matarse?, tendría que haber un pequeño manual o guía, queee... specifique digamos, al menos unos cincuenta modelos, ¡y que sean todos económicos! Qué es eso de andar buscando guita o jodiendo a un amigo para matarse. No es serio esto...
En medio de estos necro-pensamientos se acordó por fin de una pequeña soga que guardaba en el ropero. Inmediatamente corrió hacia él, abrió las puertas y, como por arte de magia, la soga se hallaba "encima de todo", encima de todo aquel caos que caracterizaba su ropero; cabe aclarar que durante cuatro años Sebastián no aparecía por su ropero, la última vez que lo abrió fue para sacar y vender un viejo buzón. (Perdón, pero es verdad). En fin, tomó la cuerda y miró hacia arriba. ¿Irá a soportar la araña ésta?, se dijo observando seriamente. Compenetrada su vista en la araña de techo, pensaba: ¡Pero qué ridículo!, cómo va a soportar mi peso... y pensar las películas que habré visto con Carlos, de asesinatos, crímenes y colgados, éstos aparecían como si nada, ¡pero qué ridículo! Bueno, al menos, en última instancia, sólo me queda probar.
Así entonces, tomó la destartalada silla que estuvo siempre al lado de las puertas de su balcón y la acomodó justo debajo de la araña. De pronto le vinieron como unos temblores por todo el cuerpo. Apoyó su mano derecha llena de temblor en el respaldo de la silla. Hizo un pequeño envión, y finalmente arriba. Miró la telaraña, luego su araña, apretó la soga fuertemente por un momento, a continuación estiró sus brazos hacia arriba y comenzó a hacerle un nudo a la araña. Terminado, tomó el otro extremo de la soga y comenzó a enrollársela por el cuello, dos vueltas fueron suficientes. Luego, hizo un fuerte nudo de nuevo en la araña. Suspiró profundamente y dijo: Me siento incomodo. Las manos le sudaban como nunca, el temblor comenzó a crecer en su cuerpo; realmente estaba muy incómodo, suspiró, y finalmente arrojó la silla al suelo con el pie.
Temblor, manos sudadas, tal era el dolor en su cuello que le hizo saltar un par de lagrimas que deslizaban como pequeñas hormiguitas por sus mejillas, paseaban despacito. El cuerpo ya casi no le pertenecía, quedado a la suerte de aquellas hormiguitas, de sus temblores, y de todo lo que se apoderara súbitamente de él. De pronto un grito se estrelló en la habitación, grito de madre, grito desesperado, grito de carne y hueso. Susana no podía entender lo que veía, desesperada en el auxilio de pelear con la muerte de su hijo, tomó la silla y de un sólo salto ya estaba arriba; comenzó a forcejear la soga que abrasaba el cuello de Sebastián. Llorando sin parar y en aquella lucha de bajar a Sebastián de las nubes, de repente, en un milagro explicable, la araña, en el vaivén de la vida y la muerte, no pudo más con su existencia y se desplomó del techo, cayendo Sebastián encima de Susana. Qué imagen realmente descompuesta: Sebastián, atado al cuello por una soga que a su vez, amarrada a una araña de techo, ofrecía sus delicados adornos de cristal trabajados a mano; cristales, cadenas y cables, todo aquello enredado en los cabellos de una gran mujer, Susana; con sus labios irreparablemente dañados, y la terrible asfixia de estar debajo de Sebastián que, con el fuerte golpe dado en el suelo tras el forcejeo y desprendimiento de la araña de techo, ninguno de los dos atinaba a mover un meñique.
Como al rededor de cuatro o cinco minutos, enredados entre sí, tosieron y lloraron sin parar. Pero lo peor, aún no había dado su grito.
Sebastián, sintió una vergüenza incomparable a ninguna otra situación antes vivida, e hizo un enorme esfuerzo por levantarse encima de su madre, queriendo por todo, desaparecer de tan patética situación.
Una vez incorporado sus piernas no paraban de temblar, no podía ver casi algo, como si estuviese envuelto en una espesa neblina. Pero de repente percibió apenas una luz que venía desde las puertas de su balcón. Eran esas luces de las dos y media de la tarde, dueñas de un sol radiante. Sebastián no podía oír más a su madre (por dolor y vergüenza), la que pobre, gemía aún en el suelo. Entonces tomando impulso hacia la luz del sol, arrastrando la araña que llevaba atada a su cuello y en un último esfuerzo, sin decir ni gritar nada, se lanzó desde el balcón hacia la luz del sol, la muerte, la calle, el qué dirán los vecinos, la prensa, su querido amigo Carlos, su eterna Susana; su mundo casi entero, pues faltaba él nomás.

uno

Caras extrañas, cuántas de ellas me rodean ahora, no me dejan ver el sol. ¡Aire!, qué extraño, es la primera vez que siento la compañía del aire, ¡está vivo! Siento un terrible calor en mi cabeza... ¿tanta gente a mi alrededor?, ¿justo ahora voy a ser importante? ¡Ay vieja querida!, menos mal que en la otra vida ya no se labura... ¿supongo?, de ser así, en paz estaremos ¡Ay!.. ah... Mi frente se está derritiendo... ésta no fue una buena manera... ¡ay!.. el manual también debería en sus modelos prevenir el dolor...

Es increíble la gente cómo grita y corre a su alrededor, mientras él, indiferente a todo, mira fijo a un poste; Susana llorando arriba / no pudo levantarse más.

FIN, o todo eso y nada más
POESÍA

En la ciudad de Salta, a los 15 días del mes de noviembre de 2008, reunido el jurado integrado por Teresa Leonardi Herrán, Antonio Guitiérrez e Idangel Betancourt, del I Concurso Literario para Estudiantes de la UNSa "Prof. Alicia Chibán", acuerda por unanimidad otorgar los siguientes premios:

1°Premio

Carlos Varas Mora, pseudónimo: Pablo Castel


Mu Salta.

Para mí Ciudad del Milagro es como Dungeon,
Un lugar donde se levelea poco,
Lleno de pasillos tristes y oscuros laberintos,
Lo peor es que la gente no se da cuenta
Y sigue viviendo allí atada a una supuesta
Buena posición;
Qué falso spot, que asco de experiencia.
Otros se van y levelean en Vaqueros,
Fragante como Noria, se creen más bichos,
Pero la verdad, es que a pesar de la belleza,
Ahí también la experiencia es poca.

¿Dónde escapar para subir de level?
¿Aida I y II? La Calderilla y la Caldera
Respectivamente.

¿Lesser, San Lorenzo? O Devias,
Ciudad del frío y las nieves.

Alguna vez estuve en party en el Blood,
Pero al Devil siempre entré solo,
Lo perdí y lo gané, probé mi bravura en la noche
Terrible de la patotas y el alcohol,
Solo luchando contra los bichos en la Villa.

Finalmente este es un valle encantado,
Despótico y sublime como cualquier mapa
De algún juego virtual.

1° Mención

Raúl Alberto Luna, pseudónimo: Beto

Espejo surrealista

Hay un loco que esta sentado,
Habla solo,
Meciéndose sobre un banco de peces de madera.
Tiene la mirada en sí mismo
Se abraza.
Esta sentado,
meciéndose sobre un banco
Hay un hombre cuerdo parado afuera en la ventana,
y el otro continua
y me mira,
también lo miro yo.
Cede asiento,
me establezco al acilo
y reflexiono...
me absuelvo y me observo
pero me alejo, lo observo,
él se aleja!
Y de nuevo en ese lugar.
Hay un loco que esta*'sentado.
Habla solo.
Meciéndose en un madero de luma de mármol,
que naufrago por las costas del Mar de las crisis,
esta sentado.
La espera es de piedra
y el aire es inútil
si se esta, así
a la esperanza.
Tiene la mirada en si mismo
y abraza mil cardos
y una las quebradas
entre cerros de cielo azul.
Abraza su soledad
De la fisura del mundo trepa la cordura encausada.
Como el alpinista de la necedad.
Al hueso hibrido de los que no la tienen.
"Le es inútil, pues, no tiene nada que curar.

2°Mención

Rubén Darío Liendro, pseudónimo: Ben Daró

...Porque en el agua siempre nace la vida

No temas desangrarte o desagotar tus ojos
Hasta alcanzar los hielos de un whisky oscuro
Porque los dos somos hijos de esta lluvia
Los dos somos hijos de un amor enfermo
Los dos somos torpes y apagados en el sexo.
Sin darnos cuenta hemos compartido
La soledad del cocodrilo
Y la misma coraza de cangrejo
Que encierra la caricia de los cuerpos invisibles
Esa caricia que recorre nuestros ojos, pechos y labios reprimidos
Y nos resucita de nuestras propias lágrimas.

3° Mención

Belisario Zalazar Saravia

Caos
Hace tiempo, no recuerdo cuando
Habite esta tierra encerrado en otro cuerpo
Innumerables veces retorne del Leteo
La verde suavidad del césped
La reconozco. Parece que todo sucedió ayer
Pero ese amanecer se ha perdido
Tal vez para siempre.
Todo parece presente, aunque nada recuerdo vivazmente
Las tranquilas aguas del río subterráneo
Despojaron los reflejos dejándome sin gloria, sin objeto.
Con la mirada advertí el oscuro principio
En que el universo encendió su existencia
El caos cortó sus fauces y salió una luz brillante
Y comenzó a ordenarse lentamente el cosmos
Urdido en retóricas simetrías
Materia originaria orbitaba ciegamente por el infinito.
Mis ojos se abrieron con el comienzo del tiempo
Pude divisar la aurora cual un místico espejo.
Recorrí planetas inertes en horrendo vacío
Bajo las tinieblas sórdidas me invadió
Un pánico terrible, indescriptible.
Suspendido vague por eones eternos
Inconsciente me lance de los pórticos primales;
Solo estuve en un páramo inhóspito
Mientras los árboles crecían para ser árboles
Rodeado de insondables océanos
Percibí su ondular negro sumido en siniestro abismo
Plagado de aterradores rugidos.
En desoladas y oscuras cavernas
Que pueblan la extensa llanura
Encontré refugio a mi soledad.
Fui los primeros ríos que descendieron
De lisas cumbres de las más antiguas montañas
Desembocando mansamente sobre mares turbulentos.
Negros cielos vaticinaron el fin,
Nubes humeaban fuego altivo
Chillaba el viento, y las tormentas desbordaban los valles
En tanto la luna roja sangraba odios hacia el Sur;
Rayos eléctricos avivaron la inmensa oscuridad,
Aciagas sombras imperceptibles aullaron en la lejanía
Y espectros impacientes salieron de la Tierra henchida
Vomitados sin razón alguna, bañados con piel cetrina.
Demonios invisibles, volaban sobre la turbia noche
Por causa azarosa del destino insuflaron las carnes pútridas
De de estas criaturas monstruosas, cuyas formas primitivas
Extintas por la selección de la Natura
Ninguna pesadilla es capaz de recrear,
Perdidas en la memoria, entre la vigilia y el sueño
Acechan el insoportable recuerdo
Tejiendo horribles augurios.
Tras lodazales cubiertos por ancestrales cipreses
Oculté mi alma, temiendo a las bestias
A aquellas pantanosas estancias donde el Sol no llegaba
Atrapado en los ramajes
Que se alzaban como infranqueables muros
Agitando estrepitosamente sus brazos retorcidos.
Espesas sombras impregnaban los laberintos
Trazados por el barro y el frío musgo,
Crecientes escamas frenaban mis continuos deseos
De salir huyendo frenéticamente por senderos taciturnos.
De estancadas aguas bebí su ponzoñosa esencia
Una y otra vez la locura acudió letal.
Abatido por el sueño, fantaseé oníricas realidades
¡OH delirios laberínticos
Tejidos sin numero por la araña gris del universo
El tiempo ya no es tiempo, anacrónica eternidad
En solitarios y espantosos llantos,
Mi solemne condena convierte!
Asolados los valles donde los lirios mansos descansan
En la tímida noche acariciada por el Notos
Explore abatido por el miedo el entorno
Sembrado por tumbas milenarias;
Sepulcros que jamás volverán a levantarse.
Perdido en una espesa niebla descendí por fosas
Que emergían del suelo yermo exhalando un veneno fétido.
Atravesé húmedas catacumbas tragadas por el pasado incierto
Escarpados senderos bajaban ilimitadamente a un desconocido territorio
Regido por la oscuridad violenta,
Y me encontré a mi mismo ahogado en las oscuras corrientes
Del mítico Averno, regado por un silencio ronco.
En aquellas moradas Helios nunca hunde sus doradas manos,
En aquel lugar tropecé con la desesperación
E indague a la ficticia esperanza envuelta con mortuorio velo.
El señorío de la Oscuridad perdió mis días
Y la tropa de atroces demonios sofoco la pasión.
No existen nombres ni idea posible de encarnar los quebrantos
Ni la desolación absoluta asemeja tal experiencia.
Ciego el intelecto, muere fácilmente; tonantes gritos
Sollozos, diversos males, retumban en los muros
Que lo engullen todo, espacio y tiempo.
Sepultando las efímeras edades descifré
Ciclos circulares grabados en el Universo remoto;
Pisaba yo la negra tierra cuando los Hombres
Bajaron temerosos de árboles perennes
Antiguos saberes extraviados en el Inconsciente
Emanan por sí solos el recuerdo maldito
Viejos secretos anteriores a cualquier progenie u perdida estirpe
Resguardados en la grieta tenebrosa del Erebo
Sin forma ni espacio, en los zumbidos murmurantes del Caos.
Que ha de mantenerse oculto para el bien de todos