viernes, 9 de octubre de 2009

1° Premio

Alejandro Luna, pseudónimo: Jeremías el Payaso


Onanie.

Recordar es empezar a morir.

I
Quizás acá comienza la noche.
Voy desde mi cuerpo al silencio. Voy desde mis partes a tu cuerpo. No he podido desembarazarme del recuerdo.
Voy herido, casi a la manera blanda en que el alma comienza a carecer, y duele en su más tranquila amenaza, porque si nos damos cuenta, qué otra certeza más bella que la de saber que somos perecederos, qué certeza más blanca, más devastadora es tener este impulso de destruir todos los monitores, todas las pantallas, las publicidades que muestran los culos como grandes globos donde uno no se puede morir, porque la muerte es cosas contraria a la esfericidad, la muerte se explaya, se expande, no restringe su negrura ante la forma. En la curva de la línea no hay muerte, en los muslos, en tus muslos, en tus senos no hay muerte, y no debe haberla. Pero ¿qué es proseguir en el placer callado de la masturbación entonces? ¿Adonde está la vida? ¿Adonde me estoy yendo?


II
Nos embolábamos mucho, peor aún los domingos que dormíamos hasta tarde y después comíamos como pavos, pedazos grandes de la comida que había, comíamos en silencios que ya no eran agradables, o en otras ocasiones hablábamos mucho pero ya no de las grandes cosas. Ahora es que recuerdo cuando aprendí a irme.
Hablo de la verdadera posibilidad de irse, esa que es primero una teoría medio insulsa y que se va endureciendo de otras pequeñas ideas que le van dando cuerpo.
Fue ese día en el que me dí cuenta de la inmovilidad, de la constante inmovilidad, fue como en esos cuentos de terror en los que el monstruo se ve al espejo y, sabe que no le queda otra que asumir la violencia que le han deparado por ser tan feo, y yo era feo, y era peor, era terriblemente feo en mi capacidad de autocomplacencia, en ese irme acomodando de a poquito en el envejecimiento de mi ropa, quería cosas feas.
Fue ese día en el que vi claramente que el equívoco no era un problema en la vida. Equivocarse es parte fundamental de ser hombre. Elegir o no, daba igual, la cuota de error la da la vejez pensé y me salvé. Hacerse viejo es comenzar a pensar que todo lo elegido estaba para la mierda, es hacer constantes retrospecciones para ver con bronca lo que no se hizo, o las pibas que no se curtió, o con los chongos que no se dejó y, yo pensaba en tu cara y en todo lo que vos decías, porque al fin y al cabo toda tu ternura se me estaba haciendo una cosa insoportable. En algún momento me ibas a hacer pagar tanta ternura y esa cara de que te ibas a morir si yo no estaba. El viaje es el camino.

III

_Señor, hemos notado una merma en la atención de las actividades que usted realiza diariamente en su labor de acomodar las mesas, y de levantar los utensilios, o de colocarlos. Creo que en este punto me es necesario decirle que de seguir con estas distracciones se lo enviará a otro sector del restaurante. Entenderá que en este tipo de negocio, como es el de la comida, no debe existir el menor descuido. Éste es solamente un llamado de atención para que usted señor, no incurra en ese tipo de error que puede acarrearnos una denuncia legal de parte de los que asisten a este local.

IV
Pienso en un tango, mi memoria es medio vieja y eso que ahora soy medio joven, no te olvides de mi, de tu Grisel, o, en ven triste me decías, que en esta soledad no puede más el alma mía. Pienso que la memoria de la certeza es más débil que la memoria del presente, la memoria de la certeza es como un chispazo que nos viene algunas tardes, la memoria del presente es un fárrago en el que discernir lo claro de lo oscuro es tarea perdida.

Quería viajar solo, y para ello fue necesario limar y limar. Toda relación amorosa es una celda de una precisa arquitectura. La ternura que mantiene su efecto coercitivo, el cuerpo predispuesto al placer y los recuerdos como la única manera de sobrellevar el insoportable futuro. Yo pensaba en tu sexo, como piensa un viejo a su perro, como el viejo del extranjero de Camus, y ya no quería pensar así. Yo pensaba en tu amor como un gran amor y lo era, pero ya no quería tener esa voluntad que requiere la ternura. Lo escuchaba a mi amigo Cristóforo cuando me decía: yo amo a la mujer con la que me casé pero también me quiero coger a otras minas, loco. Pensaba que tu amor y tu gran ternura no valían el mundo que estaba abierto para mí como una casa, sólo por un tiempo. Además me estaba haciendo viejo.
La vejez ahora es más cruel, más si no tenés guita. Las pibas te comienzan a tachar a cierta edad. Ahora pensaba en nuestra gran prisión que con un cuidado de la mierda habíamos hecho, pensaba en nuestra cama, en el viaje y en tu esperanza de que yo no vaya. Eso era lo malo en vos: tu esperanza, tu inmensa esperanza, tu gran bondad hacia las cosas adversas, como esa vez que te rompí la lámpara por llegar borracho y vos decías mañana voy a comprar otra, no te preocupés. Te vi la cara y estaba rota como la cerámica de la lámpara. ¿Qué podía hacer sino abrazarte? creo que a todas las minas les gusta que las abrasen. Vos llorabas como si se te hubiese muerto un padre o algo así, vos llorabas porque entendías que toda luz no se debe romper, porque es el anuncio de una oscuridad, vos llorabas porque en el fondo necesitamos de la superstición y de la magia y yo lo estaba poniendo todo en evidencia como no se debe hacer. Eras una niña, mejor dicho, éramos dos niños abrazados, que no entienden que la noche va a durar.
En la mañana te fuiste a tu casa, a la tarde te fui a buscar, estabas esperando con te.
Ya nunca somos alegres, pensé, pero me engañaba, nunca habíamos sido personas alegres. Teníamos un cuarto de tener relaciones, teníamos tu ternura y la voluntad de abrir heladeras para que alguien tome agua, teníamos ganas de matarnos del aburrimiento, teníamos un amor grande como los de las películas, pero estaba mal la cinta, se estaba corriendo y dejaba ver parte del truco. Ahora a la celda le quedaban pocos barrotes, cabeceaba fuerte y me tumbaba algunas noches contra las borracheras más insólitas, a ver si en una de esas la vida me hacía perder la memoria de la certeza, pero ya era tarde. Nunca habíamos sido alegres. Tu memoria comienza siempre en la certeza del dolor. Tengo fotos tuyas, algunos libros, y la cabeza que me traiciona como a tantos otros que nunca pueden volver por el camino, porque al pan del cuento se lo come un enorme pájaro, y alimentábamos ese pájaro de la desesperanza una tarde triste como tu cara de preguntar, si me voy.
_Si.

V

_No puede pasar por este lugar, acaba de ser atropellado un hombre y están haciendo las verificaciones correspondientes.
_pero señor tengo que pasar, vivo en la casa que se encuentra justo en ese sector.
-En ese caso lo acompañaré para que no pise alguna marca o rastro que pueda ser significativo para la investigación de este accidente.
-Me contó recién el almacenero que es el mozo de la esquina, el chico que además es estudiante de filosofía, que nunca respeta nada y que se cruzaba la calle sin mirar. Hay gente que cree que todavía vive en un pueblo. Espero que se reponga ¿y no le llegó noticia de cómo se encuentra?
- Mire lo único que sé es que no había sufrido lesiones internas graves, pero que evaluaban la posibilidad de amputarle la pierna por el daño que le hizo el auto al arroyarlo.
_ Pobrecito.

VI

_¿Por qué hacés eso? Yo también quiero ir con vos. ¿Por qué planeás un viaje solo? ¿y yo que soy en tu vida acaso? ¿Acaso no soy nadie? Sos un hijo de puta.
VII

Detalles en cada cosa, todo ha recuperado su antigua dureza. Alzo la taza y es dura. A la vez el líquido se deja caer en mi boca después de mucho tiempo. El líquido tiene la consistencia de una seda en la garganta. ¿Cuándo es que se transforma la materialidad en esa desagradable gracia de aparecer? ¿Cuándo es que una ráfaga de objetos se vuelca hacia nosotros con todo irrespeto, cuando es? Ahora la manija brilla en opaca firmeza, y toco cada suave borde de su desportillada pequeñez. La mañana es también clara y la luz incluso es un cuerpo alegre, y punzante. No creo poder recuperar la antigua inconciencia de las cosas ¿Acaso esto es la derrota del amor? ¿La vuelta al mundo en ochenta miserables sudarios de soledad?

Ayer, con mucho esfuerzo, salí a comer en el viejo restaurante donde trabajaba. Comprobé la insidiosa mancha en una pared mientras caminaba asistido de un par de maderas que se me clavan en las axilas. Tanto tiempo allí y yo ciego a esa constelación de imágenes marginales, como si algo en este tiempo me estuvo tapando la mirada, y tan cansado de ver esta ciudad y de no registrar cambios cuando todo era un moverse de manchas, de humedades, de bacterias que empollan sus huevos en cada casa, en cada hombre, en cada diente. A veces creo que estamos a salvo, me has devuelto lo que no debías, le has dado al día desde entonces toda su dureza ¿Estoy cansado sabes? Estoy terriblemente triste, pero he descubierto nuevamente la aspereza de la borra del café, y las patas traseras y vellosas de las arañas que corren cuando abro las repisas o las alacenas. Vuelvo a insistir en esa fortuna de la inconciencia. Tengo poco que perder en esta tarde, porque ya todo lo he ganado en mis sentidos. Este dolor de no percibir bien si vos sos una aparición que llega y que todo lo pone más claro, todo lo arma como si el mundo fuese un pobre cartón caído ante mis ojos, y de golpe se eleva en una estructura sólida. Tomo la taza. Su intrincado pozo no es más que el despliegue de la utilidad para los hombres. Ahora viene seguro la desgracia de acordarme que alguna vez sorbiste de la misma, y que además te estás descascarando con cada sorbo, en los días que te presiento lejos de toda piel mía, lejos de cada pensamiento mío, como si hubieses eyectado de los que a mí me hace tanto bien. Vuelvo y reitero lo irrecuperable de tus labios asentados en la taza, y también me descascaro en ella, asiento los labios y algo se queda de mí. Somos como dos reptiles, alguna vez convulsos como sapos, víboras, crótalos, o pequeñas lagartijas, asumimos que la única resurrección posible es dejar las partes.
Me descascaro, amor. Me caigo a pedazos sobre las tazas, los días, los resumideros, y en interminables vueltas caigo en la desesperada amargura del fondo de las aguas que ya no vuelven a los hombres.


VIII
La metamorfosis es la frustración del viaje: su síntoma

Che y te fuiste a Bolivia, dijo Cristóforo.
_No, se enfermó mi vieja justo cuando iba a salir, y andábamos mal de plata en la casa.
_ ¿Y Natalia? Preguntó Cristóforo con vos de poca voluntad.
_ hace un año que no estamos juntos, yo me mande una cagada, la deje por otra mina. Tenía para elegir ¿y viste como es cuando te sebás? pero bueno, después de lo del accidente muchas elecciones no tengo.
_¿Y como pasó lo del accidente?
_ yo estaba volviendo a la casa del laburo, y no escuché el ruido, viste que acá no es muy transitado, entonce crucé sin mirar. No sé en que venía pensando, pienso que estaría afligido por los parciales porque no me daba tiempo para estudiar. Me acuerdo que sentí un golpe en una pierna, y no me acuerdo más, me desperté recién en la sala, tenía tubos hasta en el culo.
Fue a verme Natalia, y se tuvo que ir al rato nomás porque llegó la otra piba, y antes de irse me miró con una pena, tendrías que haberla visto.
Yo no sé cual de las dos minas tenía más tristeza en esa sala, mi vieja se daba cuenta, y además notaba como la piba nueva me miraba un poco con miedo, como si estuviera mirando un espectáculo de circo, jaja.
_¿Che que hora es ya loco? Dijo Cristóforo.
-No sabes como la extraño, la otra mina después de lo del accidente me dejó, dijo que yo era muy posesivo.
_Voy a la cocina, dijo Crístóforo, ¿Querés que te traiga algo?
_no sabes cómo la extraño, de verdad, no a ella, sino a Natalia, porque era una buena mina, en serio, además hace mucho que no frecuento gente, porque el médico dice que la recuperación depende del reposo, y ni guita para una loca ¿sabes?

_No te preocupés, ya vas a ver que cuando te mejores vas a volver a ganar, de verdad _ dijo Crístoforo_ con la extraordinaria pena del que da ánimo, mientras le golpeaba la espalda con una mano, y se resistía para no mirar la pierna tiesa del amigo.


IX

_Mozo después de que termine el servicio ¿podría acompañarme un café? estoy un poco triste, y no tengo con quién hablar.
_ ¿Como es su nombre, señorita?
_Dana.
_ ¿Sabe una cosa? si quiere podemos ir a otro lado, porque de hecho que en este lugar me llamarían la atención de estar intimando con los clientes.
_ ¿Como no? usted me parece un joven muy agradable.
_La verdad que soy todo lo contrario señorita.


X

Hay pliegues que me gustan más que otros, hay olores que me gustan de vos entre los muchos de vos. Los que dejás en tu ropa, por ejemplo. Un día entré a tu baño y encontré la remera que te habías sacado al bañarte, entonces la agarré como un animal increíblemente tierno. Como ese gorila que se queda al lado del niño caído en la jaula y que lo científicos pasaban horas hablando del sentimiento maternal del gorila. El gorila estaría embolado observando como el pendejo parecía un pequeño juguete. Arruinarlo de un manotazo sería una pena, aunque pensándolo bien el gorila no tendría que haber tenido tanta consideración con terrible animal.
El animal comienza allí donde no te encuentro, allí donde estamos desnudos y se te ponen los ojos blancos como a esa virgen barroca en éxtasis; allí donde yo pensaba en la caridad de tu gesto y vos en la cara de la luna, en donde no hay sonrisa pero hay gato. Allí comienza el animal siempre, en lo imposible del escarabajo que tenemos en la cabeza y que ninguno de los dos se atreve a mirar por miedo de que las patas del escarabajo que tengo no coincidan con el tuyo.
Comienza el animal, le crecen pequeñas alas o patas, o pelos, o angustias.
Un día esta licantropía será una cosa mortificante o nula. Estamos lejos de llegar a la casa. Damos una vuelta del brazo por la ciudad, caminamos y subimos por la calle menos transitada. Un hombre cierra las persianas de su negocio. Vemos grandes casas y edificios, vemos como la ciudad crece en puentes, en luces, y como nos estamos muriendo. Mudos bajamos por allí con pasos acostumbrados a la lentitud de la provincia. Comienza el animal. Alguna vez me voy a ir te digo, y vos me crees a media, y te reís y te repito, me voy en serio.
_vos decís que te vas a ir, siempre decís lo mismo, y nunca te vas a ningún lado.
Me quedo callado.
Me gustan tus olores de las tardes cuando crecés en dulzuras hasta incontenibles razones de antropofagia y pienso en tu sexo simplificado el corazón.
Te miro una de las zapatillas y no te importa que esté desatado el cordón. Me soltás la mano como si estarías incómoda. Me transpira la mano, decís. Te garro del hombro. Estamos como cansados de llevarnos, seguimos subiendo. Lo bueno de estas ciudades pequeñas es que podemos volver caminando.
A mi me gustaría vivir en Buenos Aires, digo, y es mentira. Mi vieja vivía allí y viajábamos a veces dos o tres horas en un solo colectivo. Pero esto de haber pasado una vez más por la casa con el duende ese que ríe nos está pudriendo.
Te suelto del hombro. Vamos cada uno en recta paralelas evitando el contacto.
Estoy cansado, digo.
Quiero irme a mi casa ¿como estarán mis viejos? decís.
La pieza es caliente en el verano, insoportable. El techo es de chapa, todavía no nos ha llegado la modernidad, somos unos posmodernos retruchos. Por eso hacemos pedazos las cosas a medias, no nos vamos a morir ahogados de un vomito, tampoco de una inyección de heroína, pero nos gusta pensarlo todo el tiempo.
Estamos atravesados por innumerables rayos. Estamos doloridos y sin embargo nos quedamos exhaustos en placeres de furias y pelos, en fluidos y en succiones de todo tipo, hasta que nos interesamos por la formidable aventura de una hormiga que atraviesa el techo. Mirá la hormiga, me decís. Habíamos inventado el mundo nuevamente, o mejor dicho, lo habíamos empezado a recordar. El mundo es esa cosa que uno nunca mira, pero vos lo hacías constantemente, y cuando te comienzan a hacer ver que el mundo existe es cuando te comenzás a moquear. Porque el mundo estaba allí abierto y nunca me había dado cuenta hasta que apareciste vos. Y decías cosas como paredes, hombres, mujeres, orgasmos, calles, focos, pequeñas llaves, y cuando me di cuenta, ya me estaba alejando de vos.
Éramos ingenuamente pequeños en el trayecto que va del yo al mundo, y eso lo descubrí después.
Ahora es que veo como pasa esa hormiga, y queda el olor de vos y el mío como un acido en el que se impregnan o impregnarán los días posteriores. Pienso seriamente en cómo se debe masturbar un hombre. Pienso en tu sexo con la variante ahora de no simplificar el corazón. Estas reducida al animal que te hice ser para no encontrarte, sino de manera agazapada.
Te abrís en la recta de mi ondulación. Toco tu humedad y, das miedo. ¿Cómo se debe masturbar un hombre?
Hemos aprendido a andar solos y del brazo como viejos que ya no se besan en la boca, ahora el tiempo es casi palpable. Te miro y no encuentro el suave brillo en la nariz que tenías esta mañana. La vuelta y el calor de la tarde nos han puesto el rostro sudoroso.
Un hombre en soledad se masturba con imágenes, con fotos, con recuerdos, con revistas, videos.
Quiero masturbarme con una radiografía tuya, quiero que me lastimés los músculos membranosos en las astillas recortadas de tus huesos ¿Estás ahí?
La hormiga sube en pequeños agarrones, porque si la ves está patas para arriba, y se agarra de las patitas como puede, y vos decís, lo fácil que es para esa hormiga subir así ¿cómo se vera el mundo así de a vueltas? Camina y llega al final. Desciende por la pared. Entonces pienso en el pliegue más oscuro de vos. Cuántas veces estuve allí de maneras casi insanas. Menos tu vientre todo lo demás es claro, le retruco a Miguel Hernández que tose en su celda con agujeritos en los pulmones.
Giro en espirales luminosos de penas y todo, todo es una tumba de olores agrios. Allí me sepulté una tarde ya casi noche; allí moré y resucité de la oscuridad para comprender tu suavidad que te venía como tierra mojada.
Quiero masturbarme con una toalla tuya y derramarme en líquidas pulsaciones a tu dermis ya muerta. Eso estamos quedando, amor. Toallas, ropas interiores gastadas, elásticos sueltos, jabones mañaneros, dentífricos aplastados, platos sucios, pelos de cepillos. Te toco los dientes. A vos no te gusta, pero te los examino con intenciones de bicho omnívoro. ¡OH Berenice, Canto a tus dientes¡ Porque no se salvarán ni las más pequeña durezas, ni las cavidades edorosas en tu noche de caer al suelo del mañana. Estamos entrando en la ciudad que los niños inventan al último, estamos venidos de diversos naufragios, todavía no me he ido, espero. Y saco los dedos de tu boca, mejor aun de tus encías claras y anémicas. ¿Como vinimos a parar en tanta desventura de conciencia? ahora es cuando de golpe las casas que miramos dejan ver sus musgos dentados y homicidas. Y disminuimos el paso, no hacemos el intento de restituirnos las manos. Tenemos los brazos bajos y puede que sea el calor, como les pasa a los boxeadores en el último round. Estamos de vuelta, a pasos de la casa, a dos casas, a dos extensas casas, porque todas las casas deben ser un infierno en mi barrio, y la señora del frente pasa caminando y no nos saluda. Caminamos hacia el pasillo la casa está oscura como si alguien medieval viviera en ella. Comemos algo y nos vamos derechito a la cama, sabemos bien lo que tenemos que hacer y eso me está afectando y a vos también, aunque ahora me tenga que masturbar y no sepa con qué mierda hacerlo. Nos desvestimos como sacándonos oxidados yelmos. Te hiero, a veces creo que te hiero y me herís para la posteridad del objeto que buscamos en cada otro y que finalmente no es inalcanzable, nos es continuos y reiterados espejismos. Entonces hacemos enchastres como quién tira tres puntos y cualquier orificio nos es propicio. Y me sostengo en la incomodidad del olor, en cómodas cuotas, más despacio, me decís. Será más adelante, pienso, mi magdalena escatológica, me sentare en mi baño una tarde y seremos en el recuerdo involuntario un amor tan excitante y sucio.
Ahora pienso en tu sexo, yo te habité, me digo, yo he resucitado, y mi carne ha sido restituida en su función de hebra, músculo a músculo. Hasta mi lengua se ha adormecido en esa desesperada oscuridad. Ahora es que necesito una calma de poner el cuerpo en separadas partes, es decir, los brazos por un lado, los pies y los muslos por otro, el falo apartado del cuerpo casi lejos, y aguardo que la muerte no respire sobre mis pausas biológicas consumiéndome en interminables masturbaciones. Estás jugando con el enemigo. Ahora pienso en cómo debés ser con otros tipos. ¿te cogerán igual o parecido o mejor? ¿ te pondrán en poses en las que te harán desdecir la vida y toda la muerte que aprendimos en el ojo de un perro que nos hizo aspirar la inmensa perturbación, de que la vida también es eso que no queremos ver ni oler? ¿Te enseñaran a ser feliz? ¿O acaso un semental frota tu sexo de formas monstruosas y lo irritara? ¿Dará con vos en posiciones habituales en crueles golpes contra tus huesos de la entrepierna que me pinchaban un poco la pelvis? ¿Te romperá con su inmenso sexo en partes en que te desmayás del dolor y el éxtasis? Pienso en el correcto modo en que un hombre se debe masturbar, sin que exponga su tristeza de especie, sin que comulgue con la desesperación y el olvido.
Ahora, justamente necesito de cosas tuyas, de tus platos de almorzar, de aquellas cosas que no intuís que te contienen, tus medicinas, tus algodones, tus ropas que dejaste en una esquina, tus electros cardiogramas, tus ecografías cuando te dolía el estómago y yo te fui a ver al hospital y sólo era un difuso sangrado que imaginé sin poder amarlo, como tampoco podrás amar en este momento mis lesiones, mis suturas, mi ya para siempre extraña pierna derecha, como una hojita caída en desgracia desde su nervadura hasta su clorofila más tierna e irrecuperable. Me tengo que hacer una paja, amor.